Por Humberto Frontado
Entró al sagrado recinto
donde alineados
sus amigos
y en respetuosa discreción,
levantaron sus sables
de luz del saber
a medida que avanzaba;
era una inmensa venia de respeto.
Su mano en sutil disimulo,
además de verificar
separación y
rectitud,
iba quitando
el fino manto de
polvo
acopiado en los
escalones
delante de los enfilados
y obedientes libros.
Su mirada se detuvo al ver
a un indócil vasallo
que rompía fila.
Con una parsimonia
ganada por los años
lo tomó afectuosamente
en sus manos.
Al abrir el libro
con tenue desespero
buscó señales,
sus marcas de ineludibles
posesión;
párrafos de interés
resaltados por fosforescentes
líneas.
Troqueles claros
de haber transitado
ese satisfecho
camino.
En el margen vió
continuas huellas
dejadas sin
recuerdos.
Le quedó claro que
estaba
frente a un libro leído
pero sin memoria;
un libro hablado,
ahora mudo,
porque ya lo dijo
todo.
Sus deslumbrantes
conclusiones y
resultados
en cada libro
han dejado rastro
en un vacío latente
sin mella alguna.
A tientas se sentó,
tomó conciencia
y se dijo justificado:
qué sentido tiene leer
al borde de esta
sociedad
en vías de extinción.
La lectura de hoy
se ve como una dolida
forma de sacrificio,
atado a un torbellino
indómito de olvido.
No hay manera de salir
de esa incólume batalla;
irán cayendo
desplomados
a medida que avanzo
en la lectura,
cada párrafo, cada
palabra
pasando por el filo
del olvido.
Como Sísifo cargando
su descomunal piedra,
tomaré cada libro
y lo leeré nuevamente
como la primera vez;
subiré la cuesta del extravío
sabiéndome traicionado
por la desconsiderada
memoria.
02-06-2024
Correcto de
estilo: Elizabeth Sánchez.
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