lunes, 17 de febrero de 2020

¡¿QUIÉN TE HABRÁ CORTAO´ER MARUTO?!



Por: Humberto Frontado


     ¡¿Quién te habrá cortaoér maruto?! es una vieja expresión del oriente del país y se usa para reprocharle, odiosamente y con cierto matiz de jocosidad, a alguien que acaba de meter la pata en una acción. Ese mal proceder de la persona, al que nos referimos, puede ser con o sin intención y a veces por equivocación. En la isla de Coche, donde su uso es frecuente, la reprimenda se hace, más que todo, a un conocido o a un familiar ya que puede traer efectos colaterales.
     La expresión, en su contexto, responsabiliza directamente al individuo que ejecutó el corte del cordón umbilical durante el parto del torpe cristiano. Se cree que el partero en su labor deja cierto fulgor de su condición espiritual y emocional en el atendido. En tiempos remotos se acostumbraba que el trabajo de alumbramiento y corte del umbilical lo ejecutara una comadrona o un práctico; para los habitantes del pueblo ellos representaban conocimiento y generosidad; habían forjados una historia de confianza hartamente conocida.
     Era tan importante los lazos entre los parteros y comadronas con la comunidad que la atención de un nacimiento los distinguía con el honor de hacerse compadres de los progenitores del recién nacido a partir del servicio. Cada muchacho que atendían la comadrona era su ahijado; se daba el caso que ella podía ser recomadre hasta doce veces, era más que una hermana para una parturienta. De allí la importancia de cuidarse al decir la resbaladiza expresión ya que el aludido podía ser un familiar y lo más seguro es que fuese nuestro padrino.
     Imaginemos que después de decir la impertinente frase haya algún presente que nos dé ésta respuesta: esa(e) fue; la vieja Genarita Córdova de Valle Seco, San Pedro de Coche; la comadrona más güena, Margarita Soto en Punta Icotea, Cabimas, Zulia; Don Pancho Sánchez en Sabaneta, Coro, Falcón. Estas y otras personas acumularon por años varias generaciones que fueron atendidas en su nacimiento.  Muchos conocimos de nuestras madres o algún familiar esa información, que puede ser banal para algunos e importante para otros.
     En la búsqueda del origen de la bellaca expresión empezamos por descifrar la presencia e importancia del maruto en el tiempo. Primero indicaremos que hace su aparición desde el momento en que la matrona, atendiendo un parto, hace el corte del cordón umbilical. Ese resultante (ombligo cutáneo) que queda adherido a la panza se cae entre una a dos semanas después; anidará entonces una cicatriz que tomará el prolijo nombre de ombligo, maruto, cachimbo, y otros apodos más dependiendo del pueblo o país donde estemos.
     Con el paso del tiempo lo normal es que se vaya metiendo en la piel, en la propia sutura umbilical. Hay algunos niños que les queda el ombligo hacia fuera como una pequeña tropa de elefante; y otros ya más grande adoptan el hábito de chupar alguno de sus dedos y con la otra mano se jalan el cachimbo y lo hacen aflorar. Aún se acostumbra a reducir los marutos brotados colocando una moneda que cubra la cicatriz y se asegura con una tira de tela que de vuelta a la cintura.
     Se dice que en tiempos lejanos el resto del cachimbo que quedaba con su placenta eran enterrados en algún lugar de la casa. Si provenían de una hembra se sepultaban en un hueco horadado en algún rincón de aquel piso hecho de barro; si era de un varón se ocultaba en el patio, pegado a una de las tapias divisorias o próxima a la cerca hecha de retamas y cardones. Esa ubicación de aquella extraña plantación garantizaba a futuro que la hembra fuera hogareña, apegada a los quehaceres de la casa; mientras que los machos se aferrarían a la responsabilidad de la brega en el campo y la siembra.
     Se pensaba también que esta costumbre ancestral venía por el designio de los padres de atar a los hijos a la comunidad. No era bien visto a los que pretendían emigrar a otros pueblos. Había una expresión que aludía a los que partían hacia otros lares: “Déjenlo tranquilo… que ese va a regresar…él tiene el maruto sembrado en este lugar”.
     Si analizamos la expresión desde el punto de vista antropológico encontramos que el ombligo humano, tomándolo como un fenómeno aislado, puede parecernos algo que no tiene sentido ni importancia. Dicho por los que saben, es muy poca la atención que le prestamos a la importancia que tiene nuestro origen trascendente (Usando una percepción filológica de “Victor Frankl”). En ese sentido, la única forma de entender el maruto es viéndolo en el contexto de su historia prenatal, y allí está la referencia del origen del hombre con respecto a su madre.
     En claras y diáfanas palabras el cordón umbilical es la vía por donde transita todo un flujo de información consciente e inconsciente. A través de él se lleva a cabo el intercambio emocional entre el ser que está por nacer y su madre. Toda esa información a lo largo de nueve meses nutre al infante. Captará momentos de felicidad, alegría y otras cosas buenas; pero también recibirá muchas otras de angustia, dolor y preocupación. El líquido amniótico sirve de aislante que amortigua sonido y movimientos perturbadores. El bebé flota como un astronauta en el vacío del espacio que solo tiene el umbilical que lo conecta a su seguridad existencial. Por eso la importancia extrema de ese cable conector en el momento cuando se ejecuta el cese de información a través del corte.  
