Era un 24 de diciembre ya entrada la
noche. El cielo estaba despejado mostrando todas las constelaciones cósmicas en
su esplendor. En la calle se veía la muchachada corriendo, mientras rodaban,
con unas varillas, unos aros de rin de bicicleta. Otros jugaban al “tocaito”,
usando el poste que los alumbraba como base de libertad. Los ya mayorcitos explotaban
algunos cohetes, metiéndolos debajo de unas latas para aumentar la detonación; otros
raspaban algunos saltapericos. Toda la chiquillería estaba concentrada en su
actividad, haciendo tiempo para que se diera las doce de la noche y así ver,
por fin, lo que les había traído el niño Jesús.
A eso de las once y media un grupo
de muchachos que hablaban entre ellos, se quedaron pasmados cuando notaron que
en la obscuridad de la noche se veía, hacia uno de los cerros, una luz
titilante que se movía hacia arriba, se mantenía un rato, luego bajaba velozmente
y se convertía en muchos destellos. Los niños comenzaron a gritar, logrando
llamar la atención de algunas personas que estaban cerca. El espectáculo se
volvió a dar un poco más hacia la derecha, esta vez más alto y haciendo zigzag abruptamente,
de nuevo finalizó con muchos chispazos.
La gente asombrada comenzó a decir
que esas eran las mismas bolas de fuego que otrora habían aparecido por los
lados del Cerro Pelón. Solo que, esa vez las esferas de fuego eran más grandes,
venían de mucho más arriba y se dirigieron hasta la playa. El mar las engullo y
solo quedó una columna de humo en el sitio. La gente dice que se oyó un
estridente chirrido, semejante al que hace un sartén caliente cuando se le echa
agua. Un señor vestido con un gran palto negro dijo, señalando hacia el cerro.
- Esas
son cosas del demonio y, es castigo para los muchachos que se portaron mal este
año.
Una señora que lo escuchó hablar
exclamó molesta.
- !Cállate
Mojito! que vas a asustar a los muchachos. Anda pa´que Pedrito a seguir
bebiendo.
De nuevo salió la luz, otra vez
desplazándose un poco a la derecha. Pero haciendo círculos con destellos hasta
desaparecer. Ya era mucha más la gente que estaban viendo el espectáculo de las
bolas de fuego, en el pueblo de Valle Seco. Hubo un espectador que incito al
resto de la gente a ir al lugar para averiguar de dónde venían las luces y
porque ocurría el fenómeno. La gente se persignaba y decían algunas oraciones
con la esperanza de que se aplacara la furia de satanás y que fuera más tolerante
con los niños desobedientes. La cuestión fue que no se repitió más el
espectáculo de luces por el resto de la noche. Las personas ya calmadas regresaron
a sus casas. El niño Jesús llegó puntual, aunque solo para algunos, para los
que se habían portado bien. El resto esa noche no durmió pensando en las
palabras que había dicho el viejo Mojito.
Temprano en la mañana apareció el
jefe civil. Caminaba entre los chicos que contentos jugaban en la calle, con lo
que el niño Jesús les había traído. La gente se extrañaba por la presencia del
personaje y más sabiendo que ese era día de dormir hasta tarde, inclusive hasta
para la máxima autoridad. La gente se decía: para que haya venido a pie desde el
Cardón, tenía que ser por algo muy importante. Probablemente por algún problema
de pelea en el bar o en alguna casa entre marido y mujer.
- ¿Qué te
trae por aquí Benito? – preguntó Lolo desde dentro de su bodega.
El jefe se acercó hasta el mostrador de la bodega y, quitándose el sombrero,
le pregunto al viejo.
- Lolo… ¿qué
has oído decir sobre unas luces que aparecieron anoche por los cerros?
El viejo bodeguero hizo una mueca de duda con su boca y le contestó.
- Benito,
en verdad yo me acosté temprano y no supe nada de nada; pero. Chón me contó que
en la mañana la vecina le dijo que ayer en el cerro aparecieron tres luces que
se movían haciendo piruetas en el aire y luego caían haciendo unos destellos.
Eso fue antes de las doce de la noche.
El Jefe Civil se despidió y continuó
interrogando a otros vecinos de Valle Seco sin encontrar muchos detalles. Les
dejó dicho que: si encuentran alguna información adicional, sobre el evento, por
favor me lo hacen saber.
Ya habían pasado dos semanas después
del espectro de las luces, cuando se apareció nuevamente el Jefe Civil ahora
acompañado de dos policías. Llegaron directamente a la casa de Juanita Pacheco
buscando a su hijo mayor llamado Orlando. Lo levantaron de su hamaca y, aún sin
cepillarse los dientes, se lo llevaron sin darle explicación a su madre. En el
mismo recorrido fueron también a las casas de Congo y de Buche e’ perico y los
detuvieron de la misma forma; a los tres se los llevaron a la comisaria.
El Comisario los interrogó y los
chicos confesaron su delito. Los detuvieron por tres días, uno por cada uno de
ellos, y le dieron como castigo barrer y pintar toda la plaza Bolívar en una semana. La mamá de Orlando
preocupada, llegó a la comandancia para que la máxima autoridad, su suegro, le
explicara por qué había detenido a su muchacho. El señor comisario pidió a la
señora Juanita que se calmara y tomara asiento, que ya le iba a contar todo; comenzó
diciendo.
- ¡Mira
mujer estos tres muchachos son unos demonios! Resulta que, el día veintitrés de
este mes, con una trampa de varejón, que se usa para agarrar conejos, lograron
atrapar tres Zamuros; los metieron en unos sacos de fique, y los escondieron debajo
de unas retamas en la quebrada del cerro. Cuando llegó el día veinticuatro, se
fueron escondidos en la noche y regresaron al sitio donde tenían las aves de
rapiña. Allí esperaron agazapados, hablando en voz baja sobre el maquiavélico plan,
hasta las once y media de la noche. En ese momento cada uno tomo un pajarraco y
les empaparon el plumaje con querosén. Se separaron, cada uno tomo posición en
un cerro diferente. Comenzando por la izquierda fueron prendiendo fuego a los guaraguaos, con
intervalos de tiempo de más o menos diez minutos. Los pobres zamuros, envuelto
en llamas, volaban sin orientación, en medio de la oscuridad, todos
despavoridos hasta que se estrellaban contra el suelo, botando chispas y
terminando de morir; esos eran los destellos que la gente veía al final de cada
bola de fuego. Todo esto que les estoy contando lo supimos gracias al bocón de Buche
e´ perico. Él se rascó hace días en el bar de Pedrito y se puso a alardear y a contar
de su gran hazaña a las personas que estaban allí, sin saber que entre ellas había
un policía que estaba de descanso.
- Así que... ¿qué te parece Juanita?
La señora Pacheco,
apenada por lo sucedido, se levantó de la silla y alzando la voz, para que la
escucharan los tres reos que estaban en el calabozo, exclamó llena de cólera.
- Si yo
fuera el Jefe Civil de Coche los hubiera castigado, por bandidos y
desvergonzados, con un año de cárcel y limpiando a Coche de cabo a rabo.
Venezuela, Cabimas, 18-12-2019.
Seré el primero en comentar.
ResponderEliminarMe encanta el estilo de antaño y fresco. Y el final inesperado. Estaré atento y esperando el siguiente
Bravo Humberto Frontado, felicitaciones por tu talento. Te deseo mucho éxito y mucha inspiración para que sigas alimentando este Blick. Éxito.
ResponderEliminarMuy bueno, felicitaciones.
ResponderEliminarGracias a todos por sus comentarios y apoyo...
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