Por Humberto Frontado
En la época de los sesenta, un
extraño fenómeno sacudió la costa oriental del lago de Maracaibo. Todo sucedió en
los recién instalados campamentos habitacionales que emergieron de la naciente
y próspera industria petrolera venezolana. La población que residía en las
nuevas instalaciones se vió afectada por una rara y contagiosa epidemia. Cuentan
los sobrevivientes que todo comenzó una fausta madrugada, cuando de la nada apareció
una extraña brisa de cuaresma serenada que se deslizó sigilosamente y sin
obstáculo por las hendijas de las puertas y ventanas de aquellas pequeñas casas.
Ese raro resuello traía consigo una sustancia que se impregnó en cada uno de los
habitantes de las comarcas petroleras. Era una especie de prurito que en cosa
de horas desgarró el equilibrio armónico en el que vivían. Los contagiados
manifestaban un escozor supremo y angustiante de envidia al prójimo: por las
cosas que los vecinos tenían en sus casas y hacia los compañeros de trabajo por
los logros alcanzados.
Constituidos los campos habitacionales
sus pobladores, provenientes de todo el territorio de la nación, llegaron con
el propósito de echar hacia adelante. En una primera fase la gente se preocupó
por mantener un trabajo estable que le garantizara casa, comida, educación para
los hijos; se centraron en satisfacer las necesidades básicas de supervivencia.
Dos décadas antes, el psicólogo Abram Maslow había planteado su hoy discutida tesis
sobre la jerarquización de las necesidades en el hombre. De manera que esa
muestra social particular estaba respondiendo de manera normal a lo planteado
por el connotado psicólogo.
Transcurrida media década, los trabajadores y sus familias después de sentirse superados y seguros en su entorno enfrentaron nuevas exigencias del medio, las cuales se hacían cada vez más complejas. Esa necesidad referida a la carencia de algo en el desarrollo del individuo hizo que se disparara la comezón, el deseo de tener lo que otros tenían. Fue normal escuchar a diario estos diálogos, cuando el trabajador llegaba a casa y encontraba a su esposa malhumorada y le preguntaba preocupado:
- ¡Mi amor!... ¿qué pasa que te noto rara?
- ¡Nada!... ¡molesta!
- ¿Y por qué?
- Porque la vecina… con un marido con menos sueldo que tú, se acaba de comprar un radio-picó Philips…coño y tú no puedes.
Todas las casas para ese momento contaban con lo básico y necesario. Los cuartos con sus camas, literas y hamacas, con un pequeño escaparate y un gavetero para meter la ropa interior. La cocina con una pequeña nevera con escarcha, una cocina pequeña de dos hornillas a gas, un molino para moler el maíz, platos de peltre, juego de cubiertos y un par de ollas. El comedor de cuatro o seis sillas, dependiendo del número de hijos que tenía la pareja.
- Mi amor... tenemos que buscar una solución. - le inquiere preocupada la señora a su esposo - ¿hasta cuándo vamos a dejar que nuestros hijos estén molestando en casas ajenas para ver televisión.
- ¡Tranquila mija!… mañana lo solucionaré.
El hombre se iba temprano al trabajo
y mortificado no se quitaba de la cabeza el continuo martilleo de lo que le había
dicho su esposa el día anterior. Al salir del trabajo se iba a la zona
comercial y mágicamente aparecía el bendito televisor; pedía un fiado al turco
y solucionaba el problema. Con el paso del tiempo, los trabajadores fueron
escalando posiciones riesgosas en los niveles superiores de la empinada pirámide
organizacional, ésto demandaba cada vez más capacidad económica. Esos niveles estaban
saturados de ingredientes psíquicos de la autorrealización, impregnados de necesidades
banales y suntuarias.
Cada vez se iba exacerbando la
cochina envidia, al querer tener lo que el vecino poseía. En verdad era un tipo
de envidia sutil que motivaba a la gente a progresar, una envidia no tan gorrina
sino más bien inspiradora. Si una ama de
casa veía a su vecina sembrar unas matas de cayena y mantenerlas podadas,
inmediatamente se copiaba; al cabo de un año todo el campo se veía adornado con
matas de cayenas con flores de diferentes colores.
Esas urbanizaciones fueron de
hecho prototipo de la grandes sociedades de consumo, que generaron notorios
cambios culturales en nuestro país; donde se vivieron las modificaciones del
contenido, los términos y los conceptos de los deseos naturales del ser humano.
Pareciera que hoy en día, en contra de lo que decía Maslow, sólo nos
preocupamos por tener, por acumular todo tipo de bienes y servicios sin
importar la utilidad para nosotros.
En una oportunidad se dió el fenómeno
de que cada casa tenía en las paredes principales de la salita dos cuadros de Leonardo
da Vinci: uno la Santa Cena y el otro la Gioconda. El de la última cena fue muy
famoso porque las familias disfrutaban poniéndoles un parlamento a cada uno de
los apóstoles, con el que explicaban a Jesús lo que había pasado con la
mantequilla. El cuadro de la Mona Lisa se usaba para escudriñar en la más
profunda intimidad de la misteriosa mujer, qué la había hecho sonreír de tal manera.
Ya para la segunda década de habitados
los campos, comenzaron a aparecer los suntuosos e inverosímiles carros que en
su mayoría eran importados del norte. Si
el vecino compraba un Ford Escort había que superarlo con otro Ford o un Chevrolet
de más categoría. Quienes salieron beneficiados de toda esta epidemia fueron las
casas comerciales y vendedores ambulantes que agotaban sus mercancías en un santiamén.
Esos sistemas habitacionales
diseminados por toda la ribera oriental fueron muestras del pujante desarrollo
que vivió nuestro país en ese tiempo. Hoy en día únicamente son una muestra de un
decadente escenario social, donde se ha tenido que retornar obligado a suplir sólo
las necesidades más básicas.
“La envidia es el homenaje
que la mediocridad le rinde al talento”- Jakson Brow.
“Dejemos que el individuo
solo encuentre su lugar y así la competencia no surgirá, cada uno dejará de ver
lo que el otro hace y lo que el otro tiene” - Jorge Bucai.
“La envidia es el arte de
contar los logros de los demás en lugar de los propios” - Harold Coffin.
14-08-2022
Corrector de estilo: Elizabeth
Sánchez
Exelente tema, nos gustó mucho a Samuel y a mi. Nunca dejes de escribir. Dios te bendiga, cuñado favorito.
ResponderEliminargracias Eddy y Samuel...
EliminarFelicitaciones hermano. Lo vivimos, fuimos protagonistas y no lo vimos. Se repite una y otra vez
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