Por Humberto Frontado
Temprano en la mañana una pequeña niña
despierta estirándose y con ganas de seguir durmiendo en su menuda hamaca. El alcahuete
gallo en medio del patio cantaba con desgano, como insinuándole que podía
seguir durmiendo ya que era sábado. Su madre apresurada en medio de los
quehaceres de la mañana pasó con un bebé en brazos y movió tenue la crisálida guajira
por una de las cabuyeras indicando a la bella durmiente que era hora de
levantarse; los otros tres hermanos mayores ya se habían levantado desde hacía
rato y estaban merodeando por la cocina.
La somnolienta niña después de haber hecho sus necesidades se colocó su inseparable vestido de flores multicolores. Su madre haciendo un alto en sus labores la tomó por un bracito y la arrimó hacia ella. Con un cepillo le desenredó un poco el pelo y en un santiamén le hizo una cola de caballo, mientras ella jugaba con la cinta roja que luego se la ataría a su cabellera. Habiendo terminado, la madre le da media vuelta para ver cómo había quedado y la inocente criatura la mira y en voz baja le dice.
- Mamá… soñé que iba a caer una lluvia de cochinitos.
La madre sin prestarle mucha atención le dice, mientras la despacha con una pequeña nalgada.
- Eliza… eso fue porque anoche te acostaste con hambre. No te terminaste de comer el fororo.
La infanta agarró su muñeca y salió
al patio a caminar entre las plantas, confiada de que a esa hora el bendito gallo
ya se había saltado hacia otros patios y no la molestaría persiguiéndola. Se
entretuvo hablando y jugando con su confidente amiga sin sospechar lo que el
destino les tenía preparado.
En una localidad Llamada Bachaquero,
a casi una hora de distancia, varias familias celebraban con beneplácito lo
benevolente que había sido la providencia con ellos. Ese año había sido el más productivo
desde que se iniciaron en el negocio de las cochineras. Las cochinas habían
tenido excelentes y saludables partos; celebraban diciendo que los marranos se estaban
reproduciendo como conejos, cada parto había logrado la docena promedio. Las
familias se reunieron un día con la idea de concretar un buen negocio que les
diera buen rendimiento por la venta de los animales. Después de varias
reuniones lograron concretar con un comerciante de la ciudad de Cabimas, quien junto
a sus familiares tenía varias carnicerías en la pujante ciudad. El señor
carnicero se encargaría de trasladar la carga de los porcinos desde Bachaquero
hasta Cabimas y llevar otro lote a Maracaibo. Habían logrado negociar la
cantidad de cien cochinos en tres tamaños: grandes, medianos y lechones.
Lo primero que el astuto negociante
cabimero hizo, una vez se había cerrado el cerdoso negocio, fue ponerse a buscar
la forma de cómo iba a trasladar aquel escandaloso embalaje por todo ese
trayecto sin que la guardia nacional se percatara de aquella travesía. Para ese
momento los organismos de sanidad estaban prestos en solicitar los permisos
sanitarios de toda actividad referida a la comercialización de carnes y animales;
sin embargo, los negociantes no tenían la permisología al día y gestionarla les
iba a ocupar unas semanas o quizás meses y el negocio no podía esperar. No había
tiempo que perder, ya que el lote estaba comprometido para ser entregado a
principios de noviembre; aprovechando el momento del pago de utilidades y las
fiestas de navidad y año nuevo.
El Carnicero con varios de sus
hijos y sobrinos se encargaron de diseñar y fabricar una estructura de tres
niveles hecha de madera para colocar a los animales de acuerdo con su tamaño. Contactaron
un chofer amigo que tenía un camión grande donde se podía transportar sin
problema todo el bullicioso flete.
A las nueve de la noche comenzó a
montarse la inquieta y escurridiza carga en el camión. En el nivel más bajo colocaron
diez enormes cochinos de más de cien kilos. En el nivel intermedio metieron cuarenta
puercos que estaban entre cincuenta y setenta kilos; en la parte superior ubicaron
cincuenta chillones lechones de quince kilos cada uno. Fue ardua y larga la tarea
de introducir aquellos inquietos animales en las jaulas de madera; casi tres
horas estuvo bregando la gente con los animales hasta que lograron estaba montar
todo el cargamento. En el momento de comenzar a colocar la lona sobre la jaulas
de madera comenzó a caer una descomunal lluvia. El chofer y los comerciantes
vieron el temporal como una bendición ya que el traslado de los porcinos se haría
bajo el manto encubridor del aguacero, así habría menos riesgo de que la guardia
les parara en el camino.
A las doce en punto de la noche el camión
partió desde Bachaquero por toda la Carretera Nacional. El chofer aminoró la
marcha debido al torrente chaparrón que le acompañó durante toda la travesía. Llegando
a Cabimas justo en el cruce del sector R-10 el conductor vió que había mucha agua
atravesando la carretera, en ese momento quiso aplicar los frenos para disminuir
la velocidad y el camión se deslizó por la vía como si se tratara de un resbaloso
tobogán. Aferrado al volante el angustiado hombre notó que el camión se colocó
de lado y marchó un largo trecho, hasta que la carga cedió y se volteó
estrepitosamente. La armazón de madera se partió en mil pedazos. No se supo que
fue más estruendoso, la volteada del camión o el ensordecedor gruñido coreado
por el lote de cochinos que buscaban afanosos ponerse a salvo. Por una de las roturas
de la humedecida lona lograron salir los primeros cochinos. A medida que salían
la abertura de la lona se hizo cada vez grande hasta que lograron salir en
conjunto corriendo despavoridos hacia todos lados de la carretera.
La población de la localidad de Corito
despertó ante aquel estruendoso ruido, que no parecía al de los truenos; el
sonido de las gotas cayendo en el zinc se ahogaba ante el ensordecedor bullicio
y berrinche de aquellos asustados animales. Entre los vecinos se fueron pasando
la vos de casa en casa sobre lo que estaba sucediendo. Decían que una manada de
puercos se había escapado de un camión y estaban por todos lados corriendo al
garete. Estuvieron hasta el amanecer persiguiendo y echando garra a los peludos
regalos que les había enviado el espíritu de la navidad, que por cierto se había
adelantado; otros decían que había sido un regalo enviado desde el cielo
envuelto en la lluvia. En la mañana las familias de Corito estaban todas satisfechas
y contentas por aquel jugoso regalo, no se oyó decir que alguien había venido a
reclamar los cochinos.
En una de las casas situadas alrededor de la pequeña Cruz de Mayo, la madre de aquella niña dormilona y de sueños premonitorios exclamó pensativa.
- Caramba como que tenía razón Eliza cuando me dijo ayer que iba a caer una lluvia de Cochinos.
23-10-2022
Corrector de estilo:
Elizabeth Sánchez
Hermano Dios quiers que esté si salgo.Elixa hasta en sueño ve comida. Mucho agradeceríamos ese sueño se hiciera realidad.Un cochino de verdad.
ResponderEliminarCorito y su regalo del espíritu de la Navidad.
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