martes, 28 de enero de 2020

EL ARBOL DE ÑOÑA


     Me encontraba caminando por la calle Rosario de Cabimas, dirigiéndome hacia el Banco Mercantil. Era una mañana nublada con indicios de que había llovido más temprano; el agua aún corría apacible por la orilla de la carretera. Más adelante noté que parte del agua que movía por la vía caía directamente en un gran hueco que tenía la carretera. Aquella abertura en el asfalto dejaba ver la tubería dañada de la cloaca principal.
      Seguí caminando y ya casi llegando al banco observé que venía hacia mí una persona que tenía años que no veía; se trataba de un viejo compañero de estudio y luego del trabajo. Él también me reconoció, era Husein Abdala Sleit. Nos estrechamos las manos y nos dimos un fraternal abrazo.
     Comenzamos a hablar de lo que hacíamos en el momento; él me dijo que estaba retirado del trabajo y que estaba visitando a su familia aquí en Venezuela. Le pregunte si estaba viviendo en su país natal (Líbano) y me dijo que allí estaba la cosa peor que aquí y que ahora vivía en Colombia. Me hizo señas para que nos sentáramos en una banca debajo de un árbol de neem, cercano a la acera, donde revoloteaban algunos pájaros.
     Continuamos hablando evocando el tiempo cuando trabajos juntos; en la antigua compañía Lagoven, que luego sería parte de Pdvsa. Ya después de estar hablando emocionados, un buen rato, observe que del árbol cayó algo sobre la cabeza de mi amigo, y él rápidamente se lo sacudió con la mano. Se da cuenta que es algo húmedo y pegajoso. Insiste en quitárselo y al llevarse la mano a la nariz nota que tiene mal olor. Sacó su pañuelo del bolsillo y se limpió algo molesto. 
    Buscándole explicación a lo sucedido nos pusimos a mirar el árbol y su alrededor, y notamos algo curioso. Quedamos absortos cuando presenciamos que los pájaros que aleteaban en el sitio estaban trabajando recogiendo con sus patas parte del excremento expuesto en la cloaca, abierta al aire libre, y volando lo depositaban en las ramas y follaje del aquel maltrecho árbol
     La exposición de aquel nauseabundo desecho atraía a un gran número de moscas que lo usaban para depositar sus larvas. Más tarde, en el proceso de reproducción, aquellos diminutos huevecillos se convertían en suculentos gusanos que luego eran devorados gustosamente por los pájaros. Así concluía ese autárquico proceso productivo y de alimentación de aquellas pacientes e inteligentes aves. Aclarado el asunto Husein expresó, frunciendo el ceño, unas palabras en árabe; se despidió y siguió quitándose obstinado todavía parte de lo que le había caído en la cabeza.

Venezuela, Cabimas, 20-05-18

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