Por Humberto Frontado
Adherido
a la otredad que nos deja las ínfimas horas libres de trabajo, tomo un fugaz
desayuno para partir y maximizar el tiempo. Somos conscientes de la exigua
presencia nuestra ante una taza de café o estar en silencio contemplando lo que
sea.
Camino
por la vereda pálida marchita debido al insolente verano cálido. El ruido
ensordecedor del tráfico mutila el amoroso trinar de los insistentes pájaros, que
se han dado por vencidos después de haber presumido y pretendido un rato por sus
hembras.
Mi presencia la presumo, va
acompañada de un buen corte de pelo, una camisa de planchado impecable, todo
acicalado; soy una arcaica obra humana con algo de prestancia, desprendido de
la expresividad autómata, queriendo dejar huella.
Una
cuadra más adelante hago un envite al mundo espiritual amenazado por la inútil
condición humana, pero nadie vela por el bienestar del otro; una indiferencia nos
aprisiona, nos ahoga.
En el museo compruebo apenado
que somos incapaces de descifrar el mensaje sensorial que pronuncia el pintor
en su obra.
Somos esclavos de una
sociedad pasiva y vacía de contenido sensorial donde se apagan colores, sonidos
y perfumes que otrora embebían el mercado y las apacibles calles con seres
atentos de saludos, expresiones de cariño y afecto.
Insisto en querer
llegar en la eternidad, pero las circunstancias del hoy y aquí me llevan a
lugares extremos de vaciedad, opacos, sin vida, sin alegrías.
No me resigno al poco tiempo
en el que vivo. Quiero trasmitir a los que me siguen cosas que tengan sentido,
que no se nutran de algún carácter que los arrastre al camino de la soledad, a la
ansiedad profunda y dolorosa.
Que
mis arrugas carnales expresen experiencias vividas con éxtasis; que vean mis
ojos brillar y emitir una luz de sinceridad, que vean abrir en una sonrisa
explayada las comisuras de mi boca.
Ya en
retirada pienso que si he perdido el roce con algún conocido algo quedó
atrofiado en mí; y todo porque pensamos más de la cuenta sobre los factores que
se impondrán ante los encuentros, pareciera que nos quitaran tiempo y
concentración en nuestras ambiciones de proyectos vacíos de humanidad.
En un
regreso desesperanzador entro a casa y no me queda otra cosa que sumirme al
opio televisivo, conectarme a perder la posibilidad de convivencia humana y predisponerme
a la abulia. Cautivo en aquel rectángulo de luz magnetizadora que demanda
cerebros flojos, acciones banales, deslecturas; enmudece intenciones musicales
que anestesian todo tipo de sensibilidades.
Me despojo de mis
rancios zapatos de cuero que aún me mantienen acoplado a la tierra, a la
energía que emite la moribunda tierra.
Me acuesto pensando en
lo cansado que estoy y lo poco que hice. Me veo como un náufrago exhausto
después de nadar y llegar gateado a tierra hasta estar seguro.
08-10-2023
Corrector de estilo:
Elizabeth Sánchez