Una temprana mañana pasando
entre los cerros y apartándolos como gajos de nada aparece el inoportuno y
escandaloso sol, despertando a todos con su ruido incandescente. Ya son muchos
los meses que lleva la isla sin una gota de agua provenientes del impredecible
cielo. Hace tiempo que las nubes dejaron de pastorear sobre los ásperos cerros
de Coche. La cuarteada tierra no tiene nada que ofrecer, la presencia
permanente de una erosionante polvareda nos somete y carcome cualquier esperanza
que ose brotar en este afligido pueblo.
Un viejo guaraguao montado en
el tubo de la lámpara de alumbrado de la calle se acicalaba, quitándose la
polvareda nocturna con la prestancia y parsimonia que dan los años. A este
peculiar espécimen la naturaleza lo ha diseñado para condiciones extremas. La
cabeza y cuello carecen de plumas para no tener problema de higiene cuando
tenga que zambullirse glotonamente dentro de su plato de comida. En su
detallado procedimiento de pulcritud hacía énfasis en las plumas principales
que actúan como alerones en sus largas jornadas de planeación.
Después de una profunda exfoliación
decide dar un paseo para buscar algo que comer. Salta con un buen impulso y
abre las alas con el cuidado de no rozar los cables de electricidad, porque ha
aprendido que el roce con los alambres daña sus plumas, no por temer a perecer
electrocutado como ha pasado con varios de sus difuntos camaradas. Los zamuros
se han acostumbrado a estar en el pueblo y muchos se reúnen en los techos de
las casas esperando echen algunas sobras de comida en los patios, contando con que
no aparezcan los perros o los gatos.
Esto es una novedad ya que
antes los guaraguaos tenían su rutina de alimentación en los cerros. Ahora
debido a la sequía y falta de cadáveres han tenido que emigrar al pueblo. De hecho,
ya se acostumbraron a estar en grupos acicalándose entre ellos al borde de la
carretera dentro del pueblo, cercano siempre a sitios donde la gente inconsciente
bota la basura.
El protagonista de nuestro
relato se enfiló a sobrevolar los cerros a ver si tenía suerte. Aprovechando
las corrientes de aire cálido que suben al cielo, se fue surfeando intercambiando
las olas de viento hasta lograr la de más energía. Con una buena altura hizo un
barrido visual para ver qué le llamaba la atención; notar a un grupo de moscas revoloteando
sobre algo le indican que hay posible comida. Dentro de la marejada de aire
abre al máximo sus cornetes de su sentido olfativo para detectar algún indicio
de fetidez en el área.
Recorrió toda la isla de cabo
a rabo sin encontrar nada, de regreso al sitio de origen observó a lo lejos por
un instante a un viejo burro que avanzaba a paso lento por entre dos cerros. El
asno se detuvo a reposar un instante ya que el tortuoso y pedregoso sendero lo habían
hecho trastabillar varias veces. El guaraguao vió sorprendido la actitud del cuadrúpedo
y decide acercarse al sitio para tomar más detalles. Se posó en una lánguida
rama de un palidecido yaque y desde allí estuvo contemplando por un rato al
cansado animal, sin percatarse que él también lo estaba viendo por el rabo del
ojo. El cuadrúpedo se movió rotando lentamente evitando el encandilamiento del aguijante
sol y se colocó casi de frente al carroñero para decirle.
-
Qué te
pasa zopilote
que tu altives has perdido,
te veo en la retama escondido
como un malvado en asecho,
ungido de mentira y mote
al traste has llevado tu prestancia;
es más el hambre y el ansia,
que un cuervo de ti ha hecho.
El zamuro que no esperaba la
acción del fatigado animal, cerró los ojos y buscó rápida inspiración para
responderle.
-
Discúlpame
asno anciano
si mi estampa te ha molestado,
es que estas tan acabado
y verte así me lastima,
de mi mente echo mano
pensando cómo voy a comerte
cuando el tiempo te de muerte
y con ganas te caiga encima.
El equino se sacudió como
mostrándole al impertinente que todavía quedaba energía en él, más aún sorprendió
cuando su vianda andante tomo una larga aspirada e hizo un soneto a capela de
su rebuzno sostenido y pausado. Al finalizar tomó la senda que traía y siguió
camino al pueblo para buscar la comida que le tenía su dueño. El zamuro
imitando al odioso burro también se sacudió y exclamó levantando la voz para
que lo escuchara.
-
Malayo
burro malcriado
que ya te había agarrado cariño,
te has portado como un niño
y no me tienes consideración,
mis servicios has despreciado
ayudo a quien está por morir,
le hago cómodo su partir
cuando le llegue la ocasión.
El zamuro respiró
profundamente, pero no para chillar como hizo el burro, sino para descargar su
lastimera desesperanza. Desde la mata de yaque miró hacia los lados buscando
distancia para despegar vuelo, esta vez para irse de nuevo a relamer su
desgracia agarrado del pescuezo de la lámpara del alumbrado. Echó una sosegada
mirada al tenue y quieto atardecer que sin muchos espavientos mostraba la lenta
zambullida de aquella madura esfera dorada atravesando la pulcra línea
horizontal. Era tanta la quietud en la escena que se pudo escuchar el chirriar
del sol cuando entro al mar.
Venezuela, Cabimas, 23-04-2020.
Me encanta el baturrillo de ideas cada fin de semana espero con ansia cada historia
ResponderEliminarGracias Gilma un abrazo. Tu comentario me emociona a la máxima potencia...ciao
EliminarMuy bueno!
ResponderEliminarGracias mijooo, dtbyta...bye
EliminarMuy bueno el mensaje.
ResponderEliminarGracias cumpa...saludos
Eliminarexcelente relato señor!
ResponderEliminarGracias cumpa...saludos
ResponderEliminarHellouuuú.. muy bueno!!
ResponderEliminarLo de boquinete..sería que encontró un cirujano maxilomafacial?te lo tengo!!
ResponderEliminarJajaja el boquinete fue del I..
ResponderEliminarGenial tío! Un abrazo
ResponderEliminarFrontado: cada vez que logro leer tus cuentos, cuando por la gracia del Señor el internet lo permite, me remontas a las historias de Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez. Felicitaciones hno querido. Que los recuerdos e historias natales te sigan inspirando.
ResponderEliminarExcelente cada día mejor
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