domingo, 14 de agosto de 2022

COCHINA ENVIDIA

Por Humberto Frontado


            En la época de los sesenta, un extraño fenómeno sacudió la costa oriental del lago de Maracaibo. Todo sucedió en los recién instalados campamentos habitacionales que emergieron de la naciente y próspera industria petrolera venezolana. La población que residía en las nuevas instalaciones se vió afectada por una rara y contagiosa epidemia. Cuentan los sobrevivientes que todo comenzó una fausta madrugada, cuando de la nada apareció una extraña brisa de cuaresma serenada que se deslizó sigilosamente y sin obstáculo por las hendijas de las puertas y ventanas de aquellas pequeñas casas. Ese raro resuello traía consigo una sustancia que se impregnó en cada uno de los habitantes de las comarcas petroleras. Era una especie de prurito que en cosa de horas desgarró el equilibrio armónico en el que vivían. Los contagiados manifestaban un escozor supremo y angustiante de envidia al prójimo: por las cosas que los vecinos tenían en sus casas y hacia los compañeros de trabajo por los logros alcanzados.

            Constituidos los campos habitacionales sus pobladores, provenientes de todo el territorio de la nación, llegaron con el propósito de echar hacia adelante. En una primera fase la gente se preocupó por mantener un trabajo estable que le garantizara casa, comida, educación para los hijos; se centraron en satisfacer las necesidades básicas de supervivencia. Dos décadas antes, el psicólogo Abram Maslow había planteado su hoy discutida tesis sobre la jerarquización de las necesidades en el hombre. De manera que esa muestra social particular estaba respondiendo de manera normal a lo planteado por el connotado psicólogo.

            Transcurrida media década, los trabajadores y sus familias después de sentirse superados y seguros en su entorno enfrentaron nuevas exigencias del medio, las cuales se hacían cada vez más complejas. Esa necesidad referida a la carencia de algo en el desarrollo del individuo hizo que se disparara la comezón, el deseo de tener lo que otros tenían. Fue normal escuchar a diario estos diálogos, cuando el trabajador llegaba a casa y encontraba a su esposa malhumorada y le preguntaba preocupado:

            -       ¡Mi amor!... ¿qué pasa que te noto rara?

            -       ¡Nada!... ¡molesta!

            -       ¿Y por qué?

          -       Porque la vecina… con un marido con menos sueldo que tú, se acaba de comprar un radio-picó Philips…coño y tú no puedes.

          Todas las casas para ese momento contaban con lo básico y necesario. Los cuartos con sus camas, literas y hamacas, con un pequeño escaparate y un gavetero para meter la ropa interior. La cocina con una pequeña nevera con escarcha, una cocina pequeña de dos hornillas a gas, un molino para moler el maíz, platos de peltre, juego de cubiertos y un par de ollas. El comedor de cuatro o seis sillas, dependiendo del número de hijos que tenía la pareja.

          -       Mi amor... tenemos que buscar una solución. - le inquiere preocupada la señora a su esposo - ¿hasta cuándo vamos a dejar que nuestros hijos estén molestando en casas ajenas para ver televisión.

           -       ¡Tranquila mija!… mañana lo solucionaré.

          El hombre se iba temprano al trabajo y mortificado no se quitaba de la cabeza el continuo martilleo de lo que le había dicho su esposa el día anterior. Al salir del trabajo se iba a la zona comercial y mágicamente aparecía el bendito televisor; pedía un fiado al turco y solucionaba el problema. Con el paso del tiempo, los trabajadores fueron escalando posiciones riesgosas en los niveles superiores de la empinada pirámide organizacional, ésto demandaba cada vez más capacidad económica. Esos niveles estaban saturados de ingredientes psíquicos de la autorrealización, impregnados de necesidades banales y suntuarias.

           Cada vez se iba exacerbando la cochina envidia, al querer tener lo que el vecino poseía. En verdad era un tipo de envidia sutil que motivaba a la gente a progresar, una envidia no tan gorrina sino más bien inspiradora.  Si una ama de casa veía a su vecina sembrar unas matas de cayena y mantenerlas podadas, inmediatamente se copiaba; al cabo de un año todo el campo se veía adornado con matas de cayenas con flores de diferentes colores.

             Esas urbanizaciones fueron de hecho prototipo de la grandes sociedades de consumo, que generaron notorios cambios culturales en nuestro país; donde se vivieron las modificaciones del contenido, los términos y los conceptos de los deseos naturales del ser humano. Pareciera que hoy en día, en contra de lo que decía Maslow, sólo nos preocupamos por tener, por acumular todo tipo de bienes y servicios sin importar la utilidad para nosotros.

           En una oportunidad se dió el fenómeno de que cada casa tenía en las paredes principales de la salita dos cuadros de Leonardo da Vinci: uno la Santa Cena y el otro la Gioconda. El de la última cena fue muy famoso porque las familias disfrutaban poniéndoles un parlamento a cada uno de los apóstoles, con el que explicaban a Jesús lo que había pasado con la mantequilla. El cuadro de la Mona Lisa se usaba para escudriñar en la más profunda intimidad de la misteriosa mujer, qué la había hecho sonreír de tal manera.

          Ya para la segunda década de habitados los campos, comenzaron a aparecer los suntuosos e inverosímiles carros que en su mayoría eran importados del norte. Si el vecino compraba un Ford Escort había que superarlo con otro Ford o un Chevrolet de más categoría. Quienes salieron beneficiados de toda esta epidemia fueron las casas comerciales y vendedores ambulantes que agotaban sus mercancías en un santiamén.

          Esos sistemas habitacionales diseminados por toda la ribera oriental fueron muestras del pujante desarrollo que vivió nuestro país en ese tiempo. Hoy en día únicamente son una muestra de un decadente escenario social, donde se ha tenido que retornar obligado a suplir sólo las necesidades más básicas.

“La envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento”- Jakson Brow.

“Dejemos que el individuo solo encuentre su lugar y así la competencia no surgirá, cada uno dejará de ver lo que el otro hace y lo que el otro tiene” - Jorge Bucai.

“La envidia es el arte de contar los logros de los demás en lugar de los propios” - Harold Coffin.


14-08-2022

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

3 comentarios:

  1. Exelente tema, nos gustó mucho a Samuel y a mi. Nunca dejes de escribir. Dios te bendiga, cuñado favorito.

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  2. Felicitaciones hermano. Lo vivimos, fuimos protagonistas y no lo vimos. Se repite una y otra vez

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