Por Humberto Frontado
Una mañana con su costumbre cronometrada,
el señor Cucho se dirigía en su bicicleta desde su casa ubicada en San Pedro
hasta el pueblo de Valle Seco. Iba a ver a su madre y su abuela, además de atender
el Bar Unión Fraterna y la bodega. Cruzando la salineta observó que desde la
entrada del muelle un señor mayor, alto y gordo le hacía insistentes señas con
un pañuelo en la mano. El hombre tenía rato esperando a alguien que lo ayudara.
Había caminado con dificultad el vetusto muelle de madera, cargando una vieja
maleta de grueso cuero, cubierta por todos lados de sellos y etiquetas. Hacía
rato que había llegado en un bote rentado desde la isla de Margarita.
El ciclista detuvo su marcha para
atender al anciano, platicaron un rato y siguieron caminando hacia el pueblo.
El visitante, todo sudoroso hablando un estropeado español, buscaba alojamiento
en alguna casa del pueblo. El señor Cucho le alquiló un pequeño cuarto detrás
de la bodega que él atendía. Consiguió que su mamá le cocinara las tres telas, todas
acompañadas con pescado, y también el servicio de lavandería.
El viejo comentó que venía de
Francia y había llegado hacía una semana a Margarita. Conversando con la gente
del pueblo obtuvo información sobre la Isla de Coche, decidió entonces que ese sería
el lugar específico donde pasaría el resto de su tratamiento. Era el sitio que cumplía
a cabalidad las recomendaciones impartidas por su médico, allí se recuperaría
de su enfermedad de hipotiroidismo. Le había recetado el seco sol del caribe y
la brisa yodada para poder recuperar su cabello, desprenderse de los continuos e
intensos escalofríos, bajar el sobrepeso y aclarar la garganta. La humedad y frío
de su ciudad natal, así como el sedentarismo en el que había estado tanto
tiempo, habían hecho estragos en su condición física.
En su primera caminata matutina por
la orilla de la playa el extranjero se encontró con el viejo Tello, un vecino
del pueblo que diariamente hacía su recorrido costero. El viejo marino había adoptado
desde hacía tiempo la misión de acicalar la orilla de la playa de cuantas cosas
y objetos llegaran a ella. Decía “siempre me trae algo, así sea limo o sucias
conchas”. El viejo Tello tenía su casa cerca de la costa, la cual estaba
fortificada por una blanca pared hecha de conchas de Botutos; alrededor había toda
clase esculturas marinas hechas de escombros que iba recolectando desde hacía mucho
tiempo; decía que “cada una de esas cosas tiene su importancia de encuentro con
la memoria del mar”.
A medida que iba haciendo amigos, sobre
todo los viejos, el francés iba estructurando una clara visión de la idiosincrasia
del pueblo Vallesequero. Tomó la costumbre de los paisanos: por las tardes
recostaba su silla a la pared de la bodega, se sentaba con una tasa de guarapo
y esperaba a que alguien se le acercara para hablar de cualquier cosa. A veces se
mudaba de sitio cuando veía que Chico, el vecino del lado, se arrecostada para
entablar conversación mientras se iban agregando otros contertulios. En corto
tiempo ya conocía a todos los viejos de Valle Seco.
El francés advirtió que en la mayoría de
los coloquios sólo se hablaba de cosas del pasado: de sus rancias vivencias, de
sus antiguas aventuras, sobre su niñez y adolescencia; muy poco del período
maduro y mucho menos de la actualidad teñida de complejas preocupaciones
futuristas. Esa particularidad en el hablar de los viejos del pueblo le llamó
la atención al punto que decidió investigarlo. Preparó un cuestionario referido
a la pregunta obvia ¿Por qué al ser viejos recordamos tanto el pasado?
Al primero que entrevistó fue al
viejo Justo que estaba trabajando en la ranchería de su hermano Chico, calafateando
un bote del Bichar. Al acercarse a él y preguntarle dónde y cuándo había aprendido
ese oficio de constructor y reparador naval, el viejo dejó de trabajar, se secó
el sudor de la frente y después de respirar profundamente comenzó a hablar. Parecía
como si un hálito de gozo intenso lo hubiese poseído para contar sobre su vida
pasada; le dijo que desde que él tenía uso de razón trabajó al lado su padre
haciendo de todo.
Así como lo hizo con Justo lo hizo con
Tello, Cándido, Chico, Leocadia, Pastora, Quintina, Moco, Víctor, Joaquina, Julián,
Taco, Simón, Silvino, Catalina, Genara, Chón, Ñaño, Nicolasa, Chica, Pedrito y
otros tantos.
Continuó día tras día, más de un mes,
tomando notas de las experiencias vividas por hombres y mujeres mayores, haciendo
hincapié en la respuesta que daban a la pregunta crucial. Sus paseos a la playa
los hacía con pasos largos, ya no quedaba relegado al caminar de Tello quien fue
su amigo mañanero. Formaron la dupla rastrilladora de la playa mientras charlaban.
