Por Humberto Frontado
- ¡Fue como mercurial!
Exclamó mi madre mientras miraba hipnotizada la lluvia. Nos quedamos absortos viéndola por un momento después de escucharla decir aquella extraña expresión.
- ¿Qué pasó mama?
Le preguntó angustiada mi hermana mayor.
- No, no es nada – nos dijo calmada y dirigiéndose a nosotros - es que me acordé de algo que sucedió en Coche hace mucho tiempo, ¿quieren que se los cuente?
Eso fue
suficiente para automáticamente captar nuestra atención. Era normal que después
de haber consumado nuestra cena nos reuniéramos en el porche de la casa en
Puerto Nuevo, Lagunillas para escuchar las insólitas historias, cuentos y
cachos de mama. Tantas experiencias vividas por ella y otras tantas recopiladas
que habían sido escuchadas de familiares y amigos en la isla de Coche.
En esa época todavía estábamos exentos del brutal
acontecimiento que iba a disminuir y prácticamente aniquilar esa capacidad que teníamos
de imaginar y vivir espléndidamente en toda su expresión las cosas más
sencillas. Eran pequeñas historias que se adhirieron con tanta fuerza al
daguerrotipo de nuestras mentes como se fija a nuestra carne una tuna sedienta
de compañía y humedad.
En
detrimento de esos sublimes momentos donde se vivía cada episodio, aún a todo
color, que quedaron estereotipados en nuestro coxis cerebral, iba apareciendo
la modernidad con su avance tecnológico que facilitó ver la cosas con menos
esfuerzo de imaginación, todo estaba allí, en blanco y negro. Lamentablemente
la llegada de la televisión apartó ese tierno momento donde nos envolvíamos de
esa realidad mágica que tenían esos relatos sobre nuestra isla.
Era
normal que en todos nuestros pueblos sus habitantes, sobre todo los viejos,
continuaran la tradición de sus ancestros de ir contando sus historias hasta
hacerlas mitos. Esas historias llevan el profundo significado responsable de no
dejar que se olvide de dónde venimos. Lo hicieron Grecia y Roma dejando sus ejemplos
de grandes imperios que se vieron envueltos en su mitología particular, Coche no
escapa de la tradición y también se cobija en una propia.
En
esta oportunidad estábamos atrapados viendo la lluvia caer, esa mustia escena
llevó a mama a narrar esta asombrosa historia. Nos contó que esas palabras de
“lluvia mercurial” la había dicho Silvino para referirse a una extraña garúa
que había caído en Coche. El viejo bodeguero estaba sentado en su banqueta,
recostada a la pared del negocio, cuando le recordó a doña Mercedes y a su
esposo Chico esa rara llovizna que se desató un medio día, con un sol en su máximo
apogeo.
Todo
ocurrió en una época de extrema sequía en la región, donde aparecían de la nada
pequeños remolinos intermitentes que succionaban y levantaban columnas de polvo
que se elevaban al cielo, emitían un sonido que iba y venía semejando lamentos
que brotaban de las entrañas de la tierra; además de levantar polvareda se amasaba
un aire irrespirable que servía para ralentizar aún más el repetitivo pensamiento
de la extenuada gente que no pensaba en otra cosa sino en las insensatas
lluvias del mes de julio que no aparecían.
Se
había calentado tanto la tierra que las chicharras prematuras emergían
sofocadas, emitiendo un sonido desentonado como de músico principiante. Había tanto
calor que las débiles y desprotegidas cigarras se achicharraban al exponerse al
indiferente sol, emitiendo un chillido más bien de dolor.
Justo
cronometrado a las doce del mediodía apareció una insignificante nube que si no
es por su color amarillento hubiese pasado desapercibida, se deslizaba
apresurada de norte a sur y dejó caer su anónima carga durante escasos diez
minutos. Las gotas que bajaban eran más grandes de lo normal, se sentían más sólidas,
cuando caían en la tierra eran sedientamente absorbidas y solo lograban
levantar una espesa capa de polvo, los débiles techos de láminas de cinc de muchas
casas se agujerearon.
El manto
de polvo levantado tardó más de un día en disiparse, después de eso fue raro no
encontrar a alguien que no se hubiese enfermado de gripe, fue más notorio e
impío con los viejos del pueblo. A los que se expusieron al contacto directo de la
ventisca les cayó una caspa que tardó mucho tiempo en curarse, solo el tratamiento
de agua con creolina fue capaz de curarla después de haberse caído todo el pelo.
Los
pocos árboles que habían sobrevivido la sequía y fueron tocados por la fatídica
precipitación se pusieron amarillas y a los días se pasmaron. Moco, uno de los más viejos de Valle Seco, ante
lo indescriptible del hecho comentó que aquello había sido una falta de respeto
del diablo hacia el pueblo por haberse orinado en él.
