Por Humberto Frontado
- ¡!Mamá!… ¿dónde está Chicha... que no la veo en el cuarto? – pregunta una niña a su ocupada madre en la hechura de las arepas del desayuno.
- ¡Ay mija!… tu hermanita se fue.
- ¿Cómo que se fue?... ¿y pá dónde pues? – insiste la criatura.
La madre, dándole la espalda a su hija para que no la viera llorar y respirando profundo para calmarse, le confiesa.
- Mija… tu hermana se salió con Moncho, el hijo del compaí Similiano…. La gente dice que días atrás lo vieron varias veces rondando la casa.
- ¿Y dónde está ella? – inquiere angustiada la niña.
- Seguramente la llevó pálla abajo a casa de Juana la mujer de Similiano… por ahí salió tu pai bravo… pá hablá con el compaí.
Terminando de hablar la mujer se enjugó
las lágrimas y abrazó fuertemente a la pequeña, temiendo que aquel torbellino
de malos augurios que se había desatado en su casa, también se la arrebatara de
sus brazos. En su silente pensamiento veía grabada una imperativa frase: esta es la ley de la vida.
Por otro lado, el padre de la muchacha raptada llegaba a la ranchería donde se encontraba un hombre recio, ya mayor, en plena faena remendando unas redes.
- Buenos días cumpa – saluda en voz baja el angustiado padre.
- Epa compaí Lencho… como está la vaina… llegó a buena hora mano, allí le tengo dos corocoros frescos y una sierra salpresa como le gusta a usted… ¿y la comadre?
- Gracias cumpa… Rosa está bien – contesta el hombre casi entre dientes.
- ¿Qué le trae por aquí cumpa?… lo noto medio raro – comenta el pescador aún con sus manos sobre la red.
- Cumpa… he venido a hablar con usted… sobre algo que ocurrió anoche en la casa.
- Usted dirá cumpa – contestó sin sospechar la sorpresa que le tenía su compadre con esa visita.
- ¡Cumpa!… resulta que anoche… apareció Moncho en la casa… y se sacó a Rosita… su ahijada compadre – confiesa entrecortado y casi llorando el mancillado hombre.
- ¡Caaaras cumpa!… ¡que vaina con esos muchachos!... pero no se preocupe cumpa eso se va a solucionar.
- Compaí… yo lo único que le suplico de corazón es que… le pida a Moncho que por favor… que honre a su ahijada casándose con ella… apenas Chichita tiene trece añitos… nojoda.
El viejo se incorporó del suelo y poniendo la diestra en el hombro de su pariente, carraspeó su garganta y le dijo.
- Quédese tranquilo cumpa… déjeme hablar con él… aunque no le prometo nada… ya el sinvergüenza está bastante grandecito.
Al escuchar la última frase del señor
Maximiliano el hombre molesto dió la vuelta y se marchó sin despedirse, dejando
atrás los pescados que le había ofrecido. Caminó un largo rato por la orilla de
la playa, hasta que notó exasperado que había permanecido casi toda la mañana en
el mismo lugar. La viscosa y pastosa arena lo tenía atrapado, sintió por un
momento que había caído en uno de los misteriosos tremedales del Secreto, en La
Punta y se hundía impávido. Sacudió desesperado su cabeza hasta que logró desprenderse
de todos esos malos pensamiento que habían inundado su angustiada mente.
Calmado
un poco, todavía había algo que le perturbaba; no podía apartar de su mente el aberrante
historial que poseía Moncho el hijo natural de su compadre. Tenía en su haber cuatro
hijos naturales esparcidos en varios pueblos en la Isla de Coche: dos en El
Bichar, uno en El Guamache y otro en Guinima, ahora había venido a completar su
estirpe por los lados del pueblo de Valle Seco.
La historia se repetía, el desalentado
hombre con la bilis irrumpiendo por todo su cuerpo, con la cara toda colorada mascullaba
su rabia pensando en el sinvergüenza de su compadre y los que heredaban su
legado. El padrino de la secuestrada niña tenía regado más de una docena de hijos
en la isla, otros tantos en Margarita y muchos más en tierra firme, se decía que
su descendencia rondaba los cuarenta hijos.
Un día después que se desatara aquella funesta borrasca sobre la casa de la cándida Chicha, su madre en la cocina no dejaba de ordeñar sus ojos. Tomó su falda rápidamente para limpiarse la cara cuando sintió que alguien había entrado a su casa. Era su suegra que se desplazaba lentamente, apoyándose de la pared para subir los peldaños del piso. Al llegar a la rústica cocina se acercó a su nuera y la abrazó diciendo.
