domingo, 21 de mayo de 2023

IL BARBIERE DI CABIMAS

Por Humberto Frontado


             Protagonista de una particular ópera más bufa que todas la que se han presentado en los confines de este mundo. El Fígaro cabimero se presenta en un sólo acto en horas de la mañana. Con su vestimenta cómoda a prueba de calor abre su barbería a la espera de algún considerado cliente. A medida que pasan las horas el calor se hace mayor y es cuando enciende el estoico aire de ventana, el cual ha capeado todos los apagones habidos y por haber. Este barbero insigne es uno de los sobrevivientes que aún siguen activos de la camada de grandes barberos que han hecho historia estilística en lo que fue la pujante ciudad de Cabimas.

            En esta ópera montada no hay sopranos, ni barítonos y mucho menos mesosopranos, únicamente se escucha con altibajos un viejo radio reproductor que entona una sola emisora y es oficialista. El viejo Fígaro en su endémico parloteo entona las más inverosímiles historias de la Cabimas de antielito, como bien dice.

            Como personaje principal de la obra habla de un origen que se remonta al viejo Churuguara del Estado Falcon. Sólo le han quedado pasajes tiernos de su recorrido por los cerros pastoreando chivos con su madre. Atraídos por el resplandor de la incipiente explotación petrolera los padres del Fígaro se lo trajeron a Cabimas en un viaje de casi una semana, cruzando caminos de tierra y uno que otro petrolizado. Como muchos de los venidos de la falconía, su familia se instaló en la comarca que había sido bautizada con el nombre de Corito.

             Desde pequeño comenzó su faena de mandadero, barre patio, asistente de bodeguero, etc. Su mamá no lo envió a la escuela porque siempre lo vió aventajado; ella decía que había nacido aprendido y que además había nacido varias veces, ya que por lo andariego que era enfrentó a muerte todas las enfermedades habidas en aquella época, desde el común beriberi hasta la implacable sífilis. Un viejo doctor en Cabimas llamado Alejandro lo usó como conejillo de indias para probar la eficiencia de un brebaje que había inventado para curar la sífilis. El ilustre galeno buscaba sanear a Cabimas de la enfermedad que había matado a más gente que todas las demás epidemias y enfermedades juntas que habían llegado.

            Trabajando en una contratista petrolera fue testigo de un accidente ocurrido durante el hincado de una fundación de pozo en la desembocadura del rio Úle. El obrero resbaló y cayó en el mecanismo que hacía actuar al martillo muriendo en el acto. Decía que se cumplía el dicho de llorando y vistiendo el muerto; colocaban al finado a un lado y continuaban la operación como si nada. Se apartó de ese tipo de trabajos. Tuvo un pertinaz sueño que nunca se cumplió, quería ser reportero para estar al tanto de todo lo que sucedía en la ciudad que lo había acogido.

            Se definió adeco por nacimiento y siempre se vanagloria de haber viajado por todos los rincones de Venezuela con un permiso que le había otorgado un comandante de la guardia nacional. Ayudó un tiempo a uno de sus tíos a distribuir en Cabimas el cocuy, sobre todo en la zona de tolerancia y la colonia inglesa.

            No tiene edad definida y su nombre no es el verdadero, sólo sabe que el tío que era barbero quería que él también incursionara en una de las profesiones más antiguas de las que hemos tenido memoria. El tiempo y la actividad logró despojarlo del manto prejuicioso del populacho cuando farfullaban que la labor de barbero la ejecutaban únicamente los maricos. A los catorce años se hizo barbero y su tío lo bautizó con el nombre empresarial de Alexander y así se quedó por siempre. Trabajó en el centro de la ciudad en varias peluquerías hasta que se independizó e inauguró la barbería Alexander, la cual también cambió de sitio con el tiempo, hasta que se estableció en la urbanización la Rosa, frente a la calle El Rosario.

            Las barberías han tenido un gran valor en la cultura tradicional de los pueblos. A lo largo de los años han sido espacios casi exclusivos de los caballeros, donde podían reunirse para hablar de política, echar unos cuentos o tratar algún problema de la cotidianidad.  Estuvo a punto de utilizar la barbería como sintió odontológico, ya que un compadre le aconsejó incursionar en la extracción de dientes y muelas usando su espléndida silla; bastaba con cambiar la tijera y la navaja por unas tenazas fuerte. Esa propuesta duró poco, al verse expuesto expuesto a la sangre se desmayó.

           En la actualidad son pocos los que asisten a cortarse el pelo en su peluquería, ya nadie lo conoce. Muchos de los que se sentaron en su longeva silla se han quedado en el camino, apenas uno que otro ha sobrevivido a la injusta rueda del tiempo. La anciana navaja tiene años que no sabe lo que es deslizarse por la ladera de un enjabonado pescuezo, eso quedó como recuerdo vagando en el salón desguarnecido de luz.

           El revistero dejó de actualizare desde hace tiempo, sólo quedan algunos cuentos de Condorito y El Conejo de la Suerte y una que otra revista de Variedades de la década de los ochenta. Muchas de las cosas que tiene han sido obsequios de gente que lo conoce. Uno de esos regalos es su silla de barbero; es una reliquia que la cuida más que a otra cosa puesto que es la que le dado el sustento por más de cincuenta años.

            El telón de la ópera está cercano a su ocaso; el icónico poste de rayas rojas y blancas dejará de dar las sinuosas vueltas que hipnotizan al cliente y los dejan a merced de la magia del eterno Fígaro.

 

21-05-2023

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez          

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