domingo, 30 de agosto de 2020

MIEDOS REPRINIÑOS

Por Humberto Frontado


          Entre las dos y tres de la mañana se despertó abriendo lentamente los ojos ante la omnipresente oscuridad de aquel pequeño cuarto. No quería ver hacia los lados, se concentró en ver solamente el lóbrego techo. Una sutil ráfaga de viento movió cadenciosamente la frágil cortina de la ventana, rompiendo la adherencia que tenía con la azotea. De reojo vió que se camuflaba con el estampado vegetal de la tela el rostro amenazador de alguien. Se descobijo rápidamente y en zancadas caminó despavorido hacia el cuarto de sus padres, tocó suave la puerta y susurró entre sollozos.

          -  ¡mama!... ¡mama! ......!maamaaaa!

Al tercer llamado le respondió una vos quejumbrosa.

- ¿Qué pasó?

- ¡mama! ...un hombre encapuchado se asomó por la ventana -   Contestó gimiendo el asustado niño, casi llorando.

          La mujer con poca paciencia le exclamó molesta desde su cama con un grito retocado.

          -    ¡Que encapuchado del carajo! ...vaya a acostarse … y deje de hacer bulla que va a despertar a su hermanita.

         El párvulo quedó desamparado frente a la puerta agachado con la cabecita metida entre sus rodillas, gimiendo y haciendo un descomunal esfuerzo para no reventar en llanto. Se quedó dormido todo lleno de moco hasta que un ser de acolchadas alas lo tomó entre sus brazos y lo llevó volando fuera del cuarto por un momento, viajando por encima de los techos de las casas vecinas, hasta que retornaron al catre de lona en un plácido camarizaje donde lo cobijó y con un tierno beso lo dejó dormitando profundamente.

          Esa era la tercera vez en la semana que el necio muchacho se despertaba a media noche por lo mismo. Para ese momento contaba con seis años y estaba viviendo, como lo diría más tarde, sus peores días de su vida, mejor dicho, de sus noches. Tampoco era placentero para su madre que vivía trasnochada atendiendo de amamantar a su recién nacida hija. En ese sentido había que compadecer a la abnegada madre, ya que no tenía mucho tiempo para dedicarle atención precisa a los otros tres hijos.

          Esa fue la época más escabrosa para la pequeña vida de aquel muchacho. Empezaba a entender y hallarle sentido a las cosas, para bien o para mal, la cuestión es que su mente se disparaba violentamente a visualizar cosas que a veces sobrepasaba la línea de lo que debería ver.

          La mochila de sus temores estaba llena, además de “El Coco”, “El viejo del saco”, “La circunspecta policía”, tenía otros más de moda en aquellos tiempos según se le ocurriera inventar a la persona que cuidara a los mocosos. Era la forma de mantener el control para que se quedaran quietos y portaran a la altura. “Cómetelo todo o vendrá el Viejo del Saco”. Era normal escuchar de labios de las madres esta heredada expresión; además, no era difícil para los padres hacer creer a los niños en “El viejo del Saco”, ya que era común en cualquier pueblo encontrar un forastero pidiendo entre los vecinos y metiendo en un saco las cosas que le regalaban. 

          Apareció por obra y gracia algo curioso en él, pisó los mismos predios masoquistas que trillan los adultos cuando cuentan historias escalofriantes de misterio. En vez de hacerse el loco y apartarse del relato, se sentía atraído para escucharlos con detenimiento sin importarle las consecuencias aterradoras que viviría más tarde. La madre y los tíos eran expertos en cuentos de personajes míticos, encabezados por La Llorona y seguidos por un ancho cortejo de fantasmas, seretones, chiriguas, chinamos, palanquines y pare de contar. Los hermanos mayores que quedaban al cuido de los revoltosos bellacos se aprovechaban de la presencia de esos oscuros personajes para meterlos en extrema obediencia.

          Esa época fatídica desbordada de personajes maquiavélicos, coincidió con un acontecimiento que estremeció a la Costa Oriental del Lago. Un clan de malhechores hizo de las suyas desde Ciudad Ojeda, pasando por Lagunillas hasta Bachaquero, sembrando el terror asaltando y violando a la gente. Se corrió el rumor que por maldad habían violado a un hombre con una botella de cerveza, aquello fue la gota que desbordó el vaso.

           La gente comentaba el hecho a cualquier hora agregándole más detalles de lo debido para más suspenso. Panorama sacaba la información en primera y última página, haciendo incrementar su rating en esos días. Fue todo un tormento para los chicos que despertaban a media noche y veían a esos tipos asomarse por la ventana, esconderse debajo de la cama o detrás del escaparate, meterse entre la ropa colgada.

