Por Humberto Frontado
Voy y
vengo,
nunca ceso,
trabado al tiempo no me detengo,
tampoco espero.
Detrás
de mí hay un pacífico mar
en cuyo sosegado fondo
monstruos escriben increíbles historias.
Mi
impertinencia es inconmensurable,
alrededor se ciñen todos a mi vaivén,
de enigmas y perpetuas carcajadas.
Veo
al altanero e irrespetuoso marino.
Cuánto me río de su inocencia.
¡Ay… si supiera!
No
necesito zarandear con fuerza
a quien adornado de feas verdades
pretende compartir su botín.
Más
de uno ha sucumbido
ante mi paciente y silencioso bamboleo,
sus mismas fábulas y terquedad
lo hunden al abismo.
He de
luchar toda mi vida
por el gusto de mostrar continuo
mi dócil rostro que nunca será el mismo.
Hay
quien dice ser mi amigo
y me pregunta sobre cosas:
de la sublimidad,
de su hastío,
luego se va sin escucharme.
Demasiado
tiempo
abarcando la inmensidad del espíritu
hacen que muera por hambre de espera.
Mi
felicidad trasciende la calma,
al no despreciar mi amada orilla
que eterna me espera.
24-08-2025
Corrector de estilo: Elizabeth
Sánchez.
El poema personifica las olas como testigos cínicos de la fragilidad humana, dotando al mar de una voz que mezcla sabiduría ancestral e ironía.
ResponderEliminar