Por Humberto Frontado
Abrí
abrupto los ojos antes de despertarme, no sospeché nada hasta que sentí algo
raro en el ambiente. Allí estaba, sentada en el borde de la cama casi montada
en mi pie derecho, el cual sentí congelado debajo de la colcha. ¿Quién eres? – pregunté
balbuceando.
No
dijo nada, impávida, inmóvil movió su cabeza hacia mí, lanzó una gélida mirada
y en un escuálido gesto lo dijo todo. Ante su presencia ví pasar vertiginosa y en
detalle toda mi cronología.
Me contó que la muerte no era más
que un evento de alineación
circunstancial
en tiempo y espacio, con otro número de muertes infinitas.
Me contó que su presencia
ahora
se mide en términos económicos o productivos.
Me contó que su presencia tiene una
dimensión social de exterminio
programado
por la madre natura, o en su defecto por
los gobiernos;
donde
con su arbitrio cada uno administrará
sus miedos.
Me contó que su peor miedo era que
su trabajo se diluyera
en
una transposición de un simple servicio público
a una
estrepitosa consecuencia privatizada.
Me contó que nunca debemos
avergonzarnos al morir,
sintiendo
una endeblez de espíritu o insuficiencia psíquica;
debemos
pensar que la muerte
es
un enlace puro de sociabilidad entre los difuntos.
Me contó de la degradación de su
ser,
que ya
no se manifiesta como un espacio virginal de la vida
sino
como un propósito justificado de la banal ausencia.
Me contó de su percepción
sobre
la falta de comunicación que tenemos con el espejo.
Nuestro
ego se ha desbordado sin control,
no
hay respeto ni consideración con la proyección.
Me contó sobre su infinita
sorpresa al ver cómo los humanos
inventan
las cosas más inverosímiles para llamar su particular presencia.
Me
contó que ya era mi momento… y desapareció.
01-12-2024
Corrector
de estilo: Elizabeth Sánchez.
Hermano querido ya todos pensamos en la muerte. De eso no se escapa nadie, pienso en los que se asusten al encontrarme, algunos llorarán y otros darán gracias a Dios.
ResponderEliminar