Por: Humberto Frontado
Era como las cinco de la mañana cuando desperté obligado por un dolor agudo
en mi mano derecha. Me dí cuenta que mi diestra había estado de cojín entre mis
dos rodillas durante varias horas. La pobre mano estuvo bajo el peso de la pierna
derecha ya que estaba acostado en posición fetal hacia el lado izquierdo. Ya
boca arriba comencé a estirar la mano y hacer movimiento para desentumecerla.
La abría y cerraba por varios minutos hasta que caí nuevamente dormido.
Inmediatamente quede sumido en un sueño protagonizado por mi mano derecha en el
que me contaría, con lujo de detalle, su histórica epopeya. Con una luz que
salía desde su palma comenzó a proyectar sus memorias en una gran pantalla. Podía
ver en detalles todo lo que estaba exponiendo.
Apareció una imagen de cuando era recién nacido; la pequeña e inocente mano
estaba posada en el pecho de su madre que le daba el nutrimento de calor y
energía. Entendí que a través de ese contacto se desarrolla nuestra existencia.
Continuo con otra imagen donde esa pequeña mano se aferraba a un dedo pulgar
bastante grande y áspero con algunos tiznes de carbón, dejado por alguna olleta,
y en su uña residuos de masa de maíz recién amasada. No quería dejar de apretar
ese dedo, parecía que era su continuidad. Otra imagen fue sobre un efímero
apretón delicado y amoroso de un orgulloso padre; parecía que hacia la promesa
de que iba a prestar más atención a esas manos cuando estuviese más grande, justo
en el momento cuando decidiera tirar una piedra o una pelota.
Comenzó a crecer, se hizo más fuerte, podía apretar y tomar cosas con
seguridad y fuerza. Esa confianza le permitió incursionar en la escritura,
pintura y más tarde con un poco de rudeza a la escultura. Podía amasar arcilla
casi sólida hasta hacerla maleable. Comenzó a diferenciar lo bueno de lo malo y
a tomar lecciones de boxeo para defender el resto del cuerpo. Comprendió que
necesitaba en ocasiones el apoyo de su gemela, la olvidada mano izquierda; la
pobre intentaba a veces iniciar una acción, pero al final quedaba relegada,
nunca le dieron responsabilidades importantes.
Las imágenes todas secuenciales eran nítidas y precisas, dejando claro el
mensaje que me daba mi entrañable amiga mi mano derecha. Una imagen embarazosa
fue en mi adolescencia cuando encompinchada con mi volátil mente rompió mis
votos de celibato. Siguió su camino levantándose en alto para criticar y
mostrar su carácter. Abrirse oportunamente ante la presencia de alguien para
iniciar su aceptación y confianza; también a veces para detener alguna acción
injusta.
En su adultez esa mano me demanda que ha sido usada como martillo, alicate
de presión, destapador extremo, destornillador; casi una navaja suiza para todo
uso. Las cicatrices en ella conforman un mapa histórico de mi desarrollo. Ese
registro de heridas es prácticamente su memoria. En la oscuridad son nuestros
ojos, permiten desplazarnos entre obstáculos. En ocasiones especiales disfruta
cuando se integra a su gemela para aplaudir un evento familiar.
Cuenta que a veces tocando el cuatro o la guitarra en su delirio
desaparecen sus achaques y dolores. En su niñez hizo un trato vergonzoso con mi
nariz para que el dedo índice la acicalara; ese pacto aún se mantiene. De ese
dedo tengo que estar pendiente siempre porque quiere liderar a su grupo, tomándose
atribuciones y haciendo señalamiento que en ocasiones nos deja mal a todos. Por
cierto, él fue el que apago el proyector y me despertó.
02-04-17
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