Por Humberto Frontado
– ¡hey! … ¿ya ustedes le escribieron la carta al niño Jesús? – le pregunta preocupada la madre a sus tres hijos – ya falta una semana para el veinticuatro y él no va a saber qué le va a traer a cada uno de ustedes - remató la mujer con un gesto de fingida angustia en su rostro.
Los tres chicos se miraron buscando una explicación a lo que su madre les había cuestionado. El mayor ya de nueve años tomó la delantera y les pidió a los otros dos, el segundo de siete años y el tercero de apenas seis añitos, buscaran unas hojas de sus cuadernos y un lápiz para redactar las misivas. Raudos salieron a buscar el material que necesitaban en los útiles escolares que estaban vacacionando sobre la mesa de tareas. Le arrancaron las hojas necesarias al cuaderno y regresaron a la sala donde los esperaba su hermano. Bajo el dictado del mayor comenzaron a escribir las cartas.
- Querido niño Jesús, la carta es para pedirte me traigas de regalo…
El más
pequeño contaba todavía con la ayuda de su hermano, para no cometer errores
ortográficos, cosa que le molestaba al niño Jesús y podía tomar represalias.
Terminados los requerimientos escritos, doblaron las hojas, las colocaron
dentro de los zapatos y los dejaron debajo de la cama.
Al día siguiente notaron que las cartas habían sido recogidas. A partir de allí comenzaron una serie de conjeturas a revolotearles las cabezas, buscando hallarle sentido a lo que había sucedido. Alguien tomó las cartas y se las llevó se preguntaban. El más pequeño le dijo emocionado a su madre.
- ¡Mamá!... el niño Jesús vino y se llevó las cartas.
- ¡Que bueno!… ahora hay que esperar hasta el veinticuatro en la noche para que traiga los regalos.
Para
esa época era sencillo para el niño Jesús cumplir con los requerimientos, no había
mucho en la lista de pedidos; para los chicos un par de pistolas de plástico
para vaqueros, una pistola de fulminantes y un carrito chocón de baterías última
invención tecnológica; para las chicas una muñeca rubia con su vestidito, el
famoso bebe querido y una minivajilla de porcelana para el té.
El día
veinticuatro los padres mandaban a dormir temprano a los hijos para que el niño
dios trajera rápido los juguetes, también era la excusa para seguir tomando sus
tragos sin estar pendientes de los muchachos. Al otro día en la mañana, el
espectáculo indescriptible de alegría y emoción al encontrar, en la mayoría de
los casos, debajo de la cama lo solicitado. Y cuando se encontraba una cosa
diferente a lo que se había pedido la madre abogando por Jesús encontraba las
mil y una excusas salvadoras. Aunque había una sutil extorsión cuando se decía
que al niño que se portara mal el niño no le traería nada, pero ese día era de indulgencia
de pecados, todos recibían sus regalos.
A medida
que fueron pasando los años en cada navidad se agudizaba la búsqueda de la
respuesta al misterioso visitante, se tejían estrategias para descubrir su
sigilosa entrada sin ningún éxito. Se acostaban con un ojo entreabierto para
verlo. El tiempo con su connotada paciencia y decoro fue quitando poco a poco el
velo mágico que cubría aquel bello enigma. Y lo más reconfortante era que había
cierto respeto y consideración para los que venían atrás. Había como un
compromiso o juramento de lealtad para guardar el secreto ante el hermano menor.
Así se continuaba con mucha ternura la historia para que los pequeños mantuvieran
la ilusión. Son muchas las reacciones
que podían tomar los niños al enterarse de la verdad del misterioso visitante, entre
ellas estaban desde la desilusión hasta aceptar el hecho con total normalidad.
Ahora todo ha cambiado de tal manera
que en las últimas décadas el bendito comercio como una imperiosa religión
esgrimió su doctrina de consumo e hizo cambiar el sentido de esta bella fecha
festiva. La navidad se ha ido descristianizando poco a poco, manteniendo la festividad, pero
desligándola de su verdadero origen y razón. Actualmente la navidad gira en
torno a las luminosas y exuberantes decoraciones, los grandes viajes de reunión
familiar, la pomposa cena, la ropa y los regalos bajo el decorado árbol
siguiendo la moda, todo esto asociado a un señor gordo bonachón de barbas
blancas y traje rojo, popularizado por una reconocida marca de refrescos
mundial, llamado San Nicolás o en su defecto Santa Claus o Papá Noel, con sus
nueve renos inseparables que llevan los regalos en el trineo por todo el mundo.
Los centros comerciales y supermercados en estas fechas están cada vez más
llenos, y las iglesias cada vez más vacías, pues las compras son ahora la mayor
actividad de la Navidad.