El espejo de agua en la
salina adquirió un color verde turquesa que daba la impresión que la pasmosa
lluvia había dejado al descubierto un rubí gigante de forma caprichosa. El
saque de sal había sido suspendido durante unas semanas hasta tanto no se
comprobara que aquel color verdoso granate que había adquirido el saladar no era
dañino para la salud.
Muchos
años después se logró escuchar conjeturas de los más sabios que el evento había
sido producto de una mezcla de coincidencias físicas, químicas y meteorológicas
que lograron una rara ionización en el agua de la lluvia. El tiempo y el
quehacer de los habitantes hacían que al instante echaran a un lado lo increíblemente
sucedido y se preparaban estoicamente para enfrentar para bien o para mal un
nuevo acontecimiento.
En
otra oportunidad, contaba mama, también asociada a una tempestad se dió un raro
fenómeno, esta vez en beneficio del pueblo de Coche. Resultó que debido a los
vientos y cambios en las corrientes marinas que agitaron la marejada se movilizó
desorientado un descomunal cardumen de lisas que buscó refugio en El Saco,
quedando prácticamente atrapadas en un remolino gigante que ellas misma habían generado.
Todos los pescadores de los diferentes caseríos se dieron cita en aquel
gigantesco manantial de lisas, las mujeres y niños con poncheras y tobos agarraban
las que saltaban hacia la orilla, aquello fue una locura.
Las lisas
por lo grande parecían más bien lebranches, el mar estaba premiando con retroactivo
y todo lo que no había podido dar meses atrás. La gente comentaba que había
sido un milagro de la virgen del Carmen ya que días antes había sido su día, otros
decían que ante los continuos ruegos y oraciones el omnipotente se compadeció
repitiendo para Coche el fragmento bíblico sobre la multiplicación de los
peces.
Hubo tanta abundancia de pescado en ese
momento que la gente improvisó asoleaderos por todos lados de las casas. Las
tapias, el techo, los ramos de las matas, las cuerdas de tender ropa, ahora
todo era sitio propicio para tender pescado salado. La gente que trabajaba en la
salina pidió que les pagaran su salario en sal, haciendo verdadero honor al término,
para tener con que salar aquella abundancia de peces.
Resulta que había tanto pescado en el poblado que
ya estaba por convertirse en un problema, la población se reunió y apareció una
idea brillante. Encontraron que con el molino para triturar el maíz se podía moler
también la carne salada de la lisa y luego introducirla en su buche y fabricar
un chorizo. Cuando se saja la lisa se le saca el buche y se limpia, luego se
ata a un travesaño y a cada extremo inferior se le amarra una piedra de
contrapeso que va estirando el pequeño vientre en unas horas. Las tripas una
vez rellena con la carne molida se amarraban unas a otras con un fino nailon
hasta hacer un ensarte de longaniza de pescado.
El evento
duró casi dos meses de abundancia, la población se estableció un programa de trabajo
en grupos, unos sacaban las lisas en los botes, otros las sajaban, otros las
salaban, otros sacaban sal, otros hacían los chorizos. Aquella mancomunada
empresa rindió sus frutos, toda la población se abasteció por un largo periodo
de pescado. Una vez agotado el recurso de lisas vino el tiempo de descanso que
duró otro mes.
Había
tanto chorizo de pescado en el pueblo que a veces se utilizaba el embutido como
cuerda para atar las cosas que no necesitaban tanta tensión. Dicen los más
viejos que la expresión “eso fue cuando se amarraban los perros con chorizos” (refiriéndose a una época
de abundancia) salió de esa experiencia vivida en Coche. Fue posible en ese tiempo
que se amarrara con una tira de embutidos un haz de leña o se sujetara también
al burro, así se comprobó su inapetencia al pescado. Se usó en las bodegas como
parte de pago, este se cotizaba por metros. En ese tiempo se escaseo el
metálico en bolívares y como no había cuajo en la salina tampoco había
circulante de la moneda de la salina, así que en Coche la moneda oficial llegó
a ser por un tiempo el chorizo de pescado.
Venezuela, Cabimas, 09-08-2020.
Excelente historia. Gracias a Dios no la viví. Me hubiera muerto de hambre...
ResponderEliminarDe ahí viene seguramente el dicho " eso era antes , cuando los burros tenían volante " claro era un chorizo circular , exelente cuento
ResponderEliminarHoy en dia, los buches de pescado lo usan para hacer unos chorizos que son muy cotizados $$$, pero en un mercado muy peligroso.
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