Por Humberto Frontado
Entre las dos y tres de la mañana se despertó abriendo lentamente los ojos ante la omnipresente oscuridad de aquel pequeño cuarto. No quería ver hacia los lados, se concentró en ver solamente el lóbrego techo. Una sutil ráfaga de viento movió cadenciosamente la frágil cortina de la ventana, rompiendo la adherencia que tenía con la azotea. De reojo vió que se camuflaba con el estampado vegetal de la tela el rostro amenazador de alguien. Se descobijo rápidamente y en zancadas caminó despavorido hacia el cuarto de sus padres, tocó suave la puerta y susurró entre sollozos.
- ¡mama!... ¡mama! ......!maamaaaa!
Al tercer llamado le respondió una vos quejumbrosa.
- ¿Qué pasó?
- ¡mama! ...un hombre encapuchado se asomó por la ventana - Contestó gimiendo el asustado niño, casi llorando.
La mujer con poca paciencia le exclamó molesta desde su cama con un grito retocado.
- ¡Que encapuchado del carajo! ...vaya a acostarse … y deje de hacer bulla que va a despertar a su hermanita.
El párvulo
quedó desamparado frente a la puerta agachado con la cabecita metida entre sus
rodillas, gimiendo y haciendo un descomunal esfuerzo para no reventar en
llanto. Se quedó dormido todo lleno de moco hasta que un ser de acolchadas alas
lo tomó entre sus brazos y lo llevó volando fuera del cuarto por un momento, viajando
por encima de los techos de las casas vecinas, hasta que retornaron al catre de
lona en un plácido camarizaje donde lo cobijó y con un tierno beso lo dejó dormitando
profundamente.
Esa
era la tercera vez en la semana que el necio muchacho se despertaba a media
noche por lo mismo. Para ese momento contaba con seis años y estaba viviendo,
como lo diría más tarde, sus peores días de su vida, mejor dicho, de sus
noches. Tampoco era placentero para su madre que vivía trasnochada atendiendo
de amamantar a su recién nacida hija. En ese sentido había que compadecer a la
abnegada madre, ya que no tenía mucho tiempo para dedicarle atención precisa a
los otros tres hijos.
Esa
fue la época más escabrosa para la pequeña vida de aquel muchacho. Empezaba a
entender y hallarle sentido a las cosas, para bien o para mal, la cuestión es
que su mente se disparaba violentamente a visualizar cosas que a veces
sobrepasaba la línea de lo que debería ver.
La mochila de sus temores estaba llena, además
de “El Coco”, “El viejo del saco”, “La circunspecta policía”, tenía otros más
de moda en aquellos tiempos según se le ocurriera inventar a la persona que cuidara
a los mocosos. Era la forma de mantener el control para que se quedaran quietos
y portaran a la altura. “Cómetelo todo o vendrá el Viejo del Saco”. Era normal
escuchar de labios de las madres esta heredada expresión; además, no era
difícil para los padres hacer creer a los niños en “El viejo del Saco”, ya que
era común en cualquier pueblo encontrar un forastero pidiendo entre los vecinos
y metiendo en un saco las cosas que le regalaban.
Apareció
por obra y gracia algo curioso en él, pisó los mismos predios masoquistas que
trillan los adultos cuando cuentan historias escalofriantes de misterio. En vez
de hacerse el loco y apartarse del relato, se sentía atraído para escucharlos
con detenimiento sin importarle las consecuencias aterradoras que viviría más
tarde. La madre y los tíos eran expertos en cuentos de personajes míticos,
encabezados por La Llorona y seguidos por un ancho cortejo de fantasmas, seretones,
chiriguas, chinamos, palanquines y pare de contar. Los hermanos mayores que
quedaban al cuido de los revoltosos bellacos se aprovechaban de la presencia de
esos oscuros personajes para meterlos en extrema obediencia.
Esa
época fatídica desbordada de personajes maquiavélicos, coincidió con un acontecimiento
que estremeció a la Costa Oriental del Lago. Un clan de malhechores hizo de las
suyas desde Ciudad Ojeda, pasando por Lagunillas hasta Bachaquero, sembrando el
terror asaltando y violando a la gente. Se corrió el rumor que por maldad
habían violado a un hombre con una botella de cerveza, aquello fue la gota que
desbordó el vaso.
La
gente comentaba el hecho a cualquier hora agregándole más detalles de lo debido
para más suspenso. Panorama sacaba la información en primera y última página,
haciendo incrementar su rating en esos días. Fue todo un tormento para los
chicos que despertaban a media noche y veían a esos tipos asomarse por la
ventana, esconderse debajo de la cama o detrás del escaparate, meterse entre la
ropa colgada.