La publicidad con una de sus mejores
estrategias de venta, basada en la lógica de “el amor se demuestra comprándole cosas al niño”
adoctrinan a los chiquillos y los pobres padres, los que pueden, caen en el viejo
truco y ceden a sus caprichos. Los que no pueden hacen malabares brincando de
un lado a otro para obtener algo que demuestre el amor hacia sus querubines, a
sabiendas que será mal considerado per secula.
Hoy en
el mundo la navidad es en verdad la festividad de las discrepancias, como también
lo es nuestra sociedad, coexisten en ella lo divino con lo terrenal, lo
religioso con lo pagano, el regocijo con la tristeza, el consumismo con la caridad,
estar juntos y recordar a los que se fueron y a la familia.
Líneas
atrás nos referimos sobre la navidad mundial y no la nuestra, la venezolana,
donde el niño Jesús era la súper estrella, ahora aparece tímidamente en algunos
lugares sin hacer mucho aspaviento. Igualmente, San Nicolás que antes se lo
pasaba en los centros comerciales abrazando niños y recibiendo sus solicitudes
de regalo ahora se ve apocado, sus apariciones son pírricas; hay quienes dicen
que las alcabalas móviles de la guardia nacional y su matraqueo acabaron con
las buenas intenciones del norteño visitante, prácticamente nos sacó de su
ruta. Los renos también se declararon en huelga porque le cambiaron la balanceada
“renarina” por arroz con lentejas del clap.
Todavía
nos queda un resquicio. Quién en estos días no se ha emocionado o sonreído al
ver a sus hijos, sobrinos o nietos en el tierno ritual de escribir la carta al
niño Jesús, San Nicolás o Papá Noel, donde además de pedir sus regalos se
comulgan y confiesan que han sido unos niños de bien. A pesar de la situación
que atraviesa nuestro país es difícil encontrar a alguien que quiera dejar a sus
pequeños sin el rito de abrir sus regalos y de contagiarse con el espíritu navideño.
Lo que sí está claro es que hoy debido al confinamiento al que estamos sometidos,
haciendo a un lado el de la pandemia por la Covid-19, ya la gente no habla de la
Navidad de todos, sino de la Navidad particular, la de cada uno. Aquella
celebración que representaba un momento de recogimiento, donde todos se reunían
en torno a la mesa familiar, quedó en el pasado; la diferencia de credo diezmó nuestra
tradición.
Hace
años ningún local nocturno, centro comercial o negocio, a menos que fueran las
ventas de licor, abría esa noche; toda la gente se encontraba en compañía de
los suyos. En parte las creencias y los ritos religiosos marcaban el paso de
estas festividades. Viéndolo bien, eso es lo que queda cuando perdemos la identidad
de nuestras costumbres y adoptamos las de otras latitudes.
El niño
Jesús en verdad no lo ayuda mucho el estar exento de una buena agencia de
publicidad y de comunicación como la tienen San Nicolás, Santa Claus y Papá
Noel. Gracias a que Santa vive en los grandes
centros comerciales, el mensaje de espiritualidad del Niño en el más amplio sentido
de la compasión, el perdón y la gratitud, por carambola sigue intacto y puede
vivir en los hogares y dentro de cada uno de nosotros.
La
ventaja que tiene Santa Claus frente a Chuchito es que su perfil está hecho a
la medida de lo que demandan las redes sociales, videos jocosos que acaparan
las visitas y los likes, sus colores llamativos. Por otro lado, el no tener una
connotación religiosa (como su opositor), puede ser libremente usado
comercialmente sin ningún recato. Es más, el Papá Noel que se conoce hoy en día
no es producto de la leyenda de San Nicolás (un abnegado obispo cristiano de
origen griego), sino de los publicitas de Coca-Cola, que en 1931 lanzaron una
campaña navideña que giraba en torno a la figura de Santa Claus, al cual le hicieron
un cambalache con su imagen y lo vistieron con los colores de la empresa (blanco
y rojo).
En
otras palabras, el poder comercial venció a la iglesia y esta tuvo que
declararse en retirada y guardar hasta ahora silencio. La alteración de los roles
de Santa Claus (Papá Noel) versus niño Dios quedó sellada. Hemos pasado de la
oración a Dios a la carta para pedir cosas. Una muestra más de lo dinámicas que
son las creencias y costumbres, y cómo influyen en nuestros mitos y cultos.
Venezuela, Cabimas, 19-12-2020.
Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez
Excelente!! No tiene desperdicio ....muy vivencial lleno de añoranzas y recuerdos puros de nuestra infancia , que debemos rescatar pues en estas experiencias vividas quedan enmarcados años de oro de nuestra existencia que no debemos dejar Desn sustituidas por avances tecnológicos.. felicitaciones!!
ResponderEliminarNada se compara con aquellas navidades donde con ansias se esperaban esos regalo,
ResponderEliminarCada dia va cambiando pero queda nuestra parte que nuestros hijos vivannesas experiencias tan hermosa