           Al ir a dormir no había problemas porque se escudaba en la presencia de sus otros hermanos. Los episodios más críticos eran cuando despertaba en medio de una pesadilla todo agitado y sudado, que parecía que todavía se mantenía inmerso en ella. En la mañana se levantaba y a veces no recordaba nada.

           La alergia al polvo, al humo o cualquier olor fuerte era su enemigo acérrimo, ya se le tapaba la nariz al punto de no poder respirar, despertándose casi ahogado intermitentemente durante la noche, o le impedía conciliar el sueño desde temprano, cosa que aprovechaba para pelear con los extraños visitantes.

            Para los padres era normal ver que sus hijos pasaran por estos episodios de miedos nocturnos, creían que eso los maduraba y enseñaba a convivir con el miedo para saberlo manejar. Preguntar o preocuparse por los efectos colaterales que pudieran suscitarse era cosa banal. Muchas veces sin medir las consecuencias, además de restarle importancia al asunto, ridiculizaban al niño ante sus compañeros para que así aprendieran a comportarse y superaran el trauma, cosa que no funcionaba con todos. Los obligaban a ser valientes, machos con esa técnica, el tiempo los moldeó y sirvió para superar gradualmente sus ansiedades.

         Los relatos de los Chinamos fijaron en la mente del párvulo el hecho de que no se debe dejar los pies fuera de la cama. Si lo hiciere inmediatamente en su cerebro se disparaba el mensaje y como un resorte introducía los pies en los límites respetados. Según un relato de la Isla de Coche los chinamos son almas en pena de criaturas desobedientes que han sido devorados por el viejo del saco, quien aprovechaba el descuido del niño que no se dormía para halarlo por los pies y arrastrarlo a la inmensa oscuridad debajo de la cama y devorarlo.

         Tiempo después, ya detenida la banda de los encapuchados y más calmo el niño acompañó a su padre en un viaje hacia la Isla de Coche. Salieron desde Lagunillas haciendo varias paradas en las bombas de gasolina y en Valencia para comprar un saco de naranjas. Se dió la tarde en la zona litoral de estado Anzoátegui. El paisaje era hermoso se veían las montañas y el mar reflejando el bello ocaso del sol. Bastó que el chofer del transporte comentara a los presentes con lujo de detalles del accidente que había ocurrido días atrás en esa misma zona, en la que una familia se había precipitado barranco abajo hasta caer en el mar. Murieron los padres con sus tres hijos. Escuchó con tanta atención aquel drama que aún después muchos años no podía desprenderse de aquella desgarradora escena.

           Todas las noches vivía la horrible pesadilla de despeñarse con su familia por el acantilado hasta caer al mar. Se veía a sí mismo como un chiquillo con superfuerza que los ayudaba, agarrando uno a uno y trepándolos en sacos de naranja, tablas, etc. Se despertaba todo mojado, agitado. Muchas veces vivió el miedo al momento de ir a dormir pensando en que iba a caer nuevamente en la pesadilla repetitiva, la recordaba casi al detalle, solo cambiaba alguna cosa en el desarrollo de la macabra escena. Acostumbrado a este repetitivo proceso onírico y producto de su madurez, ya tenía casi siete años, supo sobrellevar mejor las visitas de los encapuchados y las chiriguas.

          Hoy ya contamos con información positiva sobre cómo atender en los niños estas fobias, que pueden llegar a interferir significativamente en sus actividades diarias. Cualquier niño podría llegar a sentirse tan aterrorizado por las noticias de sucesos diarios sobre muertes y violaciones que llegaría al extremo de pedir asilo permanente en la cama de sus padres. 

           El “Coco” aún sigue siendo celebrado como canción de cuna, sobre todo para las nanas cuidadoras:

I

Duérmete niño

que viene el Coco

y se come a los niños

que duermen poco.

II

Duérmete niño

que viene el Coco

y se lleva a los niños

que duermen poco.

III

Duérmete niño

duérmete ya

porque a los niños que duermen poco

viene el Coco

y se los llevará.

IV

Arrorró, mi niño duerme,

arrorró, que viene el Coco,

y se lleva enseguidita

al niño que duerme poco”.

(Versos tomados de: Cocos y asustaniños masculinos en la mitología manchega”, Marcel Félix de San Andrés, 2017).


Venezuela, Cabimas, 28-08-2020.

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