Domingo en la tarde ya presto para salir de
Lagunillas hacía Cabimas. Me sentía un poco angustiado porque iba a dar
comienzo a una nueva experiencia. Iría a una nueva ciudad a continuar mis
estudios, lo haría en la Escuela Técnica Industrial de Cabimas. Rompí mi
pesadumbre cuando mi padre con un chiflido característico indicaba que estaba
listo para partir. Mamá aceleró el paso, con lo que me había preparado para el
viaje, y se introdujeron al carro, un nuevo y flamante “Ford Falcón” de 1972.
Me despedí de mis hermanos con una mirada rasa que terminó violentamente al
lado opuesto para que no notaran mis copiosas lágrimas. Me subí al carro como
un vacío autómata y mi melancolía fue tal que dejé fija mi mirada en el
paisaje, todo el trayecto, sin ver nada.
Llegamos a la casa donde me iba a hospedar,
era de unos tíos. Me dieron la bienvenida, luego charlaron un largo rato con
mis padres hasta que llegó el momento de despedirse. Fueron hasta la puerta
principal, allí hablaron un poco más y se despidieron nuevamente. Mis papas me
echaron la bendición, y mi madre me dijo al oído.
- Ya sabes, te portas bien y le
haces caso a tus tíos.
Terminando de darme sus concejos y aun inclinada
hacia mí, dejó caer disimuladamente unas monedas en el bolsillo del pantalón.
Ya metidos en el carro para irse, sentí de pronto las ganas de echarle garras a
la manilla de la puerta del carro y regresar con ellos. Solo vi que se alejaban
y mis ojos se empañaron otra vez por un raudal de lágrimas que rápidamente
enjugué con mis manos. Mis tíos notaron mi pesar y me consolaron con un sutil
apretón de hombro y diciendo.
- Tranquilo, ya te vas a acostumbrar.
Con unas palmadas en la espalda, que sirvieron de
impulso, terminé de entrar a la casa; me llevaron a conocer la habitación que
iba a ocupar. Aquel espacio era inmenso, comparado con el que tenía disponible
en mi casa. Había un abanico de techo y la cama era un catre de lona. Abrieron
la puerta del fondo para que explorara un poco, por mi cuenta, y vi una
voluminosa planta de níspero a un lado del terreno. Al lado izquierdo de la
casa, dando hacia el frente, mi tía poseía un pequeño jardín con unas matas de
rosas rojas y blancas; también margaritas de varios colores.
Después de estar un buen rato, recorriendo el
amplio patio, caí en cuenta que estaba respirando un raro olor algo penetrante. Busqué con la vista el
origen de aquel extraño hedor y noté una pequeña nube blanca, que se disipaba,
por encima de unos árboles vecinos, y se ubicaba justamente en el extremo
izquierdo de la cerca de bloque que daba al fondo. Comenté en silencio.
- Seguro son los vecinos quemando
basura en el patio.
Me introduje en la casa para librarme del
pestilente tufo y también para revisar mi pantalón, para ver cuánto me había
dado mi bondadosa madre.
Comencé las clases el día después, el instituto
técnico quedaba relativamente cerca, como unos diez minutos caminando. Asistía
dos turnos y al mediodía venia almorzar con mi tía. Ese primer día de clase y
ya de regreso en la tarde, llegando a la casa, me consigo nuevamente con el
olor del día anterior. Aquel fatídico aroma inundaba todo el sector. Entré a la
casa y dejé los libros en el cuarto y rápidamente fui al fondo de la casa para
cerciorarme del origen de aquella fétida emanación y allí estaba, la humarada
saliendo del mismo lugar. Adentro en la casa y ya sentado para almorzar emplacé
a mi tía y le pregunté sobre la incómoda esencia y me dijo con toda su calma.
- ¡ah sí!... eso es que se ponen
a quemar basura en el fondo de la casa; eso es en el hospital D´Empaire.
Ya cuando nosotros llegamos aquí nos encontramos con ese olor y nos
acostumbramos a vivir con él.
El segundo día, después de haber cenado y hecho las
tareas, fui a una bodeguita, ubicada en la esquina de la calle, donde vendían
dulces caseros. Con el dinero que tenía compre un calabazate que según la
vendedora estaban recién hechos. Aproveche el momento para comentarle a la doña
sobre el olor que inundaba la barriada y me dijo bajando la voz.
- ¡Ah sí! …ese humo sale del
crematorio del hospital. Eso tiene tiempo.
La viejita hizo una mueca con su boca, mostrando su
inconformidad. Regresé a la casa y me fui directo al cuarto. Con toda la
parsimonia de alguien que degluta una exquisitez, me fui comiendo el suculento
calabazate, estaba crujiente y tierno por dentro. Disfruté tanto aquel
bocadillo que lo del hedor lo obvié por un momento. Me acosté y nada, no podía
conciliar el sueño, el pestilente aroma anegaba todo mi cuarto. Le di toda la
velocidad al abanico y no logre ningún resultado. Me levante en la oscuridad y
detalle la pared donde tenía recostada la cama de lona y observe que, en la
parte superior, pegada al techo, había tres líneas de bloques agujereados
cubiertos con una malla metálica que evitaba la entrada de los mosquitos.
