sábado, 5 de diciembre de 2020

MACOCHEONDO

Por Humberto Frontado



          Sentado en uno de los pollitos de cemento del portal de la casa de su abuela un niño estaba concentrado viendo los serpenteantes meandros, cascadas y turbulencias que producía la larga hebra de agua que corría rauda por todo el centro del camino de tierra hasta desembocar en la playa del bajo. La impertinente lluvia desgastaba el alma, ya llevaba casi cuatro días corridos cayendo sin compasión. El cándido estaba neutralizado por el sinuoso arrullo en profundo Do menor sostenido que emitía aquel pertinaz aguacero.

          Todo eso sucedía en la mística Isla de Coche un pegajoso agosto de extremo calor, que si no es por la visita inesperada y atravesada de aquel diluvio los cerros se hubiesen muerto de inanición. La primera agua que cayó se volvió vapor luego de ser chupada por las sedientas grietas cutánea de los secos montículos, dando origen a un bosque extendido de pequeñas fumarolas por toda la isla.

          Ese chico de la lluvia diez años después logró extrapolar su sitio natal a Lagunillas, Estado Zulia. Esto lo hizo en toda su extensión y esplendor a través de la lectura del mundo de realidad mágica del insigne escritor colombiano Gabriel García Márquez. Pareciera que la mente del Gabo se trasladaba a cada uno de nuestros pueblos y hurgando en su esencia nos lo presentó en su espectacular novela.

           Esa misma vía principal aún de tierra la vería más tarde atravesada por un torrente líquido ahora distinto, ésta vez más espeso y de un color rojo purpura. Era la sangre que manaba a borbotones del pecho de un intrépido soldado que había sido fusilado un aciago día en un lejano e imaginario pueblo llamado Macondo. El nombre del ajusticiado era Aureliano Buendía y todo ocurrió justo cuando se acordó de su padre mostrándole el hielo.

          Valle Seco es un acogedor pueblo de la isla y es subsidiario de Macondo. Para ese momento trasmutado tenía casi las mismas características que el naciente territorio mágico. Las casas se habían construido de caña y barro; solo le faltaba el rio, pero contaba con una quebrada que en tiempo de lluvia llenaba el pozo de su tía Chica. En ese escenario seco y salitroso el joven lector recorrió con el viejo Melquiades, hoja a hoja, un siglo de la estirpe Buendía condenada desde el principio de los tiempos, saltando entre mitos, viendo la muerte insólita y repetible, retrotrayéndose en el tiempo hasta llegar al flagelo de la soledad.

          Mientras leía veía la casa de su abuela, en toda su estructura, dándole cobijo a la joven pareja de José Arcadio y Úrsula Iguarán en todo el recorrido literario; por cierto, José tenía un parecido a su viejo abuelo y Úrsula a su abuela. Los muebles, comedor, camas distribuidos en la casa de los Buendía asimismo estaban en esa casa levantada con tanto sacrificio. Mucho de los cíclicos personajes de Cien Años de Soledad estaban escondidos en cada una de las familias vallesequeras.

           Es increíble como la mente humana busca, en el caso de la lectura, la manera de adaptarse imaginariamente a un escenario o un lugar, con el objeto de facilitarla o hacerla más grata. Así como la mente busca crear o renovar una escena olvidada sobre un evento y hacer creer al consciente que fue así, así también lo hace con la lectura. Quien lee no le queda más remedio que darle libertad a la mente para que encuentre el mejor ambiente.

           Por ejemplo, en el mundo real y mágico de Macondo le encontramos explicación a las cosas como son, hasta hacerlas verdaderas porque son referidas a una realidad. Cada descendiente de la estirpe actuó en un trayecto de tiempo en Macondo y allí están para demostrar que son reales e imborrables. Por eso las leyendas y supersticiones pasan a ser parte de los pueblos que lo refieren. Así como es real Macondo también lo es en nuestra mente cada escena llevada a un plano comprometido con nuestro inconsciente.

            En la vieja casa de su abuela, con las paredes pintadas de blanco, el joven logró ver en uno de los cuartos las costras de cal desprendidas que en un tiempo fueron desgarradas por las uñas de una pequeña adicta a comerlas. También está clara la impetuosa escena cuando las hormigas, en una esquina del patio, arrastraban el cadáver del niño de Amaranta y Aureliano hacia su madriguera para comérselo. Al otro lado debajo del árbol de uva de playa, cerca del pozo séptico, estaba atado su abuelo; el primer hombre de la estirpe, tal como lo predijo el eterno Melquiades.

