Por: Humberto Frontado
- ¡Hey
pórtate bien!... ¡Ve que estamos en semana santa y el diablo anda suelto!
Me advirtió
mi madre aquella tarde del domingo de ramos. Era normal escuchar esa
amenazadora sentencia todos los años durante la semana mayor.
Desde el
inicio de la cuaresma de ese año la Isla de Coche se despertó envuelta en una
extraña brisa irreductible, que se desplazaba como de costumbre de arriba hacia
abajo. El aciago fenómeno eólico lo aderezaba una porción de arena que poco a
poco se fue incrementando. La segunda semana de impertinente viento había
obligado a la gente a permanecer resguardado en sus casas, el ambiente estaba
cubierto por un velo arcilloso que lo cubría todo. Los animales fueron recogidos
y metidos en los corrales, los chivos estaban en constante movimiento tapándose
unos con otros para evitar la tierra en los ojos.
Aquel soplo
arrebata-sombreros cuando se montaba en la vía principal cogía una velocidad
extrema, aprovechando la lisa superficie de aquella escuálida capa de asfalto
que la cubría. La gente se tapaba la cara con cualquier pedazo de trapo que
consiguiera para evitar el “sandblasteo”(1) provocado con la arena.
Se podía
ver que el susodicho viento ya traía incorporada su molesta carga de arena antes
de tocar tierra cochense. La punta de playa se veía maquillada por una penumbra
amarilla que se dirigía rauda hacia Valle Seco con toda su carga de pegajoso
polvillo. Había gente que decía que la fina arena venía desde Margarita, otros
de imaginación más volátil comentaban que venía de los remotos desiertos africanos.
Aquella
arenilla fina entraba en las casas colándose por cualquier hendija. Se barrían
las casas y en cosa de minutos estaban nuevamente empolvadas. Según la gente
más vieja de Coche, la isla nunca se había visto envuelta en este fastidioso
fenómeno borrascoso.
Ya había
transcurrido la mitad de la cuaresma y cada vez se arreciaba más la ventolera. El
jefe civil ya cansado y obstinado pronunció un edicto para que la gente de
Valle Seco no barriera más las casas, porque era tanta la arena que se vertía a
la calle que se estaba engendrando un gigantesco médano que se movía perezosamente,
con el firme propósito de engullir y dejar sepultadas todas las casas de allá abajo.
Las
personas con sus máscaras improvisadas respiraban en modo parsimonia para
evitar saturar sus pulmones de polvo. Haciendo caso al decreto de las
autoridades también se tomó la decisión de evitar sacudir el polvo en el
interior de las casas, era preferible que todo quedara inamovible para escapar de
los problemas respiratorios, sobre todo en las personas mayores.
Se llegó a
pensar que la isla había quedado atrapada en un remolino perpetuo de polvo y
que sólo la milagrosa intervención de San Pedro podía salvar al pueblo. Varios feligreses
propusieron al cura sacar al santo padre y enfrentarlo al mal. El cura sin
vacilar les dijo que eso no era posible ya que la última ventolera que hubo, cuando
se presentaron las mangueras, el pobre había quedado todo estropeado, esperando
la reparación de una de sus piernas. Ya después de tanta desesperación casi
asomándose el sol mermó por arte de magia la fastidiosa ventolera.
Salió la
gente a tomar aire y a romper el intolerable cautiverio, se sacudían la cabeza,
la ropa, mientras se preguntaban angustiados qué iban a hacer con aquella abrumadora
cantidad de arena que había en sus casas. Estaba próxima la llegada de la Semana
Santa y había que dejar todo listo para las festividades. Aún había la
presencia, con menos intensidad, de un remanente soplo intermitente.
Llegó el
día de la procesión del nazareno y ya en el momento de la salida se decidió
tomar una serie de medidas de prevención; todo lo que tenía que ver con adornos
de telas y flores se fijaron doblemente engrapadas contra la carroza. El cristo
con su cruz fue fijado a la base con unos improvisados pies de amigo de madera.
A la hora pautada y con una asistencia pírrica de piadosos se dió inicio a la
ceremonia.
La puerta
de la iglesia estaba entreabierta y las ventanas cerradas, aún así los manteles
y candelabros eran azotados vilmente por aquel pecaminoso e impertinente
viento. Una ráfaga del irrespetuoso viento le levantó la sotana al párroco
llevándosela hasta el cuello, la actividad se detuvo por un momento mientras el
monaguillo prestaba su auxilio rápidamente. El libro que estaba leyendo se había
caído al suelo, perdiendo la marca que tenía, eso retrasó aún más la salida.
Al cabo de
un instante el cura se vió obligado a improvisar un poco la ceremonia para
acelerar la salida del cristo. Se cuenta que por culpa del viento, el recorrido
de la procesión se acortó y el tiempo de ida fue tres veces más que el de la
venida.
