domingo, 23 de octubre de 2022

LLUVIA PORCINA

Por Humberto Frontado

 


            Temprano en la mañana una pequeña niña despierta estirándose y con ganas de seguir durmiendo en su menuda hamaca. El alcahuete gallo en medio del patio cantaba con desgano, como insinuándole que podía seguir durmiendo ya que era sábado. Su madre apresurada en medio de los quehaceres de la mañana pasó con un bebé en brazos y movió tenue la crisálida guajira por una de las cabuyeras indicando a la bella durmiente que era hora de levantarse; los otros tres hermanos mayores ya se habían levantado desde hacía rato y estaban merodeando por la cocina.

            La somnolienta niña después de haber hecho sus necesidades se colocó su inseparable vestido de flores multicolores. Su madre haciendo un alto en sus labores la tomó por un bracito y la arrimó hacia ella. Con un cepillo le desenredó un poco el pelo y en un santiamén le hizo una cola de caballo, mientras ella jugaba con la cinta roja que luego se la ataría a su cabellera. Habiendo terminado, la madre le da media vuelta para ver cómo había quedado y la inocente criatura la mira y en voz baja le dice.

        -       Mamá… soñé que iba a caer una lluvia de cochinitos.

           La madre sin prestarle mucha atención le dice, mientras la despacha con una pequeña nalgada.

       -       Eliza… eso fue porque anoche te acostaste con hambre. No te terminaste de comer el fororo.

           La infanta agarró su muñeca y salió al patio a caminar entre las plantas, confiada de que a esa hora el bendito gallo ya se había saltado hacia otros patios y no la molestaría persiguiéndola. Se entretuvo hablando y jugando con su confidente amiga sin sospechar lo que el destino les tenía preparado.

           En una localidad Llamada Bachaquero, a casi una hora de distancia, varias familias celebraban con beneplácito lo benevolente que había sido la providencia con ellos. Ese año había sido el más productivo desde que se iniciaron en el negocio de las cochineras. Las cochinas habían tenido excelentes y saludables partos; celebraban diciendo que los marranos se estaban reproduciendo como conejos, cada parto había logrado la docena promedio. Las familias se reunieron un día con la idea de concretar un buen negocio que les diera buen rendimiento por la venta de los animales. Después de varias reuniones lograron concretar con un comerciante de la ciudad de Cabimas, quien junto a sus familiares tenía varias carnicerías en la pujante ciudad. El señor carnicero se encargaría de trasladar la carga de los porcinos desde Bachaquero hasta Cabimas y llevar otro lote a Maracaibo. Habían logrado negociar la cantidad de cien cochinos en tres tamaños: grandes, medianos y lechones.

          Lo primero que el astuto negociante cabimero hizo, una vez se había cerrado el cerdoso negocio, fue ponerse a buscar la forma de cómo iba a trasladar aquel escandaloso embalaje por todo ese trayecto sin que la guardia nacional se percatara de aquella travesía. Para ese momento los organismos de sanidad estaban prestos en solicitar los permisos sanitarios de toda actividad referida a la comercialización de carnes y animales; sin embargo, los negociantes no tenían la permisología al día y gestionarla les iba a ocupar unas semanas o quizás meses y el negocio no podía esperar. No había tiempo que perder, ya que el lote estaba comprometido para ser entregado a principios de noviembre; aprovechando el momento del pago de utilidades y las fiestas de navidad y año nuevo.

            El Carnicero con varios de sus hijos y sobrinos se encargaron de diseñar y fabricar una estructura de tres niveles hecha de madera para colocar a los animales de acuerdo con su tamaño. Contactaron un chofer amigo que tenía un camión grande donde se podía transportar sin problema todo el bullicioso flete.

           A las nueve de la noche comenzó a montarse la inquieta y escurridiza carga en el camión. En el nivel más bajo colocaron diez enormes cochinos de más de cien kilos. En el nivel intermedio metieron cuarenta puercos que estaban entre cincuenta y setenta kilos; en la parte superior ubicaron cincuenta chillones lechones de quince kilos cada uno. Fue ardua y larga la tarea de introducir aquellos inquietos animales en las jaulas de madera; casi tres horas estuvo bregando la gente con los animales hasta que lograron estaba montar todo el cargamento. En el momento de comenzar a colocar la lona sobre la jaulas de madera comenzó a caer una descomunal lluvia. El chofer y los comerciantes vieron el temporal como una bendición ya que el traslado de los porcinos se haría bajo el manto encubridor del aguacero, así habría menos riesgo de que la guardia les parara en el camino.

           A las doce en punto de la noche el camión partió desde Bachaquero por toda la Carretera Nacional. El chofer aminoró la marcha debido al torrente chaparrón que le acompañó durante toda la travesía. Llegando a Cabimas justo en el cruce del sector R-10 el conductor vió que había mucha agua atravesando la carretera, en ese momento quiso aplicar los frenos para disminuir la velocidad y el camión se deslizó por la vía como si se tratara de un resbaloso tobogán. Aferrado al volante el angustiado hombre notó que el camión se colocó de lado y marchó un largo trecho, hasta que la carga cedió y se volteó estrepitosamente. La armazón de madera se partió en mil pedazos. No se supo que fue más estruendoso, la volteada del camión o el ensordecedor gruñido coreado por el lote de cochinos que buscaban afanosos ponerse a salvo. Por una de las roturas de la humedecida lona lograron salir los primeros cochinos. A medida que salían la abertura de la lona se hizo cada vez grande hasta que lograron salir en conjunto corriendo despavoridos hacia todos lados de la carretera.

           La población de la localidad de Corito despertó ante aquel estruendoso ruido, que no parecía al de los truenos; el sonido de las gotas cayendo en el zinc se ahogaba ante el ensordecedor bullicio y berrinche de aquellos asustados animales. Entre los vecinos se fueron pasando la vos de casa en casa sobre lo que estaba sucediendo. Decían que una manada de puercos se había escapado de un camión y estaban por todos lados corriendo al garete. Estuvieron hasta el amanecer persiguiendo y echando garra a los peludos regalos que les había enviado el espíritu de la navidad, que por cierto se había adelantado; otros decían que había sido un regalo enviado desde el cielo envuelto en la lluvia. En la mañana las familias de Corito estaban todas satisfechas y contentas por aquel jugoso regalo, no se oyó decir que alguien había venido a reclamar los cochinos.

           En una de las casas situadas alrededor de la pequeña Cruz de Mayo, la madre de aquella niña dormilona y de sueños premonitorios exclamó pensativa.

       -       Caramba como que tenía razón Eliza cuando me dijo ayer que iba a caer una lluvia de Cochinos.

 

23-10-2022

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez


2 comentarios:

  1. Hermano Dios quiers que esté si salgo.Elixa hasta en sueño ve comida. Mucho agradeceríamos ese sueño se hiciera realidad.Un cochino de verdad.

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  2. Corito y su regalo del espíritu de la Navidad.

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