domingo, 2 de abril de 2023

IL INFERNO NOSTRO

 Por Humberto Frontado

 


            Se encontraba un connotado extinto militar y político abriéndose paso entre una angustiada muchedumbre en las afueras de la gran entrada al infierno. El deudo había encontrado mover algunas influencias para sobornar al ingenuo Virgilio, guía eterno de las tenebrosas catacumbas, y ganarse así algunas preferencias durante su recorrido.

            Todo comenzó un día antes del viernes santo. En la entrada el comandante vió cierta dificultad para poder introducirse en las fauces del tártaro. La entrada estaba abarrotada de gente que esperaba desde hace tiempo una decisión del juzgado divino, el cual estaba ahogado de trabajo y ocupado en las actividades de la semana mayor. El acoso y el constante aguijoneo de inescrupulosos gestores y usureros de oficio ofreciendo servicios, hacía insoportable y horrible la estadía en la antesala.

            Una vez Virgilio presente aclaró al inanimado militar sobre su incorruptible labor, mientras le llevaba a la barca capitaneada por el malhumorado Caronte. Al subir a la mítica nave le solicitaron al visitante quitarse los zapatos, debido a la suciedad que presentaban.

            Virgilio le introdujo en forma sucinta sobre el recorrido que estaban por iniciar. Seguidamente, zarparon atravesando el río Aqueronte que los llevaría a afrontar las nueve órbitas que constituían su devenir. El visitante seguro de sí confiaba en recibir apoyo durante el viaje de toda la gente que en él encontraría, compañeros de partido, comprometidos testaferros, yuntas de turbios negocios, etc, etc.

            Llegaron al vestíbulo para iniciar el recorrido; a medida que descendían por cada una de las circulares etapas podían ver mucha gente y políticos de vieja data que se ubicaban de acuerdo con la gravedad del pecado. Había presidentes sobornados ocupando el alto infierno por haber estado sumidos en la violencia y perversidad de sus actos. Pasaron rápidamente por el limbo donde había pecadores banales, de almas ordinarias, sin mucha monta y sin ataduras con la fe.

          A medida que descendían notaba que en el resto de los círculos había una clara representación Aristotélica sobre la virtud y el Vicio. En el segundo circulo se encontró con varios expresidentes ardiendo en llamas junto a sus barraganas, pagando su pecado carnal. En el tercer nivel condenados por gula había exministros y gobernadores desnudos, inmersos en una lluvia eterna de granizo permanente y custodiados por el feroz Cerbero de tres cabezas.

           Un nivel más abajo, el cuarto, estaba lleno hasta el tope de sus compañeros partido exministros, militares condenados perennemente empujando pesadas bolsas contentivas de sus bienes mal habidos montaña arriba cual Sísifos. Virgilio hace un alto y comenta a su guiado sobre la naturaleza de la fortuna que hace crecer una nación y luego las sume en la pobreza por mal manejo. Señalando a los desdichados decía que era inútil hablar con ellos ya que habían perdido su individualidad.

          Ya en el séptimo nivel el militar vió de reojos a pecadores de toda calaña y a quienes no quiso distinguir y mucho menos compadecerse de sus sufrimientos. El comandante bajó junto con Virgilio sobre la espalda del gigante Gerión por un gran acantilado, allí consiguió nuevamente muchos socios pagando penas por fraude, traición y corrupción. Metidos hasta el cuello en una laguna de pútrida y pastosa agua que se extendía corriente abajo a lo largo de diez recintos. Este lugar los alojaba en ambientes clasificados, muchos de ellos gritaban con consignas políticas casi ahogándose a favor de la presencia del enchaquetado militar a quien daban sus enhorabuenas.

           En lo más profundo estaba el recinto final donde se creía era la más ardiente, pero no es así. Más bien era lo contrario, había un viento gélido que congelaba todo. El recinto tenía cuatro rondas o niveles donde se alojaban congelados con tratos especiales a los peores pecadores. En la última y más profunda se encontraba Lucifer metido hasta la cintura en un glaciar perpetuo, aleteando y tratando de zafarse del hielo que lo sujetaba.

             Con una sardónica sonrisa suspiró complaciente la presencia del sempiterno Virgilio, quien le había traído una nueva compañía. Las dos grandes y murcielaguinas alas se extendían batiéndose estrepitosas dándole la bienvenida al nuevo residente.

 

Alegoría al Infierno (Divina comedia) de Dante Alighieri.

 

02-04-2023

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