Por Humberto Frontado
Te vi allí posada en el
faralao oriental
del largo costillar andino,
centrada en tu bello vestido
verdevinícola.
Sustanciada de la mejor vid antañona,
heredera y arraigada de
arcaica cultura europea.
Te poseo en un sutil
destornillado movimiento,
hago pausas cadenciosas despenetrando
el corcho
que atrapa y tiene cautiva
todas tus delicias.
Sobresale en la oscura
habitación,
de baja y tenue luz,
ese velo de encajes bordados
de frutos rojos y negros;
ipso facto llenas todo el
espacio
haciendo más oscura tu
presencia.
Vertida en la suave cama de
mi copa,
siento el crudo aroma de tu
piel morena
ungido de ciruelos
y tiernas grosellas con matices púrpura.
En un solo sorbo confirmo
y doy por hecho,
ya en los brazos de mi
paladar,
lo que mi olfato y mi vista
hicieran disfrutar y aun
mantener
en el vertiginoso preámbulo.
Eres flor primaveral
que con tu sedosidad me
dejan perplejo,
te tomo en discretos y
suaves sorbos
temiendo morir al término de
la copa.
Dejar de verte un segundo
es consentir que mutes
tu color rojo cobrizo a otra
gama
que haga tardar un siglo
en el volver a encontrarte y
conocerte.
Un vieja gaucha me dijo de ti
un día
“si has de romper la copa de
vida en Mendoza
anda a tu madre que te la
cosa”.
15-12-2024
Corrector de estilo:
Elizabeth Sánchez.
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