domingo, 9 de agosto de 2020

LOS CUENTOS DE MALENGO

Por Humberto Frontado


          -  ¡Fue como mercurial!       

          Exclamó mi madre mientras miraba hipnotizada la lluvia. Nos quedamos absortos viéndola por un momento después de escucharla decir aquella extraña expresión.

          - ¿Qué pasó mama?

Le preguntó angustiada mi hermana mayor.

- No, no es nada – nos dijo calmada y dirigiéndose a nosotros - es que me acordé de algo que sucedió en Coche hace mucho tiempo, ¿quieren que se los cuente?

        Eso fue suficiente para automáticamente captar nuestra atención. Era normal que después de haber consumado nuestra cena nos reuniéramos en el porche de la casa en Puerto Nuevo, Lagunillas para escuchar las insólitas historias, cuentos y cachos de mama. Tantas experiencias vividas por ella y otras tantas recopiladas que habían sido escuchadas de familiares y amigos en la isla de Coche.

          En esa época todavía estábamos exentos del brutal acontecimiento que iba a disminuir y prácticamente aniquilar esa capacidad que teníamos de imaginar y vivir espléndidamente en toda su expresión las cosas más sencillas. Eran pequeñas historias que se adhirieron con tanta fuerza al daguerrotipo de nuestras mentes como se fija a nuestra carne una tuna sedienta de compañía y humedad.

          En detrimento de esos sublimes momentos donde se vivía cada episodio, aún a todo color, que quedaron estereotipados en nuestro coxis cerebral, iba apareciendo la modernidad con su avance tecnológico que facilitó ver la cosas con menos esfuerzo de imaginación, todo estaba allí, en blanco y negro. Lamentablemente la llegada de la televisión apartó ese tierno momento donde nos envolvíamos de esa realidad mágica que tenían esos relatos sobre nuestra isla.

         Era normal que en todos nuestros pueblos sus habitantes, sobre todo los viejos, continuaran la tradición de sus ancestros de ir contando sus historias hasta hacerlas mitos. Esas historias llevan el profundo significado responsable de no dejar que se olvide de dónde venimos. Lo hicieron Grecia y Roma dejando sus ejemplos de grandes imperios que se vieron envueltos en su mitología particular, Coche no escapa de la tradición y también se cobija en una propia.

          En esta oportunidad estábamos atrapados viendo la lluvia caer, esa mustia escena llevó a mama a narrar esta asombrosa historia. Nos contó que esas palabras de “lluvia mercurial” la había dicho Silvino para referirse a una extraña garúa que había caído en Coche. El viejo bodeguero estaba sentado en su banqueta, recostada a la pared del negocio, cuando le recordó a doña Mercedes y a su esposo Chico esa rara llovizna que se desató un medio día, con un sol en su máximo apogeo.

           Todo ocurrió en una época de extrema sequía en la región, donde aparecían de la nada pequeños remolinos intermitentes que succionaban y levantaban columnas de polvo que se elevaban al cielo, emitían un sonido que iba y venía semejando lamentos que brotaban de las entrañas de la tierra; además de levantar polvareda se amasaba un aire irrespirable que servía para ralentizar aún más el repetitivo pensamiento de la extenuada gente que no pensaba en otra cosa sino en las insensatas lluvias del mes de julio que no aparecían.

          Se había calentado tanto la tierra que las chicharras prematuras emergían sofocadas, emitiendo un sonido desentonado como de músico principiante. Había tanto calor que las débiles y desprotegidas cigarras se achicharraban al exponerse al indiferente sol, emitiendo un chillido más bien de dolor.

          Justo cronometrado a las doce del mediodía apareció una insignificante nube que si no es por su color amarillento hubiese pasado desapercibida, se deslizaba apresurada de norte a sur y dejó caer su anónima carga durante escasos diez minutos. Las gotas que bajaban eran más grandes de lo normal, se sentían más sólidas, cuando caían en la tierra eran sedientamente absorbidas y solo lograban levantar una espesa capa de polvo, los débiles techos de láminas de cinc de muchas casas se agujerearon.

          El manto de polvo levantado tardó más de un día en disiparse, después de eso fue raro no encontrar a alguien que no se hubiese enfermado de gripe, fue más notorio e impío con los viejos del pueblo. A los que se expusieron al contacto directo de la ventisca les cayó una caspa que tardó mucho tiempo en curarse, solo el tratamiento de agua con creolina fue capaz de curarla después de haberse caído todo el pelo.

