Por Humberto Frontado
Tú, hijo de Alessandria
apareciste retumbando
en un ensordecedor eco
que ha de perdurar por siempre
con inmaculado brillo propio.
Despuntaste ansioso por más claridad
desde Piedemonte,
con pie crítico e irreverente
te adentraste
en los oscuros salones escolásticos,
desentrañando sus verdades apócrifas.
Sobre tu brioso corcel
vistiendo tu atea armadura,
miraste por encima de tu hombro
cual Quijote;
y cabalgaste sin miedo
tantos oscuros episodios
oriundos del medioevo.
El nombre de la rosa
hecha voluptuosa coraza
te catapultó hasta las planicies internas
de esas verdades obtusas,
que cubrían otrora recintos enteros
con el pegajoso musgo del fanatismo.
Tu intrínseca semiótica
logró desentrañar la peculiar simbología
que nutre y respalda
la razón de ser del homo sapiens,
ahora homo phone.
Contribuiste incisivo
a despejar la nubosidad
de las añejas especulaciones teológicas,
que sofocaban todo interés filosófico.
Supuraste filosofía
antes que la abstracta semiótica
y más tarde la literatura;
en suma, lo fuiste todo,
capaz de todo:
puedes descansar en paz.
Fuiste pensador universal que,
desde la periferia del imperio,
en un monasterio benedictino
buscaste la lengua perfecta;
paseaste por bosques narrativos
de apocalípticas
e integradas parábolas kafkianas,
mientras oscilabas
en el péndulo de Foucault.
26-04-2024
Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez.
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