Por Humberto Frontado
Se encontraba un connotado extinto militar
y político abriéndose paso entre una angustiada muchedumbre en las afueras de la
gran entrada al infierno. El deudo había encontrado mover algunas influencias
para sobornar al ingenuo Virgilio, guía eterno de las tenebrosas catacumbas, y ganarse
así algunas preferencias durante su recorrido.
Todo comenzó un día antes del viernes santo.
En la entrada el comandante vió cierta dificultad para poder introducirse en
las fauces del tártaro. La entrada estaba abarrotada de gente que esperaba
desde hace tiempo una decisión del juzgado divino, el cual estaba ahogado de trabajo
y ocupado en las actividades de la semana mayor. El acoso y el constante aguijoneo
de inescrupulosos gestores y usureros de oficio ofreciendo servicios, hacía
insoportable y horrible la estadía en la antesala.
Una
vez Virgilio presente aclaró al inanimado militar sobre su incorruptible labor,
mientras le llevaba a la barca capitaneada por el malhumorado Caronte. Al subir
a la mítica nave le solicitaron al visitante quitarse los zapatos, debido a la suciedad
que presentaban.
Virgilio le introdujo en forma sucinta
sobre el recorrido que estaban por iniciar. Seguidamente, zarparon atravesando el
río Aqueronte que los llevaría a afrontar las nueve órbitas que constituían su
devenir. El visitante seguro de sí confiaba en recibir apoyo durante el viaje de
toda la gente que en él encontraría, compañeros de partido, comprometidos testaferros,
yuntas de turbios negocios, etc, etc.
Llegaron al vestíbulo para iniciar
el recorrido; a medida que descendían por cada una de las circulares etapas podían
ver mucha gente y políticos de vieja data que se ubicaban de acuerdo con la
gravedad del pecado. Había presidentes sobornados ocupando el alto infierno por
haber estado sumidos en la violencia y perversidad de sus actos. Pasaron rápidamente
por el limbo donde había pecadores banales, de almas ordinarias, sin mucha
monta y sin ataduras con la fe.
A medida que descendían notaba que en
el resto de los círculos había una clara representación Aristotélica sobre la virtud
y el Vicio. En el segundo circulo se encontró con varios expresidentes ardiendo
en llamas junto a sus barraganas, pagando su pecado carnal. En el tercer nivel condenados
por gula había exministros y gobernadores desnudos, inmersos en una lluvia eterna
de granizo permanente y custodiados por el feroz Cerbero de tres cabezas.
Un nivel más abajo, el cuarto,
estaba lleno hasta el tope de sus compañeros partido exministros, militares
condenados perennemente empujando pesadas bolsas contentivas de sus bienes mal
habidos montaña arriba cual Sísifos. Virgilio hace un alto y comenta a su guiado
sobre la naturaleza de la fortuna que hace crecer una nación y luego las sume
en la pobreza por mal manejo. Señalando a los desdichados decía que era inútil hablar
con ellos ya que habían perdido su individualidad.
Ya en el séptimo nivel el militar vió
de reojos a pecadores de toda calaña y a quienes no quiso distinguir y mucho
menos compadecerse de sus sufrimientos. El comandante bajó junto con Virgilio
sobre la espalda del gigante Gerión por un gran acantilado, allí consiguió
nuevamente muchos socios pagando penas por fraude, traición y corrupción.
Metidos hasta el cuello en una laguna de pútrida y pastosa agua que se extendía
corriente abajo a lo largo de diez recintos. Este lugar los alojaba en
ambientes clasificados, muchos de ellos gritaban con consignas políticas casi ahogándose
a favor de la presencia del enchaquetado militar a quien daban sus enhorabuenas.
En lo más profundo estaba el recinto
final donde se creía era la más ardiente, pero no es así. Más bien era lo contrario,
había un viento gélido que congelaba todo. El recinto tenía cuatro rondas o
niveles donde se alojaban congelados con tratos especiales a los peores
pecadores. En la última y más profunda se encontraba Lucifer metido hasta la
cintura en un glaciar perpetuo, aleteando y tratando de zafarse del hielo que
lo sujetaba.
Con una sardónica sonrisa suspiró complaciente
la presencia del sempiterno Virgilio, quien le había traído una nueva compañía.
Las dos grandes y murcielaguinas alas se extendían batiéndose estrepitosas dándole
la bienvenida al nuevo residente.
Alegoría al Infierno
(Divina comedia) de Dante Alighieri.
02-04-2023