          Los pocos árboles que habían sobrevivido la sequía y fueron tocados por la fatídica precipitación se pusieron amarillas y a los días se pasmaron.  Moco, uno de los más viejos de Valle Seco, ante lo indescriptible del hecho comentó que aquello había sido una falta de respeto del diablo hacia el pueblo por haberse orinado en él.

             El espejo de agua en la salina adquirió un color verde turquesa que daba la impresión que la pasmosa lluvia había dejado al descubierto un rubí gigante de forma caprichosa. El saque de sal había sido suspendido durante unas semanas hasta tanto no se comprobara que aquel color verdoso granate que había adquirido el saladar no era dañino para la salud.

           Muchos años después se logró escuchar conjeturas de los más sabios que el evento había sido producto de una mezcla de coincidencias físicas, químicas y meteorológicas que lograron una rara ionización en el agua de la lluvia. El tiempo y el quehacer de los habitantes hacían que al instante echaran a un lado lo increíblemente sucedido y se preparaban estoicamente para enfrentar para bien o para mal un nuevo acontecimiento.

          En otra oportunidad, contaba mama, también asociada a una tempestad se dió un raro fenómeno, esta vez en beneficio del pueblo de Coche. Resultó que debido a los vientos y cambios en las corrientes marinas que agitaron la marejada se movilizó desorientado un descomunal cardumen de lisas que buscó refugio en El Saco, quedando prácticamente atrapadas en un remolino gigante que ellas misma habían generado. Todos los pescadores de los diferentes caseríos se dieron cita en aquel gigantesco manantial de lisas, las mujeres y niños con poncheras y tobos agarraban las que saltaban hacia la orilla, aquello fue una locura.

            Las lisas por lo grande parecían más bien lebranches, el mar estaba premiando con retroactivo y todo lo que no había podido dar meses atrás. La gente comentaba que había sido un milagro de la virgen del Carmen ya que días antes había sido su día, otros decían que ante los continuos ruegos y oraciones el omnipotente se compadeció repitiendo para Coche el fragmento bíblico sobre la multiplicación de los peces.

           Hubo tanta abundancia de pescado en ese momento que la gente improvisó asoleaderos por todos lados de las casas. Las tapias, el techo, los ramos de las matas, las cuerdas de tender ropa, ahora todo era sitio propicio para tender pescado salado. La gente que trabajaba en la salina pidió que les pagaran su salario en sal, haciendo verdadero honor al término, para tener con que salar aquella abundancia de peces.

          Resulta que había tanto pescado en el poblado que ya estaba por convertirse en un problema, la población se reunió y apareció una idea brillante. Encontraron que con el molino para triturar el maíz se podía moler también la carne salada de la lisa y luego introducirla en su buche y fabricar un chorizo. Cuando se saja la lisa se le saca el buche y se limpia, luego se ata a un travesaño y a cada extremo inferior se le amarra una piedra de contrapeso que va estirando el pequeño vientre en unas horas. Las tripas una vez rellena con la carne molida se amarraban unas a otras con un fino nailon hasta hacer un ensarte de longaniza de pescado.

          El evento duró casi dos meses de abundancia, la población se estableció un programa de trabajo en grupos, unos sacaban las lisas en los botes, otros las sajaban, otros las salaban, otros sacaban sal, otros hacían los chorizos. Aquella mancomunada empresa rindió sus frutos, toda la población se abasteció por un largo periodo de pescado. Una vez agotado el recurso de lisas vino el tiempo de descanso que duró otro mes.

          Había tanto chorizo de pescado en el pueblo que a veces se utilizaba el embutido como cuerda para atar las cosas que no necesitaban tanta tensión. Dicen los más viejos que la expresión “eso fue cuando se amarraban los perros con chorizos” (refiriéndose a una época de abundancia) salió de esa experiencia vivida en Coche. Fue posible en ese tiempo que se amarrara con una tira de embutidos un haz de leña o se sujetara también al burro, así se comprobó su inapetencia al pescado. Se usó en las bodegas como parte de pago, este se cotizaba por metros. En ese tiempo se escaseo el metálico en bolívares y como no había cuajo en la salina tampoco había circulante de la moneda de la salina, así que en Coche la moneda oficial llegó a ser por un tiempo el chorizo de pescado.

 

Venezuela, Cabimas, 09-08-2020.

3 comentarios:

  1. Excelente historia. Gracias a Dios no la viví. Me hubiera muerto de hambre...

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  2. De ahí viene seguramente el dicho " eso era antes , cuando los burros tenían volante " claro era un chorizo circular , exelente cuento

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  3. Hoy en dia, los buches de pescado lo usan para hacer unos chorizos que son muy cotizados $$$, pero en un mercado muy peligroso.

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