miércoles, 29 de enero de 2020

EL CAMALEÓN DESNUDO



     Érase una vez en un bello castillo en la ciudad de Madagascar donde vivía una hermosa princesa que había pedido para su décimo cumpleaños un camaleón como mascota. Ante el pedido de la pequeña hija sus padres, el rey y la reina, buscaron apresurados al mayordomo para que localizara un hermoso camaleón para la niña. Después de un tercer día, muy impaciente y apenado, el sirviente se presentó ante el rey y le comentó que había buscado por toda la isla y no había podido encontrar nada. Explicó que la caza indiscriminada del pequeño reptil, para su exportación como mascota, lo había exterminado en la región. El rey angustiado le pide al mayordomo halle una solución inmediatamente ya que el día siguiente era el cumpleaños de la princesa y había que cumplir su deseo.
     El día esperado llegó a galope y con él los invitados; vinieron en grandes limosinas, trayendo una descomunal cantidad de regalos para la princesa. La pequeña no le dió mucha importancia a los obsequios, porque ya prácticamente los tenia todos. Solo esperaba ansiosa a su preciado camaleón. De pronto el rey hizo un ademán con su mano y apareció su obediente mayordomo con un hermoso camaleón ataviado con un precioso vestido hecho a la medida; con encajes y detalles hechos con hilo dorado. El pequeño animal venía acompañado de un baúl repleto de pequeños vestidos de todos los colores uno para cada ocasión. La princesa quedó impresionada y complacida por tan hermoso regalo. Aquello iba a ser la envidia de todos sus amiguitos.
     Pasaban los días y aquella niña, dependiendo del momento, sacaba a pasear su camaleón con el atuendo propicio de un integrante de la nobleza. Todo iba bien en el castillo hasta que un aciago día se despertó la princesa y no vió a su amado camaleón. Buscó por todas partes y notó que el pequeño animal había escapado sin su ropaje. Comenzó a gritar angustiada diciendo que su camaleón se había marchado desnudo. El rey dió inmediatamente voz de alerta a todos en la fortaleza y ordenó buscar por todos lados.
     No habiendo encontrado el diminuto experto en camuflaje decidió nombrar una comisión para buscar en todo el pueblo. Ya habían pasado tres días y la niña triste, no comía y solo pedía a sus padres le trajeran de vuelta su amada mascota. El lacayo con su comitiva se internó en el pueblo buscando en todas las intrincadas y delgadas calles, buscando casa por casa; hasta que llegaron a una donde había un niño con una mascota atada a una cuerda. El lacayo le preguntó.
      - ¿dónde has encontrado esa mascota?
    - la he hallado en las afueras del castillo cerca del camino – contestó el inocente párvulo.
     El guarda llaves hizo otras preguntas al niño y le hizo entender que esa era la mascota de la princesa y que debía devolverla; el niño estuvo de acuerdo.
     El servidor del reino compensó al joven invitándolo para que fuera él quien entregara el animalito a la princesa. Rápidamente la comisión regresó al castillo, entrando sigilosos para prepararle una sorpresa a la princesa. Las doncellas tomaron a la mascota y la vistieron con uno de los trajes más bellos. Al niño también lo emperifollaron y lo ataviaron para la ocasión especial con la princesa.
     Ya en el salón principal en presencia del rey y la reina llamaron a la heredera, quien ya sospechaba algo de la trama. El mayordomo tomó la palabra y le dijo a la princesa que habían encontrado su preciada mascota. Con un movimiento de su mano ordenó la entrada del chico al salón quien traía en sus regazos al pequeño animal. Cuando la princesa vio de nuevo su mascota corrió hacia el joven gritando.
      - ¡mi camaleón! ... ¡mi camaleón!
    El niño ante la bella niña extiende sus manos regresando la mascota, y diciendo en el momento.
-                      -  él no es un camaleón…es una iguanita.
     La niña tomó el animalito y vaciló un momento; miró al niño fijamente y comentó.
      - ¡si es verdad!... ya lo sabía, pero aun así lo quiero.
     Los dos chicos rieron a carcajadas contagiando a todos los presentes. La princesa tomo la palabra y dijo. 
      - Padre, de ahora en adelante, si no hay gasolina para la limosina o carroza, iremos entonces al pueblo montados en un burro.
     De nuevo todos echaron a reír a mandíbula batiente. El mayordomo levantó la voz diciendo. 
          - “colorín colorado este cuento se ha acabado y el que no echo gasolina hasta aquí ha llegado”

Cabimas, 26-09-19

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