Ya de noche
y emperifollado me fui al bar de Pedrito y me tomé como unas cinco cervecitas
sentado en la barra, viendo a la gente bailar. Había algunas parejas que se intercambiaban;
así como un par de mujeres que me llamó la atención, considerando que bailar
entre ellas era normal, pero no con tantas risitas y cuchicheo entre ellas. También
nos acompañaba el primo Geño bailando solo, cantando ya rascao que casi se caía.
Autoinvitado a mi presencia se apareció el primo Buchéperico para quechar un
traguito. Buscó conversación diciéndome que ya venía de abajo donde el ambiente
estaba mejor, se ganó la cerveza por la buena información. Me despedí
rápidamente y me encaminé hacia El Cardón. En el camino me encontré con otro
primo quien ya venía a recogerse, le pregunté por el ambiente y me contestó.
- En
el bar “trinca bolas” es la cosa, la música y el ambiente está chévere.
Le hice
caso al primo y me fui directo al trinca. Efectivamente la estridente música
era la de moda, muy lejos de la que se escucha en la anticuada rocola de
Pedrito, que sólo tiene rancheras, raspacanillas y las románticas viejas de Los
Panchos y Javier. Había una miniteca con un poco de pestañantes luces de
colores. Los alrededores del bar lo tapizaron con palmeras de coco, haciendo un
ambiente más reservado, para evitar los averiguadores. Entré buscando en la
obscuridad un rostro conocido, caminé entre las mesas y llegando a la barra me
saludó un primo que también estaba llegando e iba al encuentro de otras primas.
Comenzamos a beber cerveza y a bailar hasta que nos dieron las dos de la mañana,
hora del cierre del bar. Pagamos lo que se había consumido, me despedí de los
primos y cogí camino hacia Valle Seco. Antes de arrancar uno de los primos me
gritó.
- Hey
primo mucho cuidado, sobre todo por ”Lorroques”.
Al terminar
de escuchar aquella advertencia sentí que un halo de miedo siquitrilló mi
cuerpo. Inmediatamente vinieron a mi mente infinidad de fábulas que se han
tejido a través del tiempo sobre cosas que se suscitaron por los alrededores de
Los Roques. Apresuré el paso hasta donde me permitía los atenuantes efectos del
alcohol. Seguí caminando en pequeños zigzags, buscando pensar en cosas que me
alejaran de lo que insistentemente mi mente me arrastraba. Trataba de pensar en
el trabajo que había hecho todo el día, amontonando un pillote de arena en el
patio de la casa, eso me calmó un poco.
Ya próximo
a la entrada de la zona de terror escuche a lo lejos un ruido de piedras que caían
del cerro. Busqué rápido asirme a una lógica explicación y supuse que había
sido un chivo o un burro buscando algo de comer. Continué caminando confiado
hasta que sentí que alguien venía detrás de mí. Me di vuelta para ver quién era
y, si efectivamente, venía alguien caminando rápido, pero un poco retirado. Pensé
que era un vallesequero rezagado que se le hizo tarde y quería mi compañía.
Caminé sin
prisa para esperar al primo que venía detrás y me volteé para ver lo cerca que
estaba. Mi mente no podía creer lo que estaba viendo, un hombre flaco muy alto
esquelético con unos brazos largos que casi rozaban el piso. Apresuré el paso,
pero trastabillé con una piedra y me caí. Ya en el suelo boca arriba, esperando
lo peor, observé que algo gris con canillas exageradas paso sobre mí. De reojo
vi su espalda huesuda y con hilachas de pelo que brotaban de un cráneo cadavérico.
Hasta allí llegué, perdí el conocimiento por un momento. Desperté como a la
hora, un poco más sobrio decidí reiniciar la marcha hasta el pueblo, tratando
de ajustar los pensamientos.
Llegué a la
casa y traté de abrir la cerradura sin éxito, por la tembladera que tenía en
las manos. Comencé a golpear la puerta sin considerar a los que estaban
durmiendo. Mama fue la que salió a mi encuentro, exclamando.
-
¡Muchacho,
que es esa bulla que tienes ahí, despertando a toda la gente!
- ¡Mama,
me salió el palanquín por Los Roques y me hizo correr el desgraciado! – le dije
casi llorando a mi madre.
-
¡Pero
tú estás loco, muchacho ércarajo! – gritó mama molesta – cómo vas a estar
poraí, a esta hora, sabiendo que estamos en Semana Santa y el diablo anda
suelto… ¡qué necesidad ….ah! vaya a acostarse
carajo!.
Notas:
(1) Sandblasting: El arenado, granallado o chorreado abrasivo
es la operación de propulsar a alta presión un fluido, que puede ser agua o
aire, o una fuerza centrífuga con fuerza abrasiva, contra una superficie para
alisarla o eliminar materiales contaminantes. Wikipedia.
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