Por Humberto Frontado
No sé a quién considerar más:
¿al que, sin desparpajo,
me ensucia e impregna
con su perverso vicio,
o al que, con obstinación
y fragosa violencia,
me acicala?
El que me limpia,
en vez de hacerlo
con esmero y pasión,
me sacude, me estruja;
también me esculca,
me raspa, me enjabona.
Por último,
me enjuaga y seca
hasta comprobar mi
pulcritud.
El que me ensucia,
además de echarme
unas tras otra
las cenizas intermitentes
de sus interminables
cigarros,
me queman,
al restregar ese tizón candente
sobre el ombligo
de mi hueca
panza.
El
que me limpia,
mientras lo hace,
cavila y rasguña
todos mis
sentidos,
masculla con cólera
las desavenencias del
fumador,
y su fatalidad
por dejarse
vencer.
El que me ensucia,
deja caer pedazo a pedazo,
convertidos en cenizas,
sus dudadas,
sus preocupaciones,
sus miedos más propios y arraigados.
El
que me limpia,
hace propia mi alma,
trata de cambiar en mi
lo que en ella no puede;
por más que me asee y pula
siempre estaré inmundo.
26-01-2024
Corrector de estilo:
Elizabeth Sánchez