          Es fascinante como Gabriel movía su narración por la variadísima cantidad de mitos, se ve una correspondencia surrealista, sus fabulas y anécdotas que por ser o suceder nos parecen reales o ciertas y más aún cuando las llevamos a un plano o escenario conocido o familiar. Había que imaginarlo todo sin poner en duda en ningún momento lo que se estaba imaginando su lenguaje maravilloso y descriptivo creado bajo la influencia del modelo de habla popular que conlleva la realidad de la imaginación.

          La circunscripción de los relatos e historias de cada uno de los personajes permite limitar y acoger todo este laberinto de linaje en un sinigual recinto estructurado. La imaginación no tiene límites y lo indescriptible se intercepta a cada momento del relato. Si en macondo todo es posible entonces todo será posible en nuestra mente así sean expresiones surrealistas.

           Como dijo Mario Vargas Llosa, que también lo vería en la vieja casa de su abuela, refiriéndose a Gabriel: “su cabalgata por los reinos del delirio, la alucinación y lo insólito no lo llevan a construir castillos en el aire, espejismos sin raíces. La grandeza mayor de su libro reside, justamente, en el hecho de que todo en él – las acciones y los escenarios, los símbolos, las visiones y las hechicerías, los presagios y los mitos – están profundamente anclado en las realidades de América Latina, se nutre de ellas, y, transfigurándola, la refleja de manera certera e implacable”

             Al encontrar acomodo en la narrativa mágica-realista del Gabo y familiarizarnos con su mitos e historias vemos que nos lleva a absorber la esencia de los hechos que han moldeado la razón de ser de toda Latinoamérica. Los incontables mitos esparcidos por toda la novela no tienen parangón, están a la misma medida de todos nuestros fábulas y relatos que nos albergan y se han apoderado de nosotros desde siempre y son más excitantes aun cuando estamos próximo a cumplir los ansiados y casi nunca alcanzado cien años.

           Los mitos dicen que se convierte en historia, quedan a través de ésta inscrita en el tuétano del alma, al final terminan por significar todo lo que no puede existir en la irresoluta realidad, o sea, que resulta ser también verdad verdadera. Con sarcasmo y todo tipo de condimento aceptamos los precedentes y hasta muy lejanos mitos del Gabo, logrando hacerlos tradición y originalidad. Nosotros los tomamos a sorbos y lo vamos adornando aún más, mientras los leemos, con todo lo que tenemos a mano en nuestra imaginación.

           El Gabo fue capaz de transferir los atributos de su Macondo a todos los lugares que hemos habitado y nos han servido para asentar placenteros recuerdos y presencia. Los caminos todavía sin pavimentar sirvieron de norte a Francisco El Hombre para llevar a cada pueblo la información y relatos que iban fortaleciendo las creencias y seguridad ante el azote de tantas dudas traídas por inciertos vientos siderales. Cada pueblo nuestro igual tenía un particular Francisco que se encargaba de contar lo que sucedía en otras latitudes.

            Se dice que los mitos nacieron de lo que escapaba a la interpretación: los misterios de la vida. El lenguaje se veía desprovisto de expresiones para revelarlos y aclararlos. Fueron entonces estos noveles escritores quienes encontraron la piedra filosofal que hizo a los mitos maleables y que pudieran acoplarse a un entendimiento claro y acertado. Que nadie ose poner en duda lo que en ellas se cuente, ya que son historias sagradas y verdaderas.

           Aunque el chico conocía el hielo que se hacía en la nevera a querosén que había en casa de su padre, no dejó de asombrarse al ver aquella panela de hielo cristalino que parecía un diamante cortado en perfecta simetría que destilaba infinitos rayos de luces de todos colores por toda la carpa del viejo Melquiades alias Lolo, que lo vi vivir doscientos años y también lo vi morir dos veces.

           La redondez del tiempo envolvió a su Pilar ternera mujer lúbrica de arrebatadora presencia y sensualidad que cumplió ciento cuarenta y cinco años y tuvo que renunciar a la perniciosa costumbre de estar pendiente de su cumpleaños debido a lo estático y marginal que vivía su tiempo. También el joven se vió atraído cada noche por su esplendor; ella poseyó la virtud de convertirse en una obsesión para los hombres como ocurrió con José Arcadio y su hermano Aureliano. Le sintió y entristeció su sublime despedida, sentada en su mecedora de bejucos en la calma absoluta de su siesta.

           Los vientos arremolinados por siglos han atrapado en una eterna cuaresma mítica a Coche, también lo hicieron con mi Macondo, es el mismo polvo y escombros centrifugados por el cólera del huracán bíblico.

 

Venezuela, Cabimas, 05-12-2020

        

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