Por Humberto Frontado
En las alturas
un intrépido y vetusto ser,
sólo le quedó asirse
con desesperadas ansias
a su obesa brocha;
cuando estrepitoso sintió que se desplomaba
de aquel alto y postizo andamiaje.
Cayó en un insondable vacío,
trasmisor de un sereno color,
de infinita luminosidad jamás concebida.
De pronto, arrastrado
por un deseo subrepticio,
fue llevado ante la presencia
de un rectangular lienzo impío
que estaba dispuesto a cercenarle
la cabeza de un tajo,
si no descifraba súbito
el contenido tácito en él plasmado.
No sabía si el cuadro era novicio
o si ya le habían agrietado la película de seda.
Se quedó viendo aquella cuadrícula blanca
que emanaba sensación totalitaria,
de conjugados hálitos de gran espectro.
Emanaba frescura de pálidos lirios
de perfecta pulcritud y limpieza.
Casi la toca con su grasienta y puntiaguda nariz,
buscaba detallar aquella enigmática pintura,
se dió cuenta que la pintura estaba acabada.
Agudizó la vista y entró una por una
las capas de aquel estático níveo,
que se abría tímido en diversas texturas
de inverosímiles rugosidades.
Retrayendo unos pasos,
percibió el sosiego y contrastes de fe
que poseía aquel color lleno de olvido y libertad.
Notó, al escurrir la vista en aquel insípido paisaje,
un orillo que lo salpicó
de un oscuro sentimiento de soledad,
en aquella laguna inmensa
de infinitos puntos blancos.
Era tan intenso aquel blanquizal
que el incipiente y obligado artista
blandiendo aquel inocente pincel
no se atrevía a retocar el traslucido cuadro,
temiendo que esa masa calcárea
succionara su pincel
y también parte de su mano.
Ausencia de ecos era su significado,
fragilidad en un equilibrio permanente,
era ausencia de materia antagónica;
está claro que tampoco en él había estridencias.
Estaba asido a la perfección inmanente
de la pureza celestial.
Lanzó tres azarosas pinceladas,
a modo de un expectante espadachín samurái,
tenían la imperiosa intención
de acallar cualquier intento de aparición
de algún impertinente color.
Atrajo así vestigios de una inocencia,
reflejó en ese nívea percepción fatalista
una opus magnum,
sin mácula y la profunda calma del vacío impío.
Allí quedó sin saberlo,
como parte de la obra,
hundido de cabeza
en el hondo cuñete
de blanca pintura de poca monta
y lanzando al níveo cielo
su último hálito de vida.
05-03-2023
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