Por Humberto Frontado
En una insondable oscuridad
un pequeño y vetusto ascensor
logró rebasar
en segundos
su máxima velocidad;
tanta que alcanzó
desgarrar las ropas
de los inocentes cuerpos
que le ocupaban;
se iban consumiendo
por la fricción y el calor
de los más locos deseos,
aún apócrifos
en la deslustrada
ética aristotélica.
La nave flotó
durante un prolongado
espacio de palpamientos;
tanto que rasgaron
sus débiles pieles;
más tarde
se hicieron fluidos
de intensos colores y hedores.
Estaba todo lóbrego
y enmarañado,
los largos tentáculos
se anudaron
era una sólida masa
desnaturalizada;
el apriete los dejó inertes
en ese recinto sin aliento.
Aquella crisálida
escapada de las orbitas
usuales
se movía a la deriva;
era imperceptible
en aquella inmensa penumbra
de eterna noche espacial.
Los tripulantes
buscaron ansiosos
la salida de aquellas
férreas cuatro paredes;
ausentes de aire para
respirar,
sepultados por una masa
inerte llena de gemidos.
La cápsula
se abrió abrupta
dejando salir
aquella turba voluptuosa
de apetitos reprimidos,
emanando olores
aún por descifrar.
19-11-2023
Corrector de estilo: Elizabeth
Sánchez
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