Por: Humberto Frontado
Hoy
seis de enero, ya con el sol a cuestas, alcancé la procesión del Santo Negro
frente al Hospital General de Cabimas, justo en la plaza de los chimbangles. Busqué
una buena ubicación y comencé a moverme rítmicamente, siguiendo los vaivenes
que marcan los tambores “culo e’ puya” de los autómatas chimbangleros. Sentí por
un instante que entraba inconscientemente a las fauces de una inmensa serpiente
que engullía todo a su paso.
La gente se movía al
unísono en un frenético movimiento parkinsoniano, era como si llevaban el
propósito intrínseco y desesperado de desgastar la suela de los zapatos. Como
pude me desplacé lentamente entre aquella pegajosa masa humana. Llegué al foco
de incandescencia, el cráter del volcán donde expelía a raudales lenguarada de
alcohol purificante. Por fin lo ví de cerca, estaba dando tumbos por todos
lados el empapado y bendecido San Benito.
Poniéndome las dos manos de visera para
que no me cayera ron en los ojos logré ver a detalle el obsidiano rostro del Santo
Bueno. A partir de allí, impregnado
hasta el tuétano del traqueteo rítmico, me dejé acarrear por la aglutinada
turba a través de toda la avenida Andrés Bello. Busqué estar siempre en los
bordes del enjambre humano, aprovechando cualquier sombra que mermara el llameante
acoso del impío sol que, por cierto, para estos días es extremo. También estaba
presto en tener una ruta alterna de escape por si se presentaba alguna reyerta.
Ya cayendo la noche, después de completar el
recorrido hasta la catedral de Cabimas y sin hechos pecaminosos que lamentar, vimos
hacer entrega triunfal del estropeado y empapado San Benito bajo la custodia
policial. Todavía seguíamos bailando, pero ahora en piloto automático, el grupo
de amigos sanbeniteros que habíamos formado llegó a su mínima expresión. Uno de
los muchachos lanzó una invitación al aire para los que quedábamos; sólo cuatro
aceptamos, los demás recularon y se despidieron. El generoso anfitrión nos
llevó por una de las calles próxima a la iglesia y nos hizo entrar a una vieja
construcción que tenía una sala grande y muchos cuartos alrededor. Nos brindó
unas cervezas que tenía en una cava con hielo y repartió una bolsa gigante de “cheetos”.
Compartimos un rato hablando del
recorrido, completamos con unos chistes hasta acabar con las cervezas y la
comida. Buscando compensar las atenciones del fortuito amigo me puse a limpiar
la pequeña mesa. Uno de los muchachos recogía las botellas de cerveza que tenían
algo de contenido, lo vaciaba en una jarra con hielo y luego nos repartía. Así estuvimos
un rato más hasta dejar limpio el lugar y habernos bebido todo el recogidito de
cerveza.
Caminé por el recinto, para estirar mis
adoloridas piernas, hasta verme en otro espacio de aquel amplio lugar; observé
una gran hamaca, que colgaba de unas alcayatas metálicas; tenía un gran volumen
que delataba la presencia de alguien internamente. Me acerqué lentamente hasta
llegar frente a aquella canoa multicolor, observé acostada una señora ya mayor.
La dama estaba sumergida en un líquido rojizo y sólo sobresalía su cabeza. Aquel
fluido tenía una gran cantidad de partículas que flotaban. Me acerqué a la
hamaca porque vi que comenzaba a derramarse paulatinamente aquella sopa por uno
de los lados. Al momento de tocar el borde, queriéndolo nivelar, la mujer sin
mover la cabeza me observó, por el rabo del ojo, y me dijo calmadamente.
-
Ten
cuidado, hazlo suavecito, porque si no se va vaciar todo.
Obedecí a la señora y subí mansamente el borde de la hamaca. Por un
momento cruzó por mi mente que un raudal sanguinolento iba a inundar toda la
habitación. Controlado el derrame di un paso parsimonioso de retirada hasta
tener distancia y detallar aquella misteriosa escena. Aquella gran hamaca goajira
de exuberantes colores estaba cubierta internamente con una gran bolsa negra,
de la que se usa para la basura, cortada a lo largo. De pronto me invadió la duda sobre cómo aquella
señora llenaría de líquido aquella colorida embarcación.