Concluí en silencio diciéndome.
- Mi tía no tiene ese tipo de
bloques en su cuarto. Con razón no la molesta el humo, pero yo que padezco
problemas respiratorios la voy a pasar terrible.
A partir de allí todas las noches eran lo mismo, un
infierno para encontrar el sueño, no podía respirar por el humo y su repugnante
extracto a carne chamuscada con otros indescifrables componentes. Así pasaron
los otros tres días; mientras estaba ocupado en el instituto mi existencia se
justificaba, pero, aquello cambiaba drásticamente al regresar a aquella parcela
radioactiva.
El viernes antes de levantarme, todavía sobre
la lona de mi catre, me puse a pensar sobre la determinación de averiguar la
procedencia o explicación de aquella molesta pestilencia. Mi mente hizo un
rápido recorrido en el tiempo y recordé que ese día tenía taller de carpintería
y salíamos temprano en la tarde, así tendría tiempo para averiguar el asunto
antes de que llegaran mis padres a buscarme.
Al sonar el timbre del recreo, que para nosotros
los de los talleres significaba la señal de salida, raudo salí a mi extraña
misión. Al pasar cerca del hospital el nefasto hedor estaba a su máxima
expresión y la columna de humo se veía desde cierta distancia. Entre a la casa
pedí la bendición y sin esperar la respuesta me dirigí rápidamente, con todo y
cuadernos de clase, al fondo del terreno. Cuando me acerque a la pared del
hospital escuche que había gente hablando. Busque en la lavandería dos cajas
vacías de cervezas que tenía mi tío y las apile en el lado opuesto de donde
provenían las voces. Cuando subí las cajas no lograba ver nada, faltaba más
altura. Observé que en el jardín de las rosas estaba el cuñete para pintura que
usaba mi tía para regarlas. Lo tomé y rápidamente lo coloqué encima de los
vacíos de cerveza. Subí lentamente y por fin sobrepasé aquella tapia.
Agazapado pude ver, por el borde de la cerca,
a dos señores de espalda que abrían una puerta de lo que parecía un gran horno,
ya que se veía internamente un intenso fuego. Sacaban de unos recipientes
metálicos algunas bolsas y las echaban en el ardiente agujero. Encima del
inmenso horno se levantaba una chimenea por donde salía el fatídico humo. En
cauteloso silencio seguí viendo el trabajo de aquel par de señores hasta que
sucedió algo que casi me hace trastabillar en el andamiaje. De uno de los
acerados tobos, el empleado sacó un brazo humano y como si fuera un trozo de
leña lo lanzó al horno. Continuaron con la faena y de un tazón metálico
lanzaron, con cuidado de no salpicarse, una carga de restos sanguinolentos que
parecían tripas. Aquel amasijo húmedo que lanzaron hizo que la chimenea expeliera
una humareda mucho mayor. Todo el ambiente se impregnó de aquella pegajosa y
maloliente fragancia.
Con la vista enfocada en los dos empleados y
su actividad no noté que por la salida del edificio apareció otro hombre que
traía otros envases metálicos y me pilló. El tipo entregó los envases a sus
amigos y luego se dirigió hacia donde estaba yo asomado. Inmediatamente me bajé
como pude y me recosté a la pared, desde allí alcancé a escuchar los gritos de
advertencia del señor.
- ¡Hey! ...deje de estar averiguando
nojoda o llamo a la policía.
Continúe un rato pegado al muro, pasando el susto,
hasta que ya no los sentí más. Desarmé el improvisado andamio y me fui al
cuarto a pensar en la espantosa escena que había contemplado. En el cuarto
espere callado hasta que llegaran mis padres a buscarme. En el camino a
Lagunillas les conté todo lo sucedido y vieron el asunto como una loca aventura
de un chiquillo travieso. El domingo de regreso y ya en la casa de mi tía
decidí contarle también la historia, la cual escuchó sin ningún asombro y como
si nada me dijo.
- Por más que denunciemos lo
sucedido no van a hacer absolutamente nada. Nosotros tenemos ya dos años
poniendo la queja en la alcaldía y nada. Siguen con la quemazón.
Con esa respuesta de mi querida tía, me sentí
frustrado al tal punto que ni me dió ganas de ir a la esquina a comprar
calabazate y, sabiendo que estaban acabados de hacer los condenados.
Terminé ese funesto primer año gracias a dios
superando los obstáculos de salud. Los otros cincos años los estudie viajando
de pasajero desde Lagunillas. Eso es otra historia.
Tres años después el Hospital Dr. Adolfo D´Empaire
fue mudado a una nueva edificación en la Avenida Andrés Bello de Ambrosio en el
año 1967, donde la pestilente nube de humo, parece, que desapareció con la
modernidad.
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