Lo acompañaba hasta su casa carreteando con él sus escombros. Con esas
caminatas logró rebajar diez kilos; también la voz, que antes era ronca, se le había
aclarado.
Después de dos meses de la llegada de
aquel francés a Valle Seco sorprendió a todos la noticia de su abrupta partida.
Había dejado sobre la mesita de comer una nota de despedida, donde agradecía a
Cucho y todos los viejos vallesequeros por todas sus atenciones. A un lado,
sobre la silla, dejó una carpeta manila en la cual estaban sus notas escritas en
francés, sobre las conversaciones que había sostenido con los viejos. Había además
un lote de hojas escritas con letra más estilizada donde dejaba unas
conclusiones de la investigación, también dejó una pequeña tarjeta de presentación
donde reseñaba a Eugéne Minkowski (Psiquiatra – Filósofo).
Los escritos encontrados partían de
algunas preguntas básicas y sencillas, sólo que al abordarlas de acuerdo con su
sensibilidad subyacente hacía que se desbordara abriendo un abanico sobre otras
dudas y más complejidades. A cada pregunta le fue anexada una respuesta obtenida
de la compilación de las opiniones de los entrevistados.
¿Por qué recordamos nuestro
pasado?
Todos tenemos inquietud por el
pasado. Hacemos constantemente viajes a la memoria de un tiempo que fue y nos
dejó un cúmulo de respuestas que hoy podemos aplicar a nuestra vida cotidiana.
A veces esos recuerdos nos sirven para acurrucarnos en ellos, ya que son
espacios de tiempos vividos.
Está en nosotros algo intrínseco que
nos incita a formar parte de algo, una comunidad o de un grupo. Por eso día a día
nos rodeamos de recuerdos del pasado, que nos hace ser conscientes de lo que somos
en el presente, hasta para darle sentido a nuestro comportamiento. “Recordar es
vivir” como dice una vieja canción, tenemos la facilidad de recordar momentos
muy especiales como ese primer beso, el juguete preferido, un olor especial,
también recordamos momentos difíciles que marcaron nuestras vidas con
experiencias dolorosas, pero al final serán recuerdos que ya superados servirán
de alguna lección.
Los recuerdos pueden pasar de toscos e
insípidos momentos a eventos emocionales saturados de emotividad y pasión. Serán
envueltos en un velo romántico, alumbrados por luces tenues provenientes de un
arcaico candelabro. Habrá el personaje que siempre traeremos al presente cuando
lo recordamos con su emotiva expresión. Diremos al aire: como decía Ñoquinto … !caras
como arrimas la brasa pa tu sardina!
¿Debemos perpetuar la
tradición de recordar el pasado?
Muchos coinciden que es una
necesidad que permite asegurar nuestra continuidad. Los viejos ancestros nos
han enseñado siempre sobre la importancia que tiene nuestro pasado y debemos
esforzarnos por preservarlo. Tiempo atrás los ancianos tenían el privilegio de
la transmisión cultural. Hoy en un mundo de permanente cambio se cuestiona su
papel: lo que era valido para nosotros ayer, es posible que para hoy no lo sea.
Cada vez es más grande el abismo generacional entre padre e hijo, más aún entre
abuelo y nieto.
Dentro de las conclusiones tenía
comentarios, tales como: “Los recuerdos son benévolos e inquietantes y parecen
nutrirse de la luz de la conciencia como si estos constituyeran los elementos
importantes para su vida”… “Los recuerdos aparecen como elementos autónomos en
nuestras mentes y nos perfila hacia lo que seremos a futuro”… ” Con ellos tendremos
un afloramiento permanente de las guías morales que nos impartieron nuestros
padres y ancestros”… “Cercanos a la muerte, los recuerdos se acrecientan, quizás
con el fin supremo de que caminemos con ella, pero con menos aflicción”… “Caer
en los recuerdos constantemente dejará de ser un bien para la salud”… “Dejar a un lado el imperativo que señala que
debemos estar pensando sólo en lo que sucede y retraernos de los recuerdos, vivir
la realidad absoluta”, “será nuestra propia valoración la que hará de nuestros
pensamientos los correctos”
Concluyó el francés que por la
aceleración que tiene la historia de hoy, el papel de las personas mayores como
guardianes de la memoria es ahora más importante. La meta es buscar el
equilibrio, pues “para saber hacia dónde hay que ir, primero tenemos que saber
de dónde venimos”.
22-05-2022
Corrector de estilo:
Elizabeth Sánchez
“los recuerdos son un
recurso psicológico que las personas emplean para contrarrestar las emociones
negativas y los sentimientos de vulnerabilidad” (Revista: Scientific American).
“Los recuerdos están bien
siempre y cuando nos sirvan para mejorar nuestras emociones actuales” (Olga
Albornoz)