Por Humberto Frontado
Siembras
sin exigir cosechas.
Riegas con paciencia de lluvia sabia y constante;
la tierra fértil es tu regalo, tu paz.
La espera callada,
tu acto más importante.
Huella
tibia en la almohada del hijo enfermo,
presencia silente que calma fiebre y temblor.
Aliento cercano,
vigilia sin reloj,
puro amor protector.
En la
penumbra, tarareas tenue canción al oído;
son notas bajas que disuelven sombras.
Arrullas sin palabras que derriban miedos.
Melodía antigua que cura pesares.
Ejerces
oficio de luna llena:
alumbras sin quemar,
acompañas noches sin asfixiar.
Guardas distancia donde la luz crece,
dejas que el retoño brille solo,
sin opacar.
Habitas
el presente,
sin tiranía de relojes.
Tu abrazo poderoso detiene el tiempo furtivo,
tu mirada clara dice "aquí estoy",
sin reproches.
Eres
cálido regazo que guarda confidencias,
tesoros secretos y piedras preciosas.
Cofre de silencio que vence las impaciencias,
refugio seguro donde el alma se compensa.
Enseñas para volar,
dejando nidos atrás sin lamento.
Empujas suave hacia el vacío necesario,
expones al aprendiz a lo desconocido;
confías en sus alas,
en su vuelo solitario.
Dominas
el arte de fallar y volver a comenzar.
Ofreces
disculpas sanadoras,
bálsamo cierto.
Pones límites que acogen
fronteras de barro cálido,
abrazo abierto.
No
pretendes ser dios,
pero escalas posiciones.
Humildad que se amolda en cada intento.
Hablas
con ternura de horizonte distante.
Apaciguas las aguas turbulentas,
sobre las que camina en desnudo pensamiento.
15-06-2025
Corrector de estilo:
Elizabeth Sánchez.
Hermoso
ResponderEliminarMamá nos açompaño siempre, en silencio. Sabíamos que estaba allí.
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