Al ir
a dormir no había problemas porque se escudaba en la presencia de sus otros
hermanos. Los episodios más críticos eran cuando despertaba en medio de una
pesadilla todo agitado y sudado, que parecía que todavía se mantenía inmerso en
ella. En la mañana se levantaba y a veces no recordaba nada.
La
alergia al polvo, al humo o cualquier olor fuerte era su enemigo acérrimo, ya
se le tapaba la nariz al punto de no poder respirar, despertándose casi ahogado
intermitentemente durante la noche, o le impedía conciliar el sueño desde
temprano, cosa que aprovechaba para pelear con los extraños visitantes.
Para los padres era normal ver que sus hijos
pasaran por estos episodios de miedos nocturnos, creían que eso los maduraba y
enseñaba a convivir con el miedo para saberlo manejar. Preguntar o preocuparse
por los efectos colaterales que pudieran suscitarse era cosa banal. Muchas
veces sin medir las consecuencias, además de restarle importancia al asunto,
ridiculizaban al niño ante sus compañeros para que así aprendieran a comportarse
y superaran el trauma, cosa que no funcionaba con todos. Los obligaban a ser valientes,
machos con esa técnica, el tiempo los moldeó y sirvió para superar gradualmente
sus ansiedades.
Los
relatos de los Chinamos fijaron en la mente del párvulo el hecho de que no se
debe dejar los pies fuera de la cama. Si lo hiciere inmediatamente en su
cerebro se disparaba el mensaje y como un resorte introducía los pies en los límites
respetados. Según un relato de la Isla de Coche los chinamos son almas en pena
de criaturas desobedientes que han sido devorados por el viejo del saco, quien
aprovechaba el descuido del niño que no se dormía para halarlo por los pies y
arrastrarlo a la inmensa oscuridad debajo de la cama y devorarlo.
Tiempo
después, ya detenida la banda de los encapuchados y más calmo el niño acompañó
a su padre en un viaje hacia la Isla de Coche. Salieron desde Lagunillas
haciendo varias paradas en las bombas de gasolina y en Valencia para comprar un
saco de naranjas. Se dió la tarde en la zona litoral de estado Anzoátegui. El
paisaje era hermoso se veían las montañas y el mar reflejando el bello ocaso
del sol. Bastó que el chofer del transporte comentara a los presentes con lujo
de detalles del accidente que había ocurrido días atrás en esa misma zona, en
la que una familia se había precipitado barranco abajo hasta caer en el mar. Murieron
los padres con sus tres hijos. Escuchó con tanta atención aquel drama que aún
después muchos años no podía desprenderse de aquella desgarradora escena.
Todas
las noches vivía la horrible pesadilla de despeñarse con su familia por el
acantilado hasta caer al mar. Se veía a sí mismo como un chiquillo con
superfuerza que los ayudaba, agarrando uno a uno y trepándolos en sacos de
naranja, tablas, etc. Se despertaba todo mojado, agitado. Muchas veces vivió el
miedo al momento de ir a dormir pensando en que iba a caer nuevamente en la
pesadilla repetitiva, la recordaba casi al detalle, solo cambiaba alguna cosa
en el desarrollo de la macabra escena. Acostumbrado a este repetitivo proceso
onírico y producto de su madurez, ya tenía casi siete años, supo sobrellevar
mejor las visitas de los encapuchados y las chiriguas.
Hoy ya
contamos con información positiva sobre cómo atender en los niños estas fobias,
que pueden llegar a interferir significativamente en sus actividades diarias. Cualquier
niño podría llegar a sentirse tan aterrorizado por las noticias de sucesos
diarios sobre muertes y violaciones que llegaría al extremo de pedir asilo
permanente en la cama de sus padres.
El
“Coco” aún sigue siendo celebrado como canción de cuna, sobre todo para las nanas
cuidadoras:
I
Duérmete niño
que viene el Coco
y se come a los niños
que duermen poco.
II
Duérmete niño
que viene el Coco
y se lleva a los niños
que duermen poco.
III
Duérmete niño
duérmete ya
porque a los niños que duermen poco
viene el Coco
y se los llevará.
IV
Arrorró, mi niño duerme,
arrorró, que viene el Coco,
y se lleva enseguidita
al niño que duerme poco”.
(Versos tomados de: “Cocos y asustaniños masculinos en la mitología
manchega”, Marcel Félix de San Andrés, 2017).
No hay comentarios:
Publicar un comentario