      Otrora encontramos a esa persona que cortó tantos maruto con las manos: todavía impregnadas del olor del nepe para los cochinos; ardidas de estar pilando maíz o recoger leña en el monte; salobres por haber cargado o amarrado sacos de sal en la salina y también por haber salado pescado; aun manchadas de sangre de gallina o de puerco acabados de matar. Esas manos toscas y fuertes para el quehacer diario, en ese momento crucial se hacían suaves, delicadas, para hacer el trabajo de parto y el corte preciso, tierno y menos traumático que extinguía ese flujo sentimental.
     Esa incisión, según las comadronas, marcaría al inocente en sus acciones futuras.     La comunicación sensitiva que había entre la madre y su hijo se interrumpe físicamente, pero se trasmuta a otro plano comunicacional más etéreo, sublime que hasta este momento no lo hemos podido concebir del todo. Eso solo lo entiende y siente una madre con su hijo.
     Este significado místico que en antaño tenía esa separación entre dos seres y que luego se uniría, pero de otra forma, se ha perdido en el tiempo. Actualmente un médico de guardia fácilmente puede atender cinco y hasta más partos, cortando ombligos a diestro y siniestro, sin ningún tipo de arraigo sentimental, sin ese sentimiento irrigante de unión que significa vivir en familia, en comunidad.
     El maruto es la primera cicatriz que anotamos en el centro mismo de la bitácora cutánea de nuestro cuerpo, que después serán tantas que por el número y tamaño de ellas nos definirán como muchacho desobediente, pícaro, inquieto, etc. La indeleble cicatriz del cachimbo será de varias formas hundido, brotado, liso, nudoso, tímido, extrovertido, chiquito, generoso, etc. La sorda definición que le dan los médicos lo hace ver como algo sin valor e insignificante. Pero ese desconocimiento hacia él y su origen transcendente nos separa de su importancia.
     Ese botón de piel fue simbolizado desde los tiempos bíblicos y en nuestra cultura precolonizada, antes de la llegada de los barbaros europeos. Él fue y será referencia folclórica de las creencias del simbolismos sexual y conductual de nuestra especie. Hasta el punto de convertirse en el foco de una zona funcional orgásmica, es el preámbulo al placer humano en una buena y saludable práctica sexual. No olvidemos que él es un elemento que nos acompañara por el resto de nuestras vidas y siempre nos recordara de dónde venimos.
     La creencia ancestral es que su forma dependerá del corte que haya hecho el partero, ya sea por su tamaño o volumen y dependiendo de eso discurrirán hacia el niño ciertos ingredientes que amalgamarán su comportamiento. Es allí donde nace la responsabilidad directa del que hizo el bendito corte.
     En el aspecto teológico relacionado al maruto tenemos pasajes bíblicos que nos demuestran históricamente el valor de su significado. Sin embargo, hay que aclarar que son segmentos escritos y dependen de una interpretación. No se entiende porque eruditos hermenéuticos bíblicos le dan una traducción tan esotérica y sin sentimiento a algo tan tierno y sensiblemente narrado, por ejemplo: En “El cantar de los cantares” (Capitulo 7 Versículo 7:2) el Rey Salomón lo define como: (…) "Tu ombligo es un ánfora redonda donde no falta vino". En la paleógrafa explicación se tiene que el licor es una mezcla de vino y agua; donde el vino representa el gozo y la llenura del Espíritu Santo; el agua es la Palabra de Dios. Debe haber una buena razón para torcer lo que tácitamente se está leyendo. Y más aun tomando en cuenta que son hombres y mujeres los que participan en estos pasajes. No se entenderá y no vale la pena hurgarlo, por eso lo dejamos hasta allí. En conclusión, el maruto ha sido y será el mismo a través del tiempo.
      Conseguimos también un enfoque de liderazgo empresarial que alude al omnipresente ombligo. Se trata de un llamado de atención que se hace a las personas que se lo pasan viendo siempre su maruto. En otras palabras, son seres que viven enfocados en sí mismo y les cuesta ver las cosas que les rodea. Mientras caminan van viendo sus cachimbos y no se dan cuenta de los mensajes que les presenta el camino. Estamos tan concentrados en descifrar y entender nuestras propias fuerzas y debilidades que no nos damos libertad para ver alrededor y despejar las ideas. También se relaciona el orgullo “con mirarse el maruto”. El orgullo puede ser el exagerado o disminuido talento personal que podamos tener. En el caso negativo buscaremos una excusa siempre para justificar nuestro fracaso, nos cegamos en buscar ayuda y solo confiamos en nosotros mismos.
       No podemos negar, que el ombligo ha sido fuente de mitos, fantasías, tabúes y veneraciones, y es naturaleza nuestra buscar un significado, una utilidad, un simbolismo a esa concavidad que todos poseemos. Hay una fábula turca que dice: “después que Alá dio vida al primer hombre, el diablo se sulfuró tanto, que escupió candela sobre la barriga del recién nacido dejando en ese lugar un pequeño agujero”. En este caso los turcos son los únicos que si tiene la respuesta clara de quién les corto el maruto. Ya para finalizar, de seguro también debe haber una partera en Cúcuta, Colombia que se debe estar lamentando de haber cortado el ombligo del maquiavélico Maduro en Venezuela. Ya para finalizar hazte una pregunta: ¿quièn me habrá cortao el maruto?

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