domingo, 2 de febrero de 2020

CREMATORIO D´EMPAIRE




    Domingo en la tarde ya presto para salir de Lagunillas hacía Cabimas. Me sentía un poco angustiado porque iba a dar comienzo a una nueva experiencia. Iría a una nueva ciudad a continuar mis estudios, lo haría en la Escuela Técnica Industrial de Cabimas. Rompí mi pesadumbre cuando mi padre con un chiflido característico indicaba que estaba listo para partir. Mamá aceleró el paso, con lo que me había preparado para el viaje, y se introdujeron al carro, un nuevo y flamante “Ford Falcón” de 1972. Me despedí de mis hermanos con una mirada rasa que terminó violentamente al lado opuesto para que no notaran mis copiosas lágrimas. Me subí al carro como un vacío autómata y mi melancolía fue tal que dejé fija mi mirada en el paisaje, todo el trayecto, sin ver nada.
    Llegamos a la casa donde me iba a hospedar, era de unos tíos. Me dieron la bienvenida, luego charlaron un largo rato con mis padres hasta que llegó el momento de despedirse. Fueron hasta la puerta principal, allí hablaron un poco más y se despidieron nuevamente. Mis papas me echaron la bendición, y mi madre me dijo al oído.
    - Ya sabes, te portas bien y le haces caso a tus tíos.
    Terminando de darme sus concejos y aun inclinada hacia mí, dejó caer disimuladamente unas monedas en el bolsillo del pantalón. Ya metidos en el carro para irse, sentí de pronto las ganas de echarle garras a la manilla de la puerta del carro y regresar con ellos. Solo vi que se alejaban y mis ojos se empañaron otra vez por un raudal de lágrimas que rápidamente enjugué con mis manos. Mis tíos notaron mi pesar y me consolaron con un sutil apretón de hombro y diciendo.
    - Tranquilo, ya te vas a acostumbrar.
    Con unas palmadas en la espalda, que sirvieron de impulso, terminé de entrar a la casa; me llevaron a conocer la habitación que iba a ocupar. Aquel espacio era inmenso, comparado con el que tenía disponible en mi casa. Había un abanico de techo y la cama era un catre de lona. Abrieron la puerta del fondo para que explorara un poco, por mi cuenta, y vi una voluminosa planta de níspero a un lado del terreno. Al lado izquierdo de la casa, dando hacia el frente, mi tía poseía un pequeño jardín con unas matas de rosas rojas y blancas; también margaritas de varios colores.
    Después de estar un buen rato, recorriendo el amplio patio, caí en cuenta que estaba respirando un raro olor algo penetrante. Busqué con la vista el origen de aquel extraño hedor y noté una pequeña nube blanca, que se disipaba, por encima de unos árboles vecinos, y se ubicaba justamente en el extremo izquierdo de la cerca de bloque que daba al fondo. Comenté en silencio.
    - Seguro son los vecinos quemando basura en el patio.
    Me introduje en la casa para librarme del pestilente tufo y también para revisar mi pantalón, para ver cuánto me había dado mi bondadosa madre.
    Comencé las clases el día después, el instituto técnico quedaba relativamente cerca, como unos diez minutos caminando. Asistía dos turnos y al mediodía venia almorzar con mi tía. Ese primer día de clase y ya de regreso en la tarde, llegando a la casa, me consigo nuevamente con el olor del día anterior. Aquel fatídico aroma inundaba todo el sector. Entré a la casa y dejé los libros en el cuarto y rápidamente fui al fondo de la casa para cerciorarme del origen de aquella fétida emanación y allí estaba, la humarada saliendo del mismo lugar. Adentro en la casa y ya sentado para almorzar emplacé a mi tía y le pregunté sobre la incómoda esencia y me dijo con toda su calma.
    - ¡ah sí!... eso es que se ponen a quemar basura en el fondo de la casa; eso es en el hospital D´Empaire. Ya cuando nosotros llegamos aquí nos encontramos con ese olor y nos acostumbramos a vivir con él.
    El segundo día, después de haber cenado y hecho las tareas, fui a una bodeguita, ubicada en la esquina de la calle, donde vendían dulces caseros. Con el dinero que tenía compre un calabazate que según la vendedora estaban recién hechos. Aproveche el momento para comentarle a la doña sobre el olor que inundaba la barriada y me dijo bajando la voz.
    - ¡Ah sí! …ese humo sale del crematorio del hospital. Eso tiene tiempo.
    La viejita hizo una mueca con su boca, mostrando su inconformidad. Regresé a la casa y me fui directo al cuarto. Con toda la parsimonia de alguien que degluta una exquisitez, me fui comiendo el suculento calabazate, estaba crujiente y tierno por dentro. Disfruté tanto aquel bocadillo que lo del hedor lo obvié por un momento. Me acosté y nada, no podía conciliar el sueño, el pestilente aroma anegaba todo mi cuarto. Le di toda la velocidad al abanico y no logre ningún resultado. Me levante en la oscuridad y detalle la pared donde tenía recostada la cama de lona y observe que, en la parte superior, pegada al techo, había tres líneas de bloques agujereados cubiertos con una malla metálica que evitaba la entrada de los mosquitos. Concluí en silencio diciéndome.
