Mirándose las manos con gran detenimiento se encontraba desde hacía rato un sexagenario, buscaba en el par de cortezas arrugadas una vieja cicatriz que le había quedado grabada desde niño.
- ¡Aquí estás condenada!… por fin te encontré – pensaba el viejo mientras tocaba suavemente con la mano opuesta el relieve que había quedado moldeado por una quemadura; a medida que se desplazaba iba descifrando remotos recuerdos.
El anciano llamado Ely se acordó de
ese día. Era un veinticuatro de diciembre y contaba apenas con diez añitos. Por
su mente desfilaron una cantidad de malos recuerdos y otros no tan malos, que al
final de cuentas el niño Jesús, por ser tan bondadoso, no les iba a dar tanta importancia
y algo le iba a traer; así había ocurrido todos los años anteriores. Ya había
cenado y estaba esperando con toda la familia la llegada del niño Jesús.
Cansado de la angustia salió al patio con muchas
ganas de ir al baño, caminó apresurado hasta la letrina séptica; abrió la
pequeña puerta y comenzó a orinar. A medida que veía caer el chorrito en aquel profundo
hueco, escuchó que algo hacía ruido dentro de aquella cavidad. Se le vino a la
mente el comentario que había hecho un vecino de que habían sacado una iguana de
una cisterna parecida. Después de sacudirse y cerrarse el rache se metió la
mano en el bolsillo del pantalón y sacó una caja de fósforos que momentos antes
había estado utilizando para prender los triki trakes y estrellitas que les había
regalado su papá. Encendió uno y alumbró
la boca del excusado sin observar nada, ya casi apagándose la cerilla y con
miedo de quemarse la lanzó a la letrina. El halo de luz se iba extendiendo a
medida que descendía, hasta que devino de pronto en una estruendosa explosión; salió
una llamarada del foso que lo lanzó a unos metros de distancia. La bocanada de
fuego le achicharró el pelo, las pestañas, las cejas y le chamuscó las manos y
brazos. El techo de la letrina, una fina losa de cemento voló por los aires y
fue a dar a la casa del vecino rompiéndole el techo de zinc.
Esa noche todo se trastornó, lo que antes había sido tradición como era la espera paciente de la llegada del niño Dios a las doce de la noche, se convirtió en un escenario dantesco lleno de gritos, lloriqueos y dolor. Al muchacho lo cubrieron con una toalla y en el carro de uno de los vecinos lo llevaron a la emergencia del dispensario de la compañía Creole en la Salina. Mientras lo trasladaban el muchacho no dejaba de pensar.
- ¿Qué he hecho?... ésto no tiene perdón de Dios… este año me pasan en banda.
Ely fue atendido inmediatamente sin daños mayores. De madrugada regresó a su casa todo embadurnado de crema y con sus manos envueltas en unas gasas blancas. En el porche de su casa notó que todo estaba tranquilo, ya no se oían los cohetes, lo que indicaba que el niño Jesús había hecho su aparición y luego se había marchado. Bajó la cabeza mientras caminaba desconsolado, diciéndose.
- Lo más probable es que lo que me había traído de regalo el niño, se lo volvió a llevar.
Triste y con lágrimas en sus ojos sintió que se iba a desmayar. Entrando a la sala se sorprendió cuando vió que todavía debajo del arbolito había quedado un regalo. Bastó que su papá le hiciera una seña para que saliera corriendo hacia el iluminado árbol y tomara su obsequio; mientras lo destapaba pensaba.
- Menos mal que el niño Jesús entendió que todo lo que hice fue sin culpa.
24-12-2022
Corrector de Estilo:
Elizabeth Sánchez