sábado, 14 de noviembre de 2020

MUSICA DE CIERRE

 Por Humberto Frontado



           Después de haberse deglutido un tazón de un inacabable hirviente, picante y achotado chilpachole, acompañado de sendas quesadillas cubiertas de aguacate, regresó al Edificio Principal de Cantarell de Pemex en Ciudad del Carmen, México a descansar unos minutos antes de comenzar otra vez las labores de trabajo. Había llegado a trabajar a ese país por azares del destino, después de haber estado laborando un buen tiempo en una de las primeras petroleras a nivel mundial, Pdvsa en Venezuela.

          Ya estaba transitando su segundo año en ese interesante país y todavía se estaba adaptando a sus costumbres, expresiones y comidas. Todavía no se había adaptado aún, según él, al inhumano horario de trabajo: Comienza a las 7:00 am hasta las 2:00 pm, almuerzo y regreso a las 4:00 pm hasta las 8:00 pm si te dejan salir. 

           Se sentó frente al escritorio y su computadora ubicados en uno de los cuchitriles de uno y medio metro de ancho por uno y medio de profundidad, jocosamente los ingenieros los llamaban caballerizas, eran en verdad cubículos colocados uno al lado del otro cubriendo toda el área del nivel o piso. Aprovechando la ventaja de disimulo que su espacio tenía, ya que estaba al otro lado del pasillo principal fuera del paso de la gente, decidió echar una pequeña zorrita, transcurrido unos breves minutos sintió la atracción de una extraña melodía que venía del fondo de los recintos.

            Se quedó sin palabras escuchando las evocadoras notas, se fue incorporando, bajo los pies del escritorio se pasó las manos por la cara, para quitarse un poco el sueño que tenía, se levantó de su asiento y caminó buscando entre los establos la procedencia de aquella extraña melodía que lo atraía, hasta que llegó al fondo de las caballerizas y justo coincidió que era de su compañero de trabajo el ingeniero Vera. Allí estaba revisando sus correos y escuchando la música grabada en su computador y le preguntó.

          -  ¿Qué hubo Ricardo y esa música? – a lo que el colega contesta a lo charro macho.

          -  A chingado buey, no lo sé, pero en la lista de canciones está, ya te digo.

         El ingeniero buscó en su compu y encontró la información: la composición era el Boléro de Maurice Ravel. Tomó nota y se despidió de su colega regresando a su sitio de trabajo, todavía le quedaba bastante tiempo para descansar y pensar en la sorprendente melodía. Después de unos minutos de haber retornado a su sitio llegó el profesional mexicano con algo en la mano, diciendo.

       -  Ingeniero aquí tiene copia de la música que le gustó – extendiendo su mano a su colega con el Cd.

         -  Gracias Ricardo, y porfa no me digas ingeniero que ya tu sabes cómo me llamo yo buey – le dice en forma recriminatoria a su amigo.

           El mexicano se sonrió y le hizo una señal con su mano derecha mientras éste se disponía a introducir el disco en la computadora, sin embargo, no dejaba de pensar y preguntarse por qué los mexicanos acostumbran a llamar a la gente por el título profesional, en lugar de hacerlo por su nombre de pila; aún tratándose de alguien harto conocido. Llegó a la conclusión de que los muy muérganos son tan perezosos para aprenderse los nombres de los compañeros, que preferían arroparlos a todos con el apelativo de su profesión, peor aún lo hacían todavía más fácil diciéndoles inge.

           El ingeniero se quedó meditabundo explayado escuchando la melodía. Abrió los ojos desorbitadamente cuando se vió transportando a un tierno paraje en su niñez: Caminaba hacia la escuela bajo el encanto de esa ya identificada música. Recordó claramente que en su escuela Antonia Esteller de Lagunillas era una institución que se regía por las nomas de todas las escuelas bajo el dominio de la compañía Shell de Venezuela. Antes de ingresar al recinto, la Dirección colocaba un Longplay de 33 rpm con una selección de doce composiciones clásicas de los grandes maestros de antaño, ellos eran Mozart, Bach, Beethoven, Brahms, Schubert, Vivaldi, Verdi, Tchaikovsky, Wagner, Chopin, Biset y para el cierre Maurice Ravel, con su magistral Boléro . Había unas cornetas colocadas alrededor de las instalaciones del colegio que esparcían la melodía por toda la comunidad petrolera.

