domingo, 14 de junio de 2020

EL BURRO Y EL ZAMURO

Por: Humberto Frontado



        Una temprana mañana pasando entre los cerros y apartándolos como gajos de nada aparece el inoportuno y escandaloso sol, despertando a todos con su ruido incandescente. Ya son muchos los meses que lleva la isla sin una gota de agua provenientes del impredecible cielo. Hace tiempo que las nubes dejaron de pastorear sobre los ásperos cerros de Coche. La cuarteada tierra no tiene nada que ofrecer, la presencia permanente de una erosionante polvareda nos somete y carcome cualquier esperanza que ose brotar en este afligido pueblo.
        Un viejo guaraguao montado en el tubo de la lámpara de alumbrado de la calle se acicalaba, quitándose la polvareda nocturna con la prestancia y parsimonia que dan los años. A este peculiar espécimen la naturaleza lo ha diseñado para condiciones extremas. La cabeza y cuello carecen de plumas para no tener problema de higiene cuando tenga que zambullirse glotonamente dentro de su plato de comida. En su detallado procedimiento de pulcritud hacía énfasis en las plumas principales que actúan como alerones en sus largas jornadas de planeación.  
        Después de una profunda exfoliación decide dar un paseo para buscar algo que comer. Salta con un buen impulso y abre las alas con el cuidado de no rozar los cables de electricidad, porque ha aprendido que el roce con los alambres daña sus plumas, no por temer a perecer electrocutado como ha pasado con varios de sus difuntos camaradas. Los zamuros se han acostumbrado a estar en el pueblo y muchos se reúnen en los techos de las casas esperando echen algunas sobras de comida en los patios, contando con que no aparezcan los perros o los gatos.
        Esto es una novedad ya que antes los guaraguaos tenían su rutina de alimentación en los cerros. Ahora debido a la sequía y falta de cadáveres han tenido que emigrar al pueblo. De hecho, ya se acostumbraron a estar en grupos acicalándose entre ellos al borde de la carretera dentro del pueblo, cercano siempre a sitios donde la gente inconsciente bota la basura.
         El protagonista de nuestro relato se enfiló a sobrevolar los cerros a ver si tenía suerte. Aprovechando las corrientes de aire cálido que suben al cielo, se fue surfeando intercambiando las olas de viento hasta lograr la de más energía. Con una buena altura hizo un barrido visual para ver qué le llamaba la atención; notar a un grupo de moscas revoloteando sobre algo le indican que hay posible comida. Dentro de la marejada de aire abre al máximo sus cornetes de su sentido olfativo para detectar algún indicio de fetidez en el área.
        Recorrió toda la isla de cabo a rabo sin encontrar nada, de regreso al sitio de origen observó a lo lejos por un instante a un viejo burro que avanzaba a paso lento por entre dos cerros. El asno se detuvo a reposar un instante ya que el tortuoso y pedregoso sendero lo habían hecho trastabillar varias veces. El guaraguao vió sorprendido la actitud del cuadrúpedo y decide acercarse al sitio para tomar más detalles. Se posó en una lánguida rama de un palidecido yaque y desde allí estuvo contemplando por un rato al cansado animal, sin percatarse que él también lo estaba viendo por el rabo del ojo. El cuadrúpedo se movió rotando lentamente evitando el encandilamiento del aguijante sol y se colocó casi de frente al carroñero para decirle.
-         Qué te pasa zopilote
que tu altives has perdido,
te veo en la retama escondido
como un malvado en asecho,
ungido de mentira y mote
al traste has llevado tu prestancia;
es más el hambre y el ansia,
que un cuervo de ti ha hecho.

        El zamuro que no esperaba la acción del fatigado animal, cerró los ojos y buscó rápida inspiración para responderle.
-         Discúlpame asno anciano
si mi estampa te ha molestado,
es que estas tan acabado
y verte así me lastima,
de mi mente echo mano
pensando cómo voy a comerte
cuando el tiempo te de muerte
y con ganas te caiga encima.

        El equino se sacudió como mostrándole al impertinente que todavía quedaba energía en él, más aún sorprendió cuando su vianda andante tomo una larga aspirada e hizo un soneto a capela de su rebuzno sostenido y pausado. Al finalizar tomó la senda que traía y siguió camino al pueblo para buscar la comida que le tenía su dueño. El zamuro imitando al odioso burro también se sacudió y exclamó levantando la voz para que lo escuchara.
-         Malayo burro malcriado
que ya te había agarrado cariño,
te has portado como un niño
y no me tienes consideración,
mis servicios has despreciado
ayudo a quien está por morir,
le hago cómodo su partir
cuando le llegue la ocasión.

        El zamuro respiró profundamente, pero no para chillar como hizo el burro, sino para descargar su lastimera desesperanza. Desde la mata de yaque miró hacia los lados buscando distancia para despegar vuelo, esta vez para irse de nuevo a relamer su desgracia agarrado del pescuezo de la lámpara del alumbrado. Echó una sosegada mirada al tenue y quieto atardecer que sin muchos espavientos mostraba la lenta zambullida de aquella madura esfera dorada atravesando la pulcra línea horizontal. Era tanta la quietud en la escena que se pudo escuchar el chirriar del sol cuando entro al mar.

Venezuela, Cabimas, 23-04-2020.

14 comentarios:

  1. Me encanta el baturrillo de ideas cada fin de semana espero con ansia cada historia

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    1. Gracias Gilma un abrazo. Tu comentario me emociona a la máxima potencia...ciao

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  2. Lo de boquinete..sería que encontró un cirujano maxilomafacial?te lo tengo!!

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  3. Frontado: cada vez que logro leer tus cuentos, cuando por la gracia del Señor el internet lo permite, me remontas a las historias de Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez. Felicitaciones hno querido. Que los recuerdos e historias natales te sigan inspirando.

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