-
¿Qué
ves raro? – me sorprendió, con su capciosa pregunta la acuática señora
Tenía los ojos cerrados y levantó
sutilmente un poco su barbilla ante la proximidad del líquido en su boca.
-
Es que
tengo una duda. ¿Cómo hizo para llenar la hamaca con ese líquido, sin que se
botara?... le dije, rascándome la cabeza.
-
La
práctica lo hace todo, contestó en un
tono altivo y continuó: una vez que lleno la hamaca de la lavativa, me subo a
la banqueta y me voy metiendo cuidadosamente, … terminó de responder sonriendo
y abriendo sus grandes ojos negros.
-
¿Y para
qué hace usted eso?... inquirí también sonriente.
-
Es que
tengo un problema crónico de psoriasis y encuentro alivio sumergiéndome en este
líquido, contestó cerrando nuevamente sus ojos.
-
Disculpe
la pregunta, indagué apenado, ¿Qué es ese líquido?
-
Esto es
un lavatorio que me hago; está compuesto de semillas de granadas, flores de
amapolas y algunas sales. Todo esto en agua de lluvia serenada. Completo el
tratamiento con una exposición de veinte minutos al sol, lo cual me ayuda
mucho. Este es un tratamiento, rico en vitamina “D”, que me recetó el doctor
Charelys, … contestó reposada la voluminosa dama.
-
Ah sí,
yo he escuchado mucho sobre ese célebre doctor de aquí de Cabimas. Me han dicho
que es muy bueno en enfermedades de la piel. Se dice que es Rosa Cruz, Masón y
le mete a la brujería, …comenté temeroso, pensando que se podía manifestar con
una mala contesta.
-
Bueno,
en verdad este remedio me ha ayudado mucho, llevo cinco años tomando estos
lavatorios. El estrés y el calor de estos días, por los cortes eléctricos, han
arreciado el problema y se hace cada vez más grave; ahora tengo que hacer la
sumersión cada dos semanas por mes, lo que antes hacía una vez, …me respondió apacible,
como si quisiera seguir hablando.
En ese momento escuché hablar nuevamente a
los muchachos en la habitación contigua y creí oportuno dejar a la señora,
considerando que había invadido su intimidad un largo tiempo, ya que estaba en
paños menores. Me retiré deseándole avances con su tratamiento y ella me
respondió con un pícaro guiño de su ojo izquierdo.
Salí de aquella extensa sala al encuentro
de los amigos sanbeniteros
que había conocido. Los encontré en la sala de la casa comiéndose unos
calabazates, que según ellos estaban demasiados secos. Compartieron conmigo y
en confianza les comenté sobre el encuentro que había tenido con aquella
misteriosa mujer. Uno de los muchachos, el más extrovertido, exclamó.
-
¡Ah sí!
…la señora Cleotilde y sus locas creencias.
-
¿Por qué
dices eso? … le pregunté intrigado.
-
¿Seguro
la vistes sumergida en su lavatorio? … me preguntó
otro de los cuasi amigos.
-
¡Si, así
es! …le contesté, esperando más información aclaratoria.
-
Bueno, …ese
lavatorio no es más que una limpieza de cuerpo, para despojarse de las malas
influencias. La gorda cree que hay varias personas que le han hecho brujerías.
Con ese baño ella se está despojando de la pava, mal de ojo y otras vainas que
le hayan echado. La vieja morsa dice que la lavativa le devuelve su limpieza
original y la deja sin mancha. No te parece eso toda una locura – terminó
diciendo el joven.
-
¡Me jodió
y bien jodío la muérgana vieja! … exclamé desconcertado, y con su cara bien
lavada.
19-11-2019
Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez
Este es un relato que describe muy por envima las costumbres, creencias y cultura de Cabimas, un pueblo que se niega a morir. Su adoración al Santo Negro tiene un significado tácito de correspondencia obligada: tú me ayudas y nosotros te mantenemos vivo en el tiempo. La entrega apasionada de los chimbangleros y los sanbeniteros a la procesión bajo en inclemente sol, solo es posible por esa fe ciega que le tienen al negro milagroso. Por otra parte, todavía hay personas que, aunque estén bajo la protección de Dios y de todos los santos del cielo, no dejan de reforzar su cúpula de amparo con algunos resguardos extras para la pava y la mavita.
ResponderEliminarMuy cierto esto de las creencias de un pueblo que como señalas se niega a morir
ResponderEliminarFelicidades por tu excelente recreación cultural