Por: Humberto Frontado
Se
llamaba justamente Justo aquella dócil y grata persona muy popular en toda la
Isla de Coche debido al trabajo distintivo que tenía, había dedicado parte de
su vida a componer y emperifollar en todo su esplendor a los inanimados que
partían en su último viaje con rumbo ignorado. Una tarde de inusual calor
infernal estuvo laborando en la alejada población del Guamache durante tres dilatadas
horas con algunos intervalos de respiro, engalanando a una señora de extrema
contextura. Nunca antes había asumido un servicio en talla extra grande, los
insumos utilizados se habían triplicado en tan sinigual mole.
Emocionado en ese caso atípico de una finada algo mofletuda corroboró
algunas cosas que le habían comentado sus antecesores maestros; una de ellas
era contemplar durante su rigor mortis el recital de retortijones de tripas que
desembocan en rítmicas y estrepitosas flatulencias, que muchas veces ocasionan
que las caderas del inerte se suspendan en el aire. Aquella descarga de
nauseabundos gases rápidamente hay que atacarla con continua ventilación y la
colocación de varios tazones contentivos de vinagre y bicarbonato de sodio
alrededor del área. Otro más increíble fue la sudoración post mortem, debido al
extremo calor de esa tarde; mientras la maquillaba tenía que secarle
continuamente con un pañuelo las diminutas gotas perladas de sudor desprendidas de
aquel redondeado rostro.
El
exceso de bulla y algarabía en la casa producida por toda gente que iba
llegando a dar el pésame y otros en plan de averiguar sobre los pormenores, más
un concierto de acompasados golpes de martillo no dejaban concentrar al
paciente y responsable tanatólogo.
Salió
del cuarto aturdido a tomar un poco de aire fresco y se encontró de frente con
dos personas armadas de mandarria y pala tratando de quitar el marco de la
puerta principal a fin de poder sacar el ataúd de la difunta en su momento. Se
pasó la mano por la cabeza como señal de desespero y caminó rápido serpenteando
entre la muchedumbre hasta dar con el dolido viudo a quien le pidió suspendiera
la labor de demolición y despejara un poco el interior de la sala hasta que él
terminara de hermosear a su amada. Con la venia del dueño de la exánime entró
nuevamente al cuarto y se sumergió en su arte, allí terminó de confirmar otro
misterio sobre la oculta y sublime belleza que está detrás de cada capa acumulada
de grasa en el terso cutis de una dama obesa. Llamó al viudo y a su hija para
que recibieran y juzgaran su trabajo, ambos quedaron impresionados al ver a la
rejuvenecida mujer dormida y comenzaron a llorar en silencio para no perturbar
su sueño, aquella escena le bastó y dio fe sobre su esmerada faena.
Se
despidió del resto de las personas y satisfecho de aquel exigente servicio se
dirigió a su pueblo San Pedro, estaba tan exhausto que durmió un rato en el
automóvil que lo llevaba mientras lo arrullaba la cálida brisa ribereña. Ya en
su casa su esposa lo recompenso dándole almuerzo y cena juntos, él atacó aquel
pillote de comida sin piedad con más hambre que un faquir en ayunas. Después
del reposo no se sentía bien y le comentó a su consorte.
- Vieja
me dió como un soponcio, creo que se me subió la tensión, siento como una
opresión en el pecho.
El
embalsamador fue llevado de inmediato a la medicatura, el médico de guardia le
colocó una diminuta pastilla debajo de la lengua y le colocó una inyección,
quedó en la emergencia bajo observación. Pasaron unos minutos cuando de pronto
se oyó una fuerte y gélida ventolera afuera del recinto que levantó una fuerte
polvareda, el flujo eléctrico como en automático feneció quedando todo oscuro.
Al parecer alguien abrió de par en par la puerta del edificio haciendo que
entrara una bocanada de fría brisa en el interior del ambiente que sacudió
abruptamente a los presentes.
Justo,
quien estaba aún atontado por los medicamentos, también había sentido en sus
huesos la mentolada brisa y trató de incorporarse, pero solo pudo levantar un
poco la cabeza para distinguir una oscura figura que tenía en el frente. Pudo
distinguir que el personaje tenía una raída capa negra y una larga estaca con
una hoz que tomaba con su esquelética mano derecha. Era la muerte que había
venido a visitarlo. El necrólogo maquillador sin sobresaltarse en lo más mínimo
lo interpela tranquilamente, preguntándole.
- ¿Y
tú, qué estás haciendo por estos lados?
El
encapuchado personaje dió unos deslizados pasos hacia adelante y le contesta
amigablemente con una sardónica sonrisa.
- Vengo
por ti Justo, y a tiempo.
Aquella altisonante respuesta desconcertó al cosmetólogo de difuntos;
sin embargo, le sonrió correspondiéndole al oscuro y flaco ser diciéndole.
- ¿Por
qué yo? … es que acaso tienes alguna queja del servicio que presto a los seres
que osas llevarte. ¡Chico no me eches esa lavativa! … tengo muchos años en esto
dejándote a los clientes bien pepeados. Muchos han llegado a mi todos
destartalados cual rompecabezas y yo con paciencia y esmero los remiendos,
prácticamente los armo de nuevo para beneplácito de sus familiares y que tu
hagas una cesión de altura.
La
muerte tomó su garrote y lo recostó a una de las paredes, moviendo el brazo
como tratando se sacudirse un viejo dolor, caminó hacia Justo y le dijo con vos
de ultratumba.
