Por Humberto Frontado
“Nací aquí en Cabimas en 1943, año
palmario, ya que fue cuando a la gente se le desató la fiebre de amarrar los
perros con chorizos”. Así dice Alexander cuando habla y presume de su azarosa
infancia. Transcurrió sus primeros años como pajarito saltando de grama en
grama, moviéndose como una veleta expuesta a una incierta ventolera y recorriendo
con sus padres varios incipientes barrios en toda la ciudad. Se posó un rato sobre
los cables de corriente apreciando la rectitud marcial de los ennegrecidos
postes de luz en un cierto sector y allí bajó para quedarse un tiempo. Era el
barrio de Los Postes Negros, llamado así por los icónicos maderos de pinos
curtidos con brea petrolizada. Los viejos pobladores de la región comentaban que
una de las compañías establecidas en ese tiempo en la ciudad había donado al
barrio esos postes para el cableado de electricidad y el alumbrado; mientras
que en el resto de la ciudad los venían sustituyendo por tubos de hierro.
Esos maderos eran de pino y los
embebían en petróleo para repeler al voraz comején que tenía azotado este terruño,
otrora minado de ciénegas que luego fueron rellenadas con escombros y basura; lo
que promovió un caldo de cultivo subterráneo de bichos come madera.
Transcurrieron los años y el muchacho
con catorce años comenzó a trabajar de barbero motivado por su padre. En sus
comienzos en el arte del fígaro tuvo muchos inconvenientes con sus allegados ya
que lo insultaban diciéndole que ese trabajo era de homosexuales. Esto lo tenía
desilusionado hasta que un día su padre lo confrontó y lo llevó al centro de la
ciudad y le dió a conocer a su compadre, un viejo barbero que tenía años
trabajando su propio local en la calle El Carmen diagonal al cine Principal. Se
dió cuenta que aquel hombre era todo normal y no tenía amaneramientos, más bien
era echador de bromas y hablaba hasta por los codos. Su padre le confesó.
- Pelarme
con el cumpa me hace ahorrar el medio real que cuesta el Panorama… me pone al día
con todas las noticias y además me amplía las locales.
Una tarde el muchacho caminaba las calles de Tierra Negra cerca del cementerio y vió con curiosidad un local que servía de gimnasio. Había un grupo de jóvenes dándole golpes a unos sacos de boxeo; otros saltando cuerdas; uno haciendo aguaje frente a un pequeño espejo. Parado en la entrada miraba asombrado aquellas personas con sus raros movimientos repetitivos hasta que una voz por detrás le dice.
- ¿Te animas a entrar?… ¿quieres aprender a boxear?... echa un vistazo y si te gusta te vienes mañana con un pantalón corto y un paño.
El muchacho se quedó pensativo, no sabía qué contestar.
- ¡Ven!... entra, no te de pena… aquí no se paga por ver.
El muchacho se dejó llevar y el hombre le fue explicando cada una de las cosas que hacían los pugilistas. Al finalizar el recorrido el hombre le dijo.
- Vente mañana y comienza la práctica, según tu porte debes estar en el peso mosca.
Al otro día y los subsiguientes el muchacho obediente asistió al gimnasio. Bajo las órdenes del instructor, el joven se fue fogueando poco a poco hasta que despuntó en pocos meses en un ágil gladiador. El mánager lo fue careando día a día con otros para que madurara. Un día se presentó el coach y le dijo.
- ¡Alex!... prepárate tienes una pelea este sábado que viene.
El muchacho quedó atónito y a partir
de allí no pudo concentrarse en los ejercicios que hacía. Los otros púgiles lo
terminaron de atolondrar con un lote de consejos y mañas que debía tener
presente durante la pelea. Emocionado fue a su casa y les contó a sus padres la
nueva noticia.
Llegó el sábado y ansioso el muchacho
mirándose al espejo y aún sin cepillarse los dientes hizo unas sombras
mostrando sus cualidades. Asistió a la barbería y contó a todos lo que ese día
en la tarde confrontaría. La gente que lo escuchaba lo animaba y le deseaban el
triunfo. Transcurridas unas horas, mientras limpiaba los pelos regados en el
piso de la peluquería, el muchacho sintió algo de mareo, la cabeza le daba
vueltas, el estómago no dejaba de retorcerse y sudaba frío. El barbero amigo lo
auxilió y al tocarlo notó que tenía fiebre, le dijo que reposara un rato y
tomara un guarapo tibio para la fiebre. El muchacho se mejoró un tanto y esperó
tranquilo que pasara el tiempo para presentarse en el local de prácticas.
Al llegar al gimnasio lo estaban
esperando para llevarlo inmediatamente al Cine Cabimas en el centro. La pelea se
la habían adelantado por cambios en el programa. Una vez en la palestra lo subieron
de carrera al cuadrilátero. El careo tenía como objetivo preparar al
contrincante de Alexander para enfrentarlo luego a una pelea más arriba con el
campeón estadal.
Alexander estaba sentado en la
banqueta de su esquina y no dejaba de ver a su contrincante. Sólo pedía a dios
que no le dieran los retortijones de barriga. Al sonar la campana dando el
inicio a la pelea, y cuando estrecharon los guantes el muchacho se estremeció
debido a la debilidad que tenía. El coach le había dado instrucciones de bailar
alrededor del ring y esquivar los golpes del oponente. El muchacho sólo pudo
desplazarse un rato, el rival lo acorraló en una esquina donde recibió una
soberana paliza. Alexander no reaccionaba, estaba sumido en su deseo más
profundo; esperaba que en su misericordia el coach tirara la toalla. No le quedó
otra cosa que abracarse al opositor para evitar los golpes. Cuando el árbitro
separó a los boxeadores sucedió algo inesperado: el contrincante cayó de bruces
en la lona y comenzó a sacudirse bruscamente y botar espuma por la boca.
Se detuvo la pelea y le prestaron auxilio al joven tirado en el piso. Alexander al ver lo sucedido se bajó del ring y sintiéndose culpable se echó a correr todo temeroso y sin rumbo. Llegando cerca del cine Petrolandia un hombre que venía corriendo detrás de él lo agarró por el brazo y le pidió que se calmara. El muchacho llorando se defendió diciendo.
- ¡Yo soy inocente! ¡yo no tengo la culpa!... ni siquiera lo toque.
El hombre en su auxilio lo tomó por
los hombros y le contó lo sucedido: al pupilo oponente le había dado un ataque de
epilepsia y estaba fuera de peligro. Lo llevaron de regreso al cuadrilátero y
el árbitro le subió la mano, en señal de triunfo. La gente le rindió un aplauso
entre risas y gritos. Esa sería su primera y última pelea. El joven Alexander se
dedicó en cuerpo y alma a la barbería por el resto de su vida.
25-09-22
Corrector de estilo:
Elizabeth Sánchez.
Grande alexander!
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