    - Mi tía no tiene ese tipo de bloques en su cuarto. Con razón no la molesta el humo, pero yo que padezco problemas respiratorios la voy a pasar terrible.
    A partir de allí todas las noches eran lo mismo, un infierno para encontrar el sueño, no podía respirar por el humo y su repugnante extracto a carne chamuscada con otros indescifrables componentes. Así pasaron los otros tres días; mientras estaba ocupado en el instituto mi existencia se justificaba, pero, aquello cambiaba drásticamente al regresar a aquella parcela radioactiva.
    El viernes antes de levantarme, todavía sobre la lona de mi catre, me puse a pensar sobre la determinación de averiguar la procedencia o explicación de aquella molesta pestilencia. Mi mente hizo un rápido recorrido en el tiempo y recordé que ese día tenía taller de carpintería y salíamos temprano en la tarde, así tendría tiempo para averiguar el asunto antes de que llegaran mis padres a buscarme.
    Al sonar el timbre del recreo, que para nosotros los de los talleres significaba la señal de salida, raudo salí a mi extraña misión. Al pasar cerca del hospital el nefasto hedor estaba a su máxima expresión y la columna de humo se veía desde cierta distancia. Entre a la casa pedí la bendición y sin esperar la respuesta me dirigí rápidamente, con todo y cuadernos de clase, al fondo del terreno. Cuando me acerque a la pared del hospital escuche que había gente hablando. Busque en la lavandería dos cajas vacías de cervezas que tenía mi tío y las apile en el lado opuesto de donde provenían las voces. Cuando subí las cajas no lograba ver nada, faltaba más altura. Observé que en el jardín de las rosas estaba el cuñete para pintura que usaba mi tía para regarlas. Lo tomé y rápidamente lo coloqué encima de los vacíos de cerveza. Subí lentamente y por fin sobrepasé aquella tapia.
    Agazapado pude ver, por el borde de la cerca, a dos señores de espalda que abrían una puerta de lo que parecía un gran horno, ya que se veía internamente un intenso fuego. Sacaban de unos recipientes metálicos algunas bolsas y las echaban en el ardiente agujero. Encima del inmenso horno se levantaba una chimenea por donde salía el fatídico humo. En cauteloso silencio seguí viendo el trabajo de aquel par de señores hasta que sucedió algo que casi me hace trastabillar en el andamiaje. De uno de los acerados tobos, el empleado sacó un brazo humano y como si fuera un trozo de leña lo lanzó al horno. Continuaron con la faena y de un tazón metálico lanzaron, con cuidado de no salpicarse, una carga de restos sanguinolentos que parecían tripas. Aquel amasijo húmedo que lanzaron hizo que la chimenea expeliera una humareda mucho mayor. Todo el ambiente se impregnó de aquella pegajosa y maloliente fragancia.
    Con la vista enfocada en los dos empleados y su actividad no noté que por la salida del edificio apareció otro hombre que traía otros envases metálicos y me pilló. El tipo entregó los envases a sus amigos y luego se dirigió hacia donde estaba yo asomado. Inmediatamente me bajé como pude y me recosté a la pared, desde allí alcancé a escuchar los gritos de advertencia del señor.
   - ¡Hey! ...deje de estar averiguando nojoda o llamo a la policía.
    Continúe un rato pegado al muro, pasando el susto, hasta que ya no los sentí más. Desarmé el improvisado andamio y me fui al cuarto a pensar en la espantosa escena que había contemplado. En el cuarto espere callado hasta que llegaran mis padres a buscarme. En el camino a Lagunillas les conté todo lo sucedido y vieron el asunto como una loca aventura de un chiquillo travieso. El domingo de regreso y ya en la casa de mi tía decidí contarle también la historia, la cual escuchó sin ningún asombro y como si nada me dijo. 
    - Por más que denunciemos lo sucedido no van a hacer absolutamente nada. Nosotros tenemos ya dos años poniendo la queja en la alcaldía y nada. Siguen con la quemazón.
    Con esa respuesta de mi querida tía, me sentí frustrado al tal punto que ni me dió ganas de ir a la esquina a comprar calabazate y, sabiendo que estaban acabados de hacer los condenados.
    Terminé ese funesto primer año gracias a dios superando los obstáculos de salud. Los otros cincos años los estudie viajando de pasajero desde Lagunillas. Eso es otra historia.
    Tres años después el Hospital Dr. Adolfo D´Empaire fue mudado a una nueva edificación en la Avenida Andrés Bello de Ambrosio en el año 1967, donde la pestilente nube de humo, parece, que desapareció con la modernidad. 

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