Por: Humberto Frontado
“Era
inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de
los amores contrariados”
Así dió inicio Gabriel García Márquez su
excelente novela “El amor en los tiempos del cólera”. Allí describe una
historia de amor ocurrida en un pueblo portuario del Caribe y que se suscitó a
lo largo de más de sesenta años. Podría decirse que ésta se centró en un
melodrama de amantes contrariados, que al final vence gracias al tiempo y los
sentimientos.
Las circunstancias actuales traen a la
memoria ese tan particular título. Fue una leyenda de amor que se engendró en
tiempo de una pandemia muy similar a la que estos días nos envuelve. Si se pudo
tejer una relación de amor en ese entonces, bajo los estragos de un mortal
virus, que puede suceder ahora con un escenario similar en cuanto a extensión.
El
cólera surgió durante el siglo XIX y ha sido la segunda mayor enfermedad, por
debajo de la peste, que visitó Europa, Asia y varias zonas de América. En el
caso de coronavirus se prevé que sea más extensa su presencia.
La cuarentena se ha establecido en todos
los países y constituye un medio efectivo para evitar la propagación del
Covid-19. En las semanas transcurridas
los medios televisivos extranjeros y digitales nos han informado al extremo de
las vicisitudes que se han vivido los hogares en cautiverio. El hacinamiento al
que nos ha llevado esta pandemia ha introducido cambios en nuestro actuar ya
que no estábamos acostumbrados a ésto.
En una de estas mañanas veía las noticias
en la TV española y mencionaban de una señora que se había suicidado, lanzándose
de un quinto piso después de haber asesinado a su marido que la maltrataba. Una
trágica historia de amor en estos tiempos de cuarentena. Así como éste, otro
pasaje sale a la luz pública a diario producto de amores contrariados.
Una señora italiana tocaba dulcemente su
flauta desde su balcón, el marido se asoma gritándole que dejara de tocar.
Violentamente le quitó el instrumento y se lo tiró al suelo, allí comenzaron a
pelear. Este video fue difundido en las redes sociales. En otro ambiente, una
mujer contó en Twitter que ha escuchado a sus vecinos gritar que no soportan a
sus hijos y gritan que no los quieren ver. Otra usuaria dijo que estaba cansada
de explicarle a sus padres, de más de 60 años, que no debían salir de casa.
Al
comienzo de la cuarentena, una vez impuesta, nos pareció divertido ya que vimos
en ella una espléndida ocasión para librarnos de la rutina diaria. Pero a
medida que transcurren los días, nos envuelve la incertidumbre sobre cuánto durará
el hacinamiento. Y la preocupación se hace más fuerte cuando comenzamos a
vacilar sobre el dinero que tenemos, que si los alimentos que hay en la lacena
son suficientes, así como las preocupaciones por las medicinas de los que somos
más viejos.
En definitiva, dependiendo del número de
integrantes del grupo aislado, se entremezclan los miedos y ansiedades afectándose
los unos a otros. El susodicho estrés hace su aparición, generando irritabilidad
exacerbada hacia el resto de las personas con las que convivimos el cautiverio.
Afloran los sentimientos de soledad y apatía, y lo más raro, el cansancio por no
hacer nada ¡que molleja! El amor pasa por debajo de la mesa, está ausente en
esta obligada aglomeración. En fin, cada cabeza es un mundo y cada participante
enfrentará la situación como mejor le parezca.
En estos tiempos los amores
están cubiertos en un fino cristal de salud emocional. Podremos estar de
acuerdo en normas básicas; espacios ordenados y limpios, bien ventilados,
cuidado personal; lavarnos las manos con frecuencia (antes y después de comer,
después de salir del baño, después de toser o estornudar, etc, etc). No estamos
acostumbrados a tantas normas e imperativos. Los estados de ánimo de los
ciudadanos en este ambiente son un polvorín. Si nosotros los padres actuamos
estresados, ansiosos y peleando, que podemos esperar de los tripones. Las
emociones se disparan en función del estadio, cada uno se manifestará a su
manera.
De regreso al amor en
cólera, cuando el barco recogía a los pasajeros para el viaje de regreso, la
señora Fermina prevé un escándalo si la gente se enterara de su loca aventura
en el crucero del amor a tan corto tiempo de la muerte de su esposo. Ante esta
situación, Florentino da la orden al capitán que ondee la bandera amarilla que
indica contagio de cólera en el barco. Con esta excusa el barco navegará sin
pasajeros ni carga y sólo se detendrá a tomar combustible. Ahora nadie quiere
volver a su casa, al horror de la vida real. Así pues, Florentino y su amada
decidieron navegar en el río por siempre.
Ojalá que cuando salgamos de
la cuarentena no encontremos que la realidad de nuestro país sea aún de mayor
horror, para no tener que optar por una decisión tan trágica como la tomada por
Fermina y Florentino.
Venezuela, Cabimas, 05-04-20.
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