martes, 4 de febrero de 2020

LA LOQUERA BOCONO

Por: Humberto Frontado


    Hace unos cuantos años atrás, buscando una dirección en el viejo centro de Cabimas, me topé con una situación algo curiosa para contar. Todo sucedió cuando cumplía una diligencia que me había asignado mi padre. Durante las vacaciones escolares de la Escuela Técnica, y ya conocedor de la ruta Lagunillas - Cabimas, me ordenaron viajar a entregar un recado a un bistío. Una vez que llegué a la parada de los carritos “porpuestos”, frente a Radio Libertad, me fui directo a cumplir mi objetivo.
    Antes de salir mi papá me había explicado, a grandes rasgos, en donde iba a encontrar al viejo tío. Me mencionó que éste tenía un gatico o bodega, ubicado por detrás de la zona de comercio del viejo casco de Cabimas; en una concentración de varias casas hechas de madera, justo detrás de la venta de Hielo El Toro.
    Después de pasar la plaza Bolívar caminé hasta la esquina de la Librería Valencia. Allí le pregunté por la dirección a una señora que estaba vendiendo calabazates. La anciana mujer tenía cara de conocer a todo el mundo en el sector. Efectivamente, sí sabía sobre el bendito gatico. Ella me contestó que esa bodega de tablas quedaba justo al lado de la “Loquera Bocono”. La miré con cara de asombro y le respondí que la bloquera más bien quedaba hacia las afueras de Cabimas, yendo a Punta Gorda. Ella movió la cabeza frunciendo el ceño, apuntó con el dedo, embadurnado de azúcar, hacia el callejón y dijo en voz alta.
    – llegáis hasta el final, cogéis a la izquierda y cruzáis una calle.
    Siguiendo las instrucciones de la dulce y amable señora llegué hasta el final de la estrecha calle y viré una cuadra a la izquierda. Pensando luego, que si me hubiese metido por el Pasaje Sorocaima hubiese cortado bastante distancia. Por fin llegue al susodicho gato de mi tío. Allí estaba él, le pedí la bendición, y después de hablar un buen rato, no aguanté las ganas y le pregunté intrigado sobre la bendita bolquera Boconó, pensando que era una sucursal. Mi tío extrañado se sonrió y me corrigió, diciendo.
    – querrás decir... Loquera Bocono.
    Se quitó el sombrero marrón que tenía y con un pañuelo, que sacó del bolsillo, se secó la frente, y me contó que ciertamente el lugar se llamaba “La Loquera Bocono”. Y que se trataba de una escuela para locos creada por una señora gocha, de Boconó, llamada Goya. Señalándo una pequeña casa de madera me dijo. 
    – esa, es la escuela y ya tiene más de diez años que comenzó a funcionar. Ahora te voy a contar la historia – dijo mi tío, acomodándose en su taburete - Resulta que la señora Goya tiene un hijo llamado Ali y es loco, además lo apodan “El Camarada”. Con él comenzó su encomiable proyecto. lo enseñó a leer y a escribir primero. Después le dió lecciones para sacar cuentas de suma y resta. Ali, hoy por hoy, se defiende barriendo las calles y vendiendo agua en su burro. Con esa acción la señora Goya vió una gran oportunidad para ayudar a los demás locos de la ciudad y así decidió crear la escuela. En una oportunidad alguien le dijo a Goya que su labor era imposible y que perdía su tiempo. Ella le contestó que “todos nacíamos aprendidos y que solo había que buscar el camino para que aflorara el conocimiento”; y esa sería su misión. En ocasiones ha recibido reconocimiento y donaciones de los dueños de los negocios del centro, de los Masones y del Club de Leones. La alcaldía le ha traído pupitres, pizarrón y para los alumnos, libros silabario, cuadernos caribe y tizas de colores – cerró diciendo mi tío.
    En todos esos años de enseñanzas la escuela logró graduar a varios locos tales como: el “Pingüino”, con su flux extragrande y corbata, vendiendo quintos vencidos de lotería del Zulia. La loca “Petra” con su popular refrán de “seré loca, pero de eso ná”. Tuvo unos meses en clase a “Culebra Boba” pero cada vez que le daba la crisis del Mal de San Vito, corría desbocado llevándose todo por delante. También estuvo presente en el aula el popular “Tobías”, a quien prefería atender solo, porque a lo que los otros locos le decían “todavía”, comenzaba a pelear y a perseguirlos por todo el salón tumbando los pupitres.
   Otros que salieron graduados fueron los locos: “Cuatrocientos”, “Julio”, “Monolongo” y “el Bolivita”. “Barbarita” fue la única mujer que acepto ir a la escuela. Goya insistió, pero no pudo ayudar a “la Mediometro” por su problema de epilepsia, a lo que se veía presionada durante la enseñanza comenzaba con la crisis.
     Misia Goya en una oportunidad pasando cerca de la Sanidad vió que estaban reunidas para su chequeo mensual tres mujeres, por cierto, muy conocidas en el centro de la ciudad; se trataba de “La Puyona”, “la Ampolleta” y “la Escopeta”. Se acercó a ellas con mucho respeto y le planteó su loable objetivo, no había terminado de hablar de su propuesta cuando le soltaron una seguidilla cruzada de improperio y malas palabras. Goya quedó petrificada por la conducta de las alteradas damiselas y decidió no insistir. Con la mala experiencia comprobó el viejo refrán de que, “es mejor tratar locos con mañas que gente de baja calaña”

Venezuela, Cabimas, 06-11-19

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