domingo, 5 de diciembre de 2021

MARCHA HACIA LA VICTORIA

Por Humberto Frontado



             Fue en el año 1968, el viernes antes de la semana de las vacaciones de diciembre, mes en el que habría elecciones presidenciales. A las cinco y media de la mañana, trastabillando en medio de la oscuridad de la casa, una mujer llega al cuarto de los niños varones y con un suave golpe, pero audible, avisa al hijo llamándolo por su nombre de pila. La doña tenía tiempo levantada, había hecho el café y preparado el vianda de su marido que estaba presto a partir hacia el trabajo en su bicicleta. El joven salió del baño vestido con el uniforme de estudiante, se dirigió raudo a la cocina y se tomó el café en tres sorbos, el pancito se lo metió en el bolsillo.

            Con el tiempo detrás de la oreja pidió la bendición a su madre y se marchó casi a trote, en el trayecto diario de más de un kilómetro, se terminó de comer el pan que traía. Caminó desde su casa ubicada en el campo Puerto Nuevo hasta la carretera nacional; si tenía suerte abordaría el carrito porpuestos de Lagunillas – Cabimas. Tenía el tiempo cronometrado para llegar a su destino, después de vivir un suplicio en cerrada lucha a uña y diente con sus compañeros pudo montarse en uno de los automóviles, logró dormir durante el trayecto hasta llegar a Cabimas.

            El muchacho con una pierna dormida logró bajar del carro y salió corriendo hacia su colegio. Como había llegado a tiempo decidió comerse su desayuno favorito, un suculento y delicioso pastelito de queso con su respectiva frescolita. Al finiquitar su lunch se dirigió al salón de clases, esperó unos minutos con sus amigos la llegada del profesor de matemáticas.

            La clase se llevaba a cabo con toda normalidad hasta que se escuchó en las cercanías el estallido de un cohete o petardo. El sonido fue suficiente para convulsionar todas las instalaciones de la Escuela Técnica Industrial. De inmediato un grupo de estudiantes fue apareciendo en las entradas de los salones azuzando a los demás para salir e ir a la plaza del estudiante. Bastó unos minutos para que toda una masa de jóvenes se aglutinara en torno al grupo de estudiantes que dirigían el movimiento. Eran una seis personas representando sus toldas políticas. Uno de ellos, con espesa barba y boina negra, se montó en el pedestal del busto del Ingeniero Caballero Mejías y agarrándolo por el cuello comenzó su discurso. El joven de mal hablar, pero con un inspirador ímpetu y elocuente voz dijo.

          -       Compañeros… hoy en el día de hoy… nos hemos enterado por fuentes fidedignas que esta semana un grupo de seis hombres vietnamitas acaban de ser acribillados a mansalva a manos del ejército norteamericano. Esto es inconcebible y no lo podemos permitir. Acabamos de reunirnos todos los representantes de las fracciones políticas y hemos decidido iniciar una marcha protesta hasta el Nuevo Juan. Convocaremos en el camino a cada uno de los institutos y liceos para que se unan a nosotros en la marcha hacia la victoria.

          Otros líderes más expusieron sus puntos de vista, unos con proyección política internacional y otros con un enfoque nacional. Definieron la salida de la caminata desde la Escuela Técnica y se irían uniendo al resto de los institutos en puntos claves de la vía, a medida que se avanzaran hasta llegar al destino. Al terminar de hablar aquellos jóvenes se entonó el himno nacional e inmediatamente los cánticos inspiradores ya acostumbrado.

          -       ¡Pueblo unido jamás será vencido!… ¡pueblo unido jamás será vencido!

          A medida que se coreaban, los slogan se tornaban con más intensidad, entonación y poder. En cosas de minutos todo el estudiantado salió de las instalaciones de la ETI y se esparcieron por la calle Rosario y parte de la avenida Andrés Bello. Un grupo de estudiantes se dirigió hacia el Liceo Hermágoras Chávez y otro hacia el Instituto Escuela, situados ambos a más o menos dos kilómetros para exhortarlos a integrar a la colosal marcha.

          La columna de estudiantes de la Técnica se desplazó por la estrecha calle Rosario, en medio de la zona comercial. Los comerciantes al escuchar el estruendo que se aproximaba cerraron rápidamente sus negocios; no era la primera vez que habían vivido conatos de saqueo cuando ocurrían este tipo de manifestaciones. La columna de marchantes subió por la calle Colón hasta llegar a la estación de servicio Portuguesa, allí esperaron a los estudiantes que venían del Instituto y del Chávez.

          Con la integración de las dos instituciones la aglomeración de estudiantes se duplicó. Desde allí tomaron la avenida Miraflores hasta llegar al Nuevo Juan. En esta parada algunos líderes políticos tomaron el megáfono y dieron sus respectivos discursos. Desde allí se partió tomando la avenida Las Cabillas hasta interceptar la avenida intercomunal en el barrio La Gloria.

          En la avenida Intercomunal el volumen de estudiantes se hizo mayor, el tráfico se paralizó. La importante avenida y todas las otras calles que confluyen a Las Cinco Bocas se atestaron con la presencia de ese contingente humano que se hizo presente; además de los estudiantes había gente de a pie que se apegó a la protesta.

          Un hecho curioso se dió en ese sector del recorrido, la sed y el hambre hizo estragos entre los manifestantes, olvidando el acuerdo de no saquear los establecimientos. Un par de muchachos entraron a la panadería ubicada en una de las esquinas, tomaron del mostrador unos panes; otros más copiaron la acción hasta que se volvió un caos. En unos minutos como la marabunta acabaron con todo lo que había en el local. Los líderes trataban de persuadir a la gente hablándoles a través del megáfono, pero sin ningún resultado. Los panes, jugos y refrescos volaban por los aires. Después del lamentable incidente se retomó la marcha.

