Por Humberto Frontado
El corpóreo
aroma
de un pocillo colmado
de un café recién colado
empujaba uno a uno
los dos pesados batientes
de la anciana puerta.
Tras el
accionar
del oxidado picaporte,
un chirrido parecido a la segunda copla
de un gallo de retrasada cuerda
inundaba todo el recinto,
hasta alcanzar el patio trasero.
La arcaica
puerta demarca
el umbral, que plácido invita
a entrar en los más fastuosos
recuerdos de la mocedad.
Eres amplio
cuerpo
constituido por dos alas
de maciza madera,
labrada por ancianos carpinteros de la mar.
Incrustado
al lado de tu corazón,
descansa la ferrosa aldaba
que anunciaba en un corto y seco palpitar
la presencia del visitante.
Eres
símbolo de hospitalidad,
de permiso y bienvenida;
también portavoz de funestas noticias.
Ese
seco repiqueteo
resonaba hasta el zaguán,
convirtiéndose en ecos dispersos
que se desplazaban
por todo el ámbito antañón.
Puerta
sagrada
que distes acceso
a intimas penurias;
fuiste paso principal
de los primitivos rayos
del dios mañanero.
Como
agigantados ojos te escoltan
las dos grandes y enrejadas ventanas,
que perezosas se abren
ante el encandilamiento del eterno.
Hoy tu
escarapelada
y desdeñada presencia
denota el acucioso fluir del tiempo
a través de ti.
12-01-2025
Corrector de estilo:
Elizabeth Sánchez.
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