Por Humberto Frontado
Resbaló
esa noche
al pisar una pretensión amorosa
que veía casi segura de consumar.
Retornando en sí,
después del sacudón,
con sutil disimulo apartó
su aún humeante cuerpo
de aquel frío y ausente dorso;
reclinó su atolondrada cabeza
en aquella rocosa almohada
de agudos salientes y toda porosa.
No pudo conciliar el sueño
solo escuchaba el sonido hipnótico
del palpito de su espesa sangre,
decidida a salir a borbotones
por cualquier hendidura.
Furtivo
abandonó
aquella fría habitación,
fue un salto acrobático,
salió por el balcón
y se abrazó temeroso
a una reseca hiedra
que cubría toda la amplia barda.
Bajo escurriendo
hasta la oscura calle.
Atravesó unas cuadras
sin respetar la señalización.
Se dió cuenta que aún todo
palpitaba a esa hora de la noche.
Todo se movía
a una velocidad vertiginosa.
Tímidamente
se adosó
a un alborotado grupo de chicos
que cantaban alegres y algo más.
Detalló que le hacían rueda
a un par de gallardos cronopios
que danzaban y entonaban
sus eclípticas canciones
siguiendo curvadas esperanzas,
mientras un fama
montado en unos zancos
trataba de agarrar un furtivo cometa
que atravesaba el oscuro cielo.
Amaneció ipso facto
haciendo énfasis y alargue
a las seis y cuarto en punto,
el condensado sol
taladro sus parpados
dejándolo petrificado
envuelto en el entramado
geométrico de aquel
grueso y pesado cubrecamas.
Solo podía concebir
un misero movimiento a la vez.
Miró a un lado de la cama
y le sorprendió la presencia
de una fémina esperanza
que vestida de un sedoso
azul metálico
roncaba un punzante y conciso
poema de Íbico.
04-11-2023
Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez.
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