           En el camino, atravesando el sector El Gasplant, se integraron los estudiantes de la Técnica Industrial Femenina. La marcha pacífica continuó hacia la estación de servicio Santa Clara, donde se integraron los estudiantes del Liceo Semprún. Allí tomó más fuerza la columna estudiantil; atravesaron toda la barriada de La Rosa Vieja con destino final R-10. Esto fue lo acordado por los líderes durante la parada en la bomba Santa Clara, así se completaría el recorrido agotador de casi ocho kilómetros.

           Los presentes en el área que ocupa el importante cruce de calle y avenida estuvieron por espacio de una hora escuchando a los líderes políticos, quienes manifestaban su satisfacción por los resultados inesperados ya que no habían planeado en la convocatoria llegar hasta ese punto. Quedó de manifiesto en esa gran marcha de la victoria que buena parte del contingente estudiantil de Cabimas estaba consciente de lo que estaba sucediendo en nuestro país y en el exterior.

           El joven lagunillero cansado buscó entre los presentes algunos conterráneos para hallar la forma de regresar a su casa; durante la travesía habían gastado el poco dinero que tenían para calmar la sed y el hambre. Desde el semáforo caminaron unos cincuenta metros y esperaron a ver quién les daba la cola. Los tres jóvenes tuvieron que esperar dos horas hasta que se restableció el tráfico por la avenida. Un señor en una vieja pickup que iba con destino a Bachaquero les dió la cola.

           El párvulo catorceañero hizo una retrospectiva de su reciente hazaña. Con pesimismo recordó que había asistido a otras tantas manifestaciones de menos envergadura, pero siempre era lo mismo; el cierre momentáneo del comercio, unas cuantas piedras lanzadas por algún alborotador que generalmente era infiltrado. Aparecía la policía para reprimir y si se ponía más intensa llegaba la Guardia Nacional con sus peinillas, sus balas de salva o perdigones plásticos. Menos mal que ésta había sido pacífica, hasta cierto punto.

           El chico caviló que transcurriría el fin de semana recordando la aventura, pero el lunes retornaría a clases como si nada hubiese sucedido. Estuvieron ese día caminando, desde las ocho de la mañana hasta el mediodía, gritando consignas libertarias bañadas de sudor, sed y hambre; sólo les quedó la satisfacción de haber culminado el recorrido sin un peinillazo, ni una roncha de un balinazo de la guardia.

            Llegó el lunes y todo normal, como había presumido el chico; únicamente algunos grupos contando sus aventuras particulares del recorrido antes de entrar a clase. Después de esa marcha pasaron décadas donde subía y bajaba el mismo telón del espectáculo, se veían los mismos líderes estudiantiles ahora en las universidades. Algunos habían cambiado de tolda política, competían cuerpo a cuerpo por el liderazgo de los centros estudiantiles, con más interés político que el de ayudar la causa estudiantil; entendieron que podían hacer las dos cosas: dirigir y estudiar para graduarse y trabajar. Otros, lo tomaron como un hobby y estuvieron como parásitos en los centros, adquiriendo un poder que ni siquiera tenían los directores de escuela.

           Esa marcha quedó en la memoria de mucha gente en Cabimas. No se había visto antes, ni siquiera en la gran huelga petrolera de 1936. Una manifestación que nació sin tanta planificación, sólo estaba la inconformidad de un grupo de estudiantes que supieron canalizar su mensaje. Parecía como si cierta energía estaba dormida, esperando el momento para brotar, despertar del letargo, gritar a los cuatro vientos tanta crueldad, desaciertos de nuestros políticos en un mundo donde aún le faltaban décadas para ser global. No había celulares, disponibilidad de transporte y menos dinero. Un sencillo e incómodo megáfono bastó para conducir todo ese tumulto a un objetivo medio incierto.

          En fin, no se supo con certeza que incidió para que se movilizara tanta gente.  Fueron las víctimas que día a día iba sumando la guerra en la Vietnam de Ho Chi Minh; la grosera represión contra los movimientos del Black Power y los Derechos Civiles; los desatinos del gobierno norteamericano en su política mundial; la guerra fría que nos mantuvo la vida en vilo; la invitación a expandir los grupos guerrilleros en toda Latinoamérica; lo lejos que estábamos de adoptar la fórmula mágica del libro rojo de Mao Tse Tung; el movimiento parisino de ese año o el descontento que cada vez se incrementaba sobre la política bipartidista en nuestro país. Se dice que el fenómeno obedeció como respuesta a la fórmula social integrada por el inconformismo, incertidumbre, ansias de cambio y de una verdadera transformación. O sólo fue un destello de copia de los diferentes movimientos que se dieron ese año, debido a la escalada en los conflictos sociales, caracterizados por rebeliones populares contra las élites militares y burocráticas, que se defendieron respondiendo con fuerte represión política.

          Frases que quedaron ese año para la posteridad:

          -       Prohibido prohibir.

          -       Seamos realistas, pidamos lo imposible.

          -       Queremos el mundo, y lo queremos ahora.

          -       No te fíes de alguien que tenga más de treinta años.

          -       Si no formas parte de la solución, formas parte del problema.

 

05-12-2021.

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez.

1 comentario:

  1. Felicitaciones Humberto, tienes mucho talento. La narrativa me capturó y me hizo sentir dentro de la historia, proyectándose a mi época de estudiante. Gracias. Continua escribiendo. Debes tener muchas buenas historias en el tintero.

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