domingo, 10 de octubre de 2021

LLEGÓ LA SABROSITA

Por Humberto Frontado


          -        
¡Muchacho, déjate de rascar ahí!… se ve tan vulgar – le decía molesta la señora a su pequeño hijo.

          -         ¡Mamá!... y cómo hago, eso me pica mucho – responde frotándose insistente el joven.

          -         ¡Ummm!... no creo que sea pá tanto – comenta despreocupada la señora volviendo a sus oficios.

           En la noche después de ver la telenovela, toda la familia se fue a dormir; pero el muchacho incomodo se levantó de la cama y se fue al baño para ver por qué le picaban tanto sus partes íntimas. Al bajarse el pantalón observó que tenía brotada la piel y de un color rojizo. Al ver aquello se subió rápidamente el pantalón y fue al cuarto de sus padres. Tímidamente tocó la puerta y se escuchó una voz profunda preguntar.

          -         ¿Qué pasó?

         -         Mamá tengo eso coloráo, ahí donde me pica – respondió el niño detrás de la puerta con voz baja y dolida.

          -         ¡Ya va! – exclamó la mujer levantándose de la cama.

         Abrió lentamente la puerta y le indicó al joven que entrara y fuera al baño. Después de prender la luz le pidió que le mostrara lo que tenía.

       -         ¡Dios mío mijo!... mira como tienes eso… tienes las bolas brotadas y colorás - exclamó sorprendida la madre.

          Al ver el grado de la lesión pensó rápidamente en qué le podía untar para calmar la comezón. Caviló un rato y se fue a la repisa que estaba encima del lavamanos, allí había tres frascos de agua de colonia: uno de Jean Marie Farina, uno de Pingüino y otro de Marazul. En la parte baja entre la caja de curitas y gasas encontró un pote de talco Menem mentolado para los pies.

         -         Échate allí un poco de este talco, eso te va a aliviar un momento y te va a mantener seco hasta que te duermas… mañana te voy a llevar al médico.

          El mocetón hizo lo que le había indicado su madre y se acostó. A medianoche aún sin poder dormir, el muchacho desesperado por buscar alivio se metió al baño y consiguió un envase con alcohol isopropílico. Agarró el frasco y se echó un poco en las manos y se frotó en las partes afectadas. Al principio sintió un frío apacible que le calmó la picazón, pero unos segundos después se convirtió en un infernal calor. Las grietas en la piel que estaban al rojo vivo explotaron en un intenso dolor. El muchacho lanzó un agudo grito que rompió el silencio de esa noche, despertando a todos en de la casa. Salió del baño corriendo hacia el cuarto y se colocó frente al abanico donde pudo calmar un poco el dolor; aun así no se escapó de recibir el cocotazo de su madre por haber hecho lo que hizo sin consultar.

           Temprano en la mañana la madre y el enfermo se fueron caminando hasta la clínica de la Compañía Shell. Al llegar al recinto y después de pedir la cita con el doctor se fueron a tomar asiento. Al entrar al pasillo de los consultorios la doña quedó sorprendida, por primera vez había tantos chicos con sus madres ocupando todas las bancas. Igual que otras mujeres presentes, aguardó parada con su doliente hijo hasta ser llamada. Cuando conversó con la mujer que tenía al lado, ésta le comenta.

        -   La mujer que acaba de salir con su hijo dijo que el doctor le había diagnosticado escabiosis.

           -       ¡Ah pues!... ahora ese es el nuevo nombre que le pusieron a la sarna – comentó otra señora que estaba cerca y había escuchado la conversación.

          -        Dicen que esta epidemia de sarna la están llamando “la Sabrosita” y que viene desde Colombia.

          Jóvenes de todas las edades, quejándose y moviéndose sin disimulo por no poder aguantar la picazón, no dejaban de ir al baño a buscar algo de alivio con las uñas por encima del pantalón. Ese día los médicos tuvieron que pedir auxilio con medicinas a otras instituciones médicas. En términos generales la clínica parecía uno de los pasillos de la Escuela Esteller durante la hora del recreo; todos hablando, quejándose, gritando y corriendo por los pasillos, hasta que entró el señor que repartía los récords y les llamó la atención.