           La música tenía una duración de treinta minutos más o menos, era el tiempo más que suficiente para que todos llegaran a tiempo a la escuela, inclusive hasta los más retirados considerando que la escuela estaba ubicada en un punto central con respecto a los cinco campos. Los estudiantes sabiendo o memorizando la secuencia de las melodías podían promediar los minutos que les quedaba para llegar a tiempo.

          Descendió a su cabeza de inmediato un claro recuerdo: era una vez igual a otras tantas, se había quedado rezagado bajo la sombra de un roble que había tapizado todo el suelo con flores, desde allí dió comienzo a su hobby: cazar machorros siete colores por los lados de las gradas de la cancha de voleibol de Rancho Grande; estuvo persiguiendo un bello ejemplar hasta que logró atinarle con una piedra, el lagarto quedó atolondrado, y representaba una buena oportunidad para el muchacho de vanagloriarse, exhibiendo a sus amigos su hermoso trofeo en el salón. Cuando estaba cerca del reptil se inclinó y lo tomó por el rabo, el animal ante el peligro se movió violentamente dejando de regalo en la mano del párvulo un pedazo de su cola y corrió azaroso hasta meterse en su cueva al lado de los tubos de los asientos.

            El muchacho bellaco molesto tomó un pequeño trozo de rama de un árbol y comenzó a excavar, agrandando la entrada del recinto del pequeño animal, hasta que una ráfaga de viento sopló inundando el ambiente y trayendo un claro mensaje. El infante levantó la cabeza y miró a su alrededor acuciosamente y no vió a nadie, se había quedado solo; agudizó el oído al viento y se dió cuenta que el Boléro de Ravel estaba en su fase final, ya que todos los instrumentos habían entrado en escena inclusive las trompetas. Echó a un lado la rama que tenía en las manos y se las sacudió con fuerza quitándose la tierra, fue a buscar el bulto que lo había dejado atrás y comenzó a correr, se dió cuenta que estaba en graves aprietos y empezó a sudar copiosamente mientras marchaba primero al tiempo de la aletargada música, luego sobrepasando el tenue crescendo cercano al final de la melodía.

          Entró en los predios de la escuela y se fue abruptamente hacia el portón lateral de entrada, se alegró grandemente cuando vió que todavía continuaba abierto, respiró profundamente tomando una buena bocanada de aire; dejo de correr, pero siguió caminando rápidamente. Faltando unos veinte metros observó que al lado de la compuerta estaba situado como siempre el señor Goyo presto a cerrar. Volvió a pegar la carrera en crescendo abrupto, pero el bedel fue más rápido en trancar la reja de ciclón. Se oyó el ensordecedor “click” del cerrojo, el cual estaba cronometrado con el sonido copioso del descomunal tambor y platillos del final del Boléro y con el fatídico sonido del timbre de entrada; todo eso transcurrió para él en cámara lenta. El niño solicitó casi llorando en una súplica.

          -  Buenas tardes señor Goyo, por favor abra la reja, perdone usted.

           El viejo portero incólume lo miró secamente y con su mano le señaló hacia la otra entrada diciendo.

          -  Lo siento joven, vaya por la otra entrada que allá lo está esperando el Director.

          Eso era como mandar al alumno al paredón de fusilamiento, aquello significaba una suspensión y la llamada del representante, no tuvo otra opción, caminó hacia el centro de las instalaciones y justo en la entrada estaba un señor de camisa blanca y encorbatado, era el Director que iba congregando uno a uno los rezagados de la tarde en una fila pegada a la pared de su oficina. Reunió no menos de diez alumnos y después de impartir algunas instrucciones a obreros y maestros se dirigió a los retrasados. Estuvo por lo menos veinte minutos dando una charla de buenos valores, el respeto a la institución y los maestros, responsabilidad y puntualidad. Además de hacernos cantar el himno de la escuela mientras bajábamos la bandera nacional de la asta. 

           Por lo menos no fue tan traumático como pensaba podía ser. Sin embargo, no sé si fue por vergüenza o porque las palabras del Director hicieron algo en él, lo que si es que nunca más llegó tarde. Es posible que a partir de allí haya cronometrado mejor el tiempo del sinigual y nunca olvidado Boléro de Ravel.

 

Venezuela, Cabimas, 11-11-2020


 [HFM1]

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