- Querido
amigo en verdad tengo que felicitarte porque los clientes que salen de esta
isla llegan a mi todos olorosos a colonia de bebe y buena presencia, eso es muy
bueno para la publicidad de mi trabajo; sobre todo en el ambiente religioso
donde hay gente que se ha dado a la tarea de inventar y hacer creer a otros un
mundo de bolciclerías. Es frecuente escuchar a la viuda del difunto susurrarle
en la oreja: espérame en el cielo, lo que no sabe ella que él tiene otro
destino más abajo.
El
latonero taxidermista recostó su cabeza y cerrando los ojos para buscar las
mejores palabras dijo.
- Cada
quien tiene potestad en creer lo que quiera sobre la muerte. Por ejemplo,
Platón nos dejó dicho hace mucho tiempo atrás que él creía en la existencia del
alma y consideraba que la muerte era su separación del cuerpo y que tras ella
esta volvía al mundo de las ideas. Que tan cierto será esto no lo sabemos. Yo
sé que angustiarnos y temer a la muerte es normal y no tenemos por qué
avergonzarnos y mucho menos de algo que desconocemos. Lo que no sería normal es
que no seamos capaz de ver y sentir la pérdida de la vida como algo dramático.
- Sabes
que es malo y tú no has tenido ninguna consideración en este sentido, a veces
despides temprano a una persona inocente que lo único que hace es el bien y por
otra parte dejas que un bicho malo llegue a morirse de viejo. Pareciera que
ustedes azuzan a que perdure y con prestancia la expresión “mala hierba nunca
muere”, deberían tomarlo en serio y revertirla, que la gente sea consciente de
que si actúa de mala fe apuntará a que transitará por un camino muy corto.
- Eso
no es así Justo, tu comentario está atado a unas indescifrables fórmulas
matemáticas que marcan cada destino en particular. Busca establecer inconscientemente
que hay que tomar en serio el vivir, pensar que cada segundo que se transita es
muy importante y hay que disfrutarlo al máximo. Igual que Platón han existido
hombres sabios que han descifrado algo de estas fórmulas y descubrieron que
larga vida y felicidad implican sencillez y alimentación equilibrada; allí
están los Epicúreos con la participación de Diógenes. En
síntesis, la muerte está para hacerles entender que la vida tiene un final, reflexionar sobre lo
importante de cómo se vive.
- Por
cierto, en tu caso he recibido comentarios de que has hablado en forma altanera
de que no le temes a la muerte y que vociferas que tu vida y muerte la decides
tú.
Justo
levantó su torso como pudo apoyándose de los codos, angustiado tragó grueso y
se apresuró a decirle a la visitante.
- ¡Ya
va! ¡Ya va!... no sé quién pudo haberte contado eso, yo nunca he dicho tal
cosa. Lo que si he dicho a algunos de los familiares y en forma de consuelo, es
que la muerte es benigna y que es parte de nuestras vidas y hay que prepararse
para ella en vez de temerle. Yo tengo mi filosofía particular ante la muerte y
comento que las personas tienen un enfoque equivocado de ti, creen que la
muerte ocasiona los accidentes, como el que acaba de suceder allá abajo del pueblo.
No se dan cuenta que somos nosotros los que con una dosis de confianza
olvidamos lo frágiles que somos. Buscamos problemas que nos llevan a la muerte,
ya sea por un accidente o por un descuido de nuestra salud. La cuestión es que tu
llegas en el momento preciso cuando decidimos partir sin retorno.
- Es
cierto lo que dices Justo, a veces no me basto para tantos casos que tengo que
atender, me ha quedado bien claro que la gente no aprecia la vida –comentó asintiendo
la muerte.
- Volviendo
a mi caso señora – dice el componedor con voz tenue – debería considerar y
posponer mi ida para otro día, bien retirada hacia adelante.
La oscura
señora no pudo ocultar su sonrisa y mostró parte de su desdentada encía,
mientras Justo terminaba diciendo.
- Yo
comento a veces que debemos evitar la zozobra y la inquietud que nos puede
llegar a producir la idea de que vamos a morir. Yo comulgo más bien con lo que
dijo el francés Maximilian Robespierre (1) …“la muerte es el comienzo de la
inmortalidad”, morir no es el final de todo, sino que da paso a que nuestra
senda trazada seguirá presente en la tierra para quienes nos han rodeado.
A lo que la
sorprendida e inesperada visita respondió.
- Está
bien, me convenciste viejo amigo, pero quiero pedirte que tengas más respeto
con los muertos, me han contado que después de echarles cal por las entretelas,
les das cachetadas en las nalgas diciéndoles “denle que son pasteles”. Eso es
una falta de respeto a los difuntos.
Mientras
hablaba, el negro personaje frunció levemente el ceño, mostrando su
descontento. Justo que se dió cuenta del cambio acotó diciendo.
- Es
cierto que he hecho eso, pero solo lo hago con aquellos difuntos que se la
daban de gran cacao y siempre miraban a sus conterráneos por encima del hombro.
Lo hago como una forma de decirles que: pudiste tener mucha fortuna, pero
muerto no sirves para nada; desnudo y con las nalgas al aire nacistes y también
mueres.
La
negra silueta toma nuevamente su garrote y en un ademán tipo “Houdini”
desapareció de la fría habitación. Justo abrió los ojos y quedó pensativo, reflexionando
sobre la conversación que mantuvo con su supervisor, diciéndose.
- ¡Vaina!
… voy a tomar esta experiencia como si hubiese nacido hoy y seguiré componiendo
y disfrutando mis muertos.
“La pálida muerte lo mismo llama
a las cabañas de los humildes que a las torres de los reyes” (Horacio).
Venezuela, Cabimas, 15-07-2020.
1. Maximilien Robespierre
(Arras, 6 de mayo de 1758-París,
28 de julio de 1794), fue un abogado, escritor, orador y político francés apodado «el Incorruptible». Fue uno de los más prominentes
líderes de la Revolución francesa.