             Cuando la señora, después de la larga espera, entró al consultorio el médico extenuado exclamó.

           -         ¡Otro más!… dios mío esto es fin de mundo!

           Ni se tomó el trabajo de auscultar al chico, agarró el talonario de récipes y le indicó el mismo tratamiento que había recetado al resto de los muchachos. En la farmacia de la Clínica ya se había agotado el medicamento, así que estaban dando una orden para retirarla en la farmacia comercial autorizada más cercana. En las indicaciones estaba bien claro el reposo absoluto. Cuando el muchacho curioseó lo escrito en el papel, levantó la mirada y dijo.

           -         ¿Otra vez me van a pintar de blanco?

           El muchacho pensaba que el tratamiento era Caladril, el mismo que había usado para la Lechinas y el Sarampión. Esta vez el tratamiento sería con la crema de Permetrina, había demostrado que era la fórmula mágica. En la casa siguió el tratamiento al pie de la letra, un embadurnamiento con la crema de pies a cabeza después del baño y antes de ir a dormir; aguantar las ganas de rascarse y menos con las uñas. EL tratamiento debía cumplirse entre tres y cuatro semanas, dependiendo de la gravedad del caso.

           Así como el joven, también sucumbieron con menor intensidad a la ramplona enfermedad el hermano mayor y dos de sus hermanas. La previsiva madre a la más mínima aparición de algún síntoma los cubría con un brochazo de la blanquecina e infalible crema.  Cuando se le agotaba el medicamento, asistía a la clínica sin los enfermos para evitar contagios y solicitaba la medicina sin problemas. Uno de los hijos a manera de chanza, comentó en una oportunidad que ya había suficiente pintura para pintar la sala de la casa para diciembre.

           Según los médicos, todos los campos en Lagunillas habían sucumbido a la sorpresiva enfermedad, y que se había propagado por el contacto directo entre los niños; aunque al principio decían que se esparcía por el agua. Lo cierto es que se determinó que la contaminación comenzó en la escuela la semana de los exámenes finales, acelerándose durante el comienzo del período vacacional. Expuesto los chicos a la agitada actividad, el calor y la falta de limpieza exacerbó la propagación del prurito.

           Aunque lo primera recomendación era que no se debía rascar, la enfermedad incluía en su proceso una especie de hipnotismo cutáneo que emplazaba a las uñas con un gusto apetecible a que entraran en la piel y la desgarraran con ansias.

           Esas semanas de cautiverio fueron un martirio para los muchachos ya que no podían salir de casa; y para las madres que los tenían en la casa todo el día, desde que se levantaban de la cama brincando y echando lavativa. No podían salir a elevar volantín con la ayuda del sol y los vientos agostinos, no hubo juego de metras con sus levas, ni siquiera una tirada de trompo. Allí estaban paseándose por la casa como inquietos fantasmas blanquecinos.

           La acción profiláctica practicada por el departamento sanitario y medico de las compañías fue del todo muy eficaz, igual había sido con las otras enfermedades que nos habían visitado con anterioridad. Anualmente se llevaban a cabo fumigaciones con DDT en todas las casas para evitar el mal de Chagas y el Paludismo, después se prohibió su uso. Había programa de vacunación masiva contra la poliomielitis, así como la aplicación de la vacuna BCG contra la tuberculosis. Estas acciones higiénicas y de salud mermaron la aparición de varias enfermedades como la Difteria, Paperas, Sarampión, Lechina, etc, etc.

           Era común escuchar decir a los muchachos recuperados de la sabrosita,  que por más que se aguantaban las ganas de rascarse, surgía una necesidad imperiosa de hacerlo y luego no se podía parar; cuando uno se echaba uñas  se sentía un alivio tan sabroso, que más tarde se transformaba en algo desagradable e irritante. Por eso el sabio dicho de: “Sarna con gusto no pica y si pica no mortifica”.

 

Venezuela, Cabimas, 09-10-2021

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

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