- Dios te bendiga mija… ya me enteré del asunto… es de lo único que se habla desde ayer en este pueblo… pobre Chichita caaaras… ¿y dónde está Lencho?
- Por ahí anda el pobre… dando tumbos… dijo que iba pabajo a hablá con el Jefe Civil.
- ¡Ay mijita!... y que puede lograr con él… si ese es más sinvergüenza que el mismo Similiano… son caimanes del mismo pozo… la misma güate – espectaba furiosa la señora.
- ¡Ña Petra!... y qué podemos hacer entonces – se lamenta Rosa gimoteando.
- ¡que
más!... esperar unos meses… hasta que la comadre Juana se canse de tenerla en
la casa… y te la mande de regreso paca empreñá… más ná.
El hijo varón en esa época nacía con todos los privilegios y luego obtenía
el poder del padre. En cambio, las mujeres únicamente estaban en el monte
buscando leña y agua; o encuarteladas en la casa haciendo sus deberes al pie de
la letra; o esperando calladas y preguntándose con qué reclamo le vendrían ese día.
Era una situación que se repetía en la isla. Se tildaba de bicho raro al hombre
que era condescendiente con su mujer y mucho más si la ayudaba en los
quehaceres de la casa.
Era asumido que el hombre tenía pleno
derecho de golpear a sus mujeres, que lo comentara para lucirse entre los
compañeros de trago no era cosa que impresionara a nadie. Las abuelas de hoy
comentan que ellas no veían distingos entre la violencia y la educación que le
daban los padres y abuelos.
El poder del hombre y su abuso ante
la mujer era una escena que se repetía no solamente en la pequeña Isla de Coche,
sino en todo el territorio nacional y en toda Latinoamérica. Todavía se
mantenían focos de guerras locales independentistas, imposiciones de gobiernos
dictatoriales, que habían heredado sin menoscabo toda la violencia y crueldad
de nuestros ancestros colonizadores y más tarde caudillistas libertadores.
Hasta las mismas religiones fueron palmarios cómplices de mantener impune los
privilegios ese Super Macho Man que silente aún perdura.
La violencia del hombre en el hogar
era cosa de todos los días, aunque muchas veces de manera oculta. Muchas
recuerdan lo que sufrieron puertas adentro lo que hoy pueden gritar en las
calles. Aquella fue una época donde la mujer se tomaba por las buenas o por las
malas. Eran violadas, golpeadas, humilladas, desvalorizadas, subestimadas y
torturadas por el hombre en su pleno juicio, y más aún en estado de embriaguez.
Todo el alboroto que podía ocasionar el conflicto hacia las afueras de la casa era
considerado como un “problema de pareja”; si por las marcas era notorio el
abuso, los vecinos decían “por algo será”.
Entre hombres y mujeres el término “macho” se hablaba destacando y
exaltando sus proezas y sus aparentes y engañosas virtudes; haciendo énfasis en
la audacia, viveza, arrogancia y fuerza. Quienes han estudiado a fondo el machismo
resaltan que en el curso del tiempo las leyes, la organización social, el
menguado pensamiento político y religioso han dado más realce a algo que todavía
no se le ha establecido claramente su origen, unos dicen que ha sido producto
del génesis genético y otros de influencia cultural. La pregunta que al final se
hacen todos: ¿podrán estos dos aspectos contribuir a su fin?, algún día se
esclarecerá. Mientras tanto, las mujeres en el mundo defienden sus derechos
cada día con más fuerza, buscando echar por tierra ese latente patriarcado que
propicia la violencia en la familia.
Isabel Allende escritora chilena,
comentó una vez que “El machismo tiene su origen en las madres, que crían a sus
hijos para ser servidos y, a las hijas, para servirlos”.
17-04-2022.
Corrector de estilo: Elizabeth
Sánchez.
Nota:
Cualquier parecido con el nombre, el carácter o la historia de cualquier
persona es pura coincidencia y no intencional.
Compai Humberto, en mi opinión el machismo nace de la crianza consentidora de las madres que no enseñan deberes, obligaciones o responsabilidades a sus hijos,valores y respeto. Mis saludos compai
ResponderEliminarQue bueno amigo Humberto, lamentablemente aún en el siglo XXI se siguen presentando muchos casos como